Las relaciones sexuales humanas se han sentimentalizado a lo largo de la evolución. Han pasado de ser una relación genérica -un macho con una hembra- a una relación individualizada sentimentalmente. El deseo sexual se unió con una relación amorosa hacia la pareja. Esto me parece un cambio extraordinario, que intentaré explicar en El deseo interminable. Es un ejemplo claro de hibridación afectiva que ha llegado a provocar cambios genéticos. Jared Diamond en El tercer chimpancé estudia el posible significado de tres fenómenos exclusivos humanos: el ocultamiento de la ovulación, el que las mujeres puedan mantener relaciones sexuales, aunque no estén en periodo fértil, y la menopausia. Considera que la función de todos ellos es hacer estable la relación de la pareja para poder atender a una crianza de las crías excesivamente larga.
”¿Cuándo apareció este sentimiento amoroso? ¿Cuándo se consideró que el amor era el único motivo serio para casarse? ¿Qué tipo de felicidad se esperaba en matrimonio? Son temas esenciales para nuestra historia.
Aunque algunos autores señalan que el amor romántico es una creación de los trovadores franceses del siglo XII, los antropólogos indican que se ha dado en todas las culturas y en todos los tiempos. Jankowiak y Fischer estudiaron 166 sociedades y comprobaron su existencia en un 88% de ellas, y en el resto los informes etnográficos no eran concluyentes. (Jankowiak, W. y Fischer, E., “A cross cultural perspective on romantic love”, 1992). Entienden por amor romántico una intensa atracción que implica una idealización del otro, dentro de un contexto erótico, con la expectativa de que dure en el futuro. Contrasta con la fase de apego caracterizada por la aparición de una relación más pacífica, confortable y plena, un fuerte y duradero afecto. Los autores citan a una mujer de una tribu cazadora recolectora de Namibia; “Cuando dos personas se unen, sus corazones están en llamas y su pasión es muy grande. Después de un tiempo el fuego se enfría y así se queda”. En el enamoramiento, el deseo sexual se modula con sentimientos más suaves. “Las canciones de amor de los “salvajes” son a menudo de una gran ternura” (EIbl-Eibesfeldt, Biología del comportamiento humano,273). Los clichés verbales del cortejo son categorías universales. Así, en las canciones de amor de los medipa (Nueva Guinea) el hombre da a la parte femenina de la pareja el calificativo de “pajarillo”, un diminutivo cariñoso, también usado en la actualidad.
La unión del amor -que incluye comportamientos de cuidado y ternura- con el sexo, que biológicamente es una relación poco sentimental, me ha intrigado siempre. La primera idea para explicarla me la proporcionó un gran antropólogo: Irenäus Eibl-Eibesfeldt. Sostiene que el amor llegó al mundo con el vínculo maternal hacia su cría. “Para los humanos el hallazgo decisivo y que nos llevaría más allá fue el desarrollo adicional del nexo entre madre e hijo, punto de partida del grupo individualizado. Solo con él llegó por primera vez al mundo el amor, definido como vínculo personal” (198). Cindy Hazan y Phil Shaver han estudiado esta transferencia del apego infantil al amor romántico (Hazan, C., Shaver, P. “Romantic love conceptualized as an attachment process, Journal of Personality and Social Psychology, 52, 1987, 511-524). “Si lo piensan -escribe Haidt- las similitudes entre las relaciones románticas y las relaciones maternales son obvias. Los amantes en sus comienzos pasan horas interminables sumidos en miradas mutuas cara cara, apoyándose el uno en el otro, estrechándose y acurrucándose, besándose, hablando como bebés y disfrutando de la misma liberación de la hormona oxitocina que une a las madres y los bebes en una suerte de adicción” (Haidt, J. La hipótesis de la felicidad, 2006, p.149).
Desde el punto de vista evolutivo este es un medio más para asegurar permanencia de la pareja exigida por la larga crianza de las crías humanas. “La naturaleza ha empleado con el ser humano casi todas las posibilidades de crear y reforzar los vínculos sociales” (Amor y odio, 156). De 849 sociedades estudiadas por P.M. Murdock, 708 permiten la poligamia. Solo 137 son monógamas por ley y 4 poliándricas. Sin embargo, EIbl-EIbesfeldt reconoce un “impulso monotrópico”, es decir una tendencia a la monogamia, precisamente para hacer más duradera la pareja. Reconoce que no ha habido nunca un pueblo que permitiera la promiscuidad total, por la necesidad de que alguien se hiciera responsable de la cría. En algunas ocasiones, si no se conocía quien era el padre, el jefe de la tribu podía adjudicar a alguien ese papel.
A pesar de lo dicho, la relación del amor con el matrimonio ha sido azarosa. Marilyn Yalom piensa que “el amor empezó a tener prioridad en los arreglos matrimoniales (en Europa) durante el siglo XVI, en especial en Inglaterra; que llegó a América con los puritanos en el XVII y que empezó a dominar lentamente la escena a finales del XVIII, en las clases medias. En las familias aristocráticas y de clase alta, las consideraciones de riqueza, linaje y posición continuaron influyendo en la elección de esposa o marido hasta bien entrado el siglo XX” (Yalom, M., Historia de la esposa,Penguin, 2001, p. 18).
Llegamos a un punto esencial para nuestro proyecto. ¿Qué relación tenía el amor y el matrimonio con la felicidad? ¿Qué expectativas han tenido los contrayentes a lo largo de la historia?
Son preguntas esenciales que debería responder en El deseo interminable.