Buscando información sobre el modo en que los humanos han pensado la felicidad, he dedicado estos últimos días documentándome sobre el modo como han entendido la felicidad perfecta, es decir, la vida en el Paraíso o en el Cielo.
Desde el Panóptico tenemos que ver más atrás. ¿De dónde puede brotar la envidia? Posiblemente de la pulsión humana hacia el mantenimiento del estatus y de sus signos exteriores.
La Historia de los paraísos terrenales y celestiales nos permiten conocer los sueños de la humanidad. Nos sirve de guía para descubrirlas. En el mundo cristiano -y también en el islámico- las primeras imágenes del Paraíso lo identifican con un jardín.
La teología ha intentado responder a las preguntas ¿qué experimentaran los cristianos tras la muerte? La variedad de respuestas, dicen, son decepcionantes para un teólogo, pero interesantísimas para un historiador.
Llegamos a un punto esencial para nuestro proyecto. ¿Qué relación tenía el amor y el matrimonio con la felicidad? ¿Qué expectativas han tenido los contrayentes a lo largo de la historia?
Me entra la duda de si lo que debería hacer es escribir una “historia de la alegría”. La definición de los términos afectivos es muy imprecise, por lo que con frecuencia alegría y felicidad se usan como sinónimos. El asunto se agrava cuando se intenta traducir a otras lenguas.
No podemos inventar una palabra para cada uno de los dos millones de matices de color que podemos percibir, ni tampoco para cada uno de los sentimientos o emociones. La experiencia afectiva integra muchísimos elementos, que no sabemos identificar.
¿Por qué la gente se empeña en gastar dinero en lujos, cuya satisfacción va a ser pasajera, y no en cosas que les harían más felices, como tener más tiempo libre o disfrutar de más vacaciones?
Utilizar la pronunciación de una palabra como proceso sumarísimo para identificar a sus víctimas es un procedimiento usado en muchas ocasiones.