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Que no se conozca ninguna sociedad que no posea algo parecido a una religión; que creencias y rituales relacionados con el otro mundo o con fuerzas sobrenaturales estén presentes en nuestros ancestros más lejanos; que el origen de todas las culturas este penetrado de religiosidad y solo posteriormente se hayan ido deslindando los diferentes campos, plantea un problema evolutivo colosal. Información sobre la universalidad del fenómeno religioso puede verse en Nicholas Wade: The Faith Instinct: How Religion Evolved and Why It Endures, Penguin, N.Y., 2009 pp.18-37).  Mircea Eliade creía que la historia de las religiones podía fundar un nuevo humanismo, porque lo sagrado es una categoría universal, y los comienzos de la cultura están enraizados en experiencias y creencias religiosas (La búsqueda, Kairós, 1999, p. 23).

En un capítulo de El deseo interminable voy a defender una tesis que tal vez sorprenda al lector: el inicio del pensamiento humano fue religioso, es decir, la religión está muy próxima al despertar de la inteligencia humana. Por eso está presente en todas las culturas y por ello el proceso de las culturas ha consistido en ir separando dominios de esa experiencia total hasta el punto de poder volverse contra ella, como sucede con los procesos modernos de secularización. En ese sentido todas las culturas son matricidas. Ejemplos de esos procesos de diferenciación. En este momento encasillamos las pinturas prehistóricas en una tradición especializada: la historia del arte. Pero las motivaciones que llevaron a nuestros ancestros a pintar esas imágenes en lugares de difícil acceso, no parece que sean puramente estéticas. Sin duda exploraban algún misterio, tenía funciones rituales o mágicas. Englobamos esas motivaciones bajo un término común: religiosas. El poder político se consideró durante siglos como una participación del poder divino. Eso desapareció con la separación entre religión y política. Los primeros códigos jurídicos eran religiosos. En la actualidad se han secularizado salvo en cultural todavía teocráticas como las musulmanas.

Lo que sostengo es que la religión emerge al mismo tiempo que el pensamiento simbólico, y -como este es el principio de toda cultura-, la religión está presente en ese inicio como matriz. Dicho con una expresión que puede sonar demasiado aparatosa: toda cultura tiene una matriz religiosa.

¿En qué me baso para hacer tal afirmación? En que a pesar de las diferencias que se dan entre los fenómenos que unificamos bajo el término “religión” todos parecen tener dos características básicas: la distinción entre la realidad visible y la invisible, y alguna función salvadora, es decir, relacionada con la felicidad.

La distinción entre lo visible y lo invisible (o lo material y lo inmaterial) es una característica presente en todas las religiones. “Lo más cerca que podemos estar de comprender las religiones de los cazadores recolectores –dice el antropólogo Robin Dunbar– es observar las tradiciones de los actuales. Entre los !kung del Kalahari, la religión se expresa en sistemas de creencias sobre un oculto mundo espiritual, al cual es posible acceder a través de los trances de las danzas rituales. No hay sacerdotes, aunque algunos individuos son considerados más hábiles para la comunicación con el mundo espiritual” (Dunbar, R. La odisea de la humanidad, Crítica, Barcelona, 2004, p.185). Los aborígenes australianos hablan del “país del sueño”. También Pascal Boyer considera que la creencia en seres inmateriales es el factor común a todas las religiones. (Boyer, P.” Functional Origins of Religious Concepts: Ontological and Strategic Selection in Evolved Mind”, Journal of Royal Antropological Institute, 6, 2000, 195-214)

El pensamiento simbólico se caracteriza precisamente en que permite la aparición de imágenes y representaciones en ausencia de los objetos representados. Pero no hay que pensar que esa fue una decisión del ser humano. El cableado de su cerebro empezó a producir esos contenidos, que el sujeto se limita a recibir. Sucede lo mismo en los sueños. El cerebro urde historias de las que el sujeto es consciente, aunque de una peculiar manera. Mientras está en el sueño lo vive como realidad. Daniel Dennett, en su libro De las bacterias a Bach estudia esta capacidad del cerebro para hacer cosas maravillosas sin entender lo que hace. Da la razón a una afirmación de Vico en su Sciencia Nuova: “Homo non intelligendo fit omnia”. El hombre hizo todas esas cosas sin entenderlas. El pensamiento simbólico es un mecanismo incansable de producir significados. Y esta corriente entremezclada de percepciones y símbolos dio origen a esa división del mundo en visible e invisible que constituye la esencia de la religión.

Claude Lévi-Strauss al estudiar la aparición de mitos análogos en culturas muy diferentes, llegó a la conclusión de que derivaban de “estructuras mentales comunes a la humanidad e inconscientes”. No me atrevo a decir tanto, pero creo que estamos en la misma onda.

El que el dinamismo del pensamiento simbólico duplicara la realidad, que diera significados simbólicos a todas las cosas, explica la aparición de las religiones, pero no su aceptación ni su permanencia. Pero eso tiene que ver con su segunda característica universal: esas creaciones enlazaron con grandes deseos universales, todas satisfacían alguna necesidad: consuelo, salvación, protección, cohesión social. Libraban del caos y de la oscuridad. En una palabra, se relacionaban profundamente con la felicidad.

Sin embargo, la misma búsqueda de la felicidad fue analizando esa experiencia matriz, elaborándola, utilizándola, fragmentándola, volviéndose incluso contra ella.

He comenzado esta entrada diciendo que este iba a ser el tema de un capítulo de El deseo interminable. Ahora pienso que tal vez debería ser el argumento entero de la obra.

En el próximo Panóptico esbozaré como podría ser esa historia.

Únete 3 Comments

  • Juan Antonio dice:

    Si las religiones enlazaran con grandes deseos universales y se relacionan profundamente con la felicidad; su simbología y su influencia en el real comportamiento comportamiento individual y social puede tener raíces normativas para la cooperación en la persecución de la felicidad. Antes de la escritura la norma se encarnaba el ejemplo familiar y social en el mundo «real» y en el ejemplo de los dioses como símbolos de lo que se debería y no debería ser y de sus consecuencias. » Engancho» así mi convicción sobre la función fundamentalmente normativa de la religión, comulgando con todo lo que usted nos aporta a lo que sólo pretendo añadir este énfasis. Muchas gracias siempre.

  • Gonzalo Musitu dice:

    Es un artículo excelente. Lo he leído tres veces, no para entenderlo mejor, se entiende muy bien, sino por el placer de leerlo. Espero ese capítulo. Felicidades.

  • Javier Rambaud dice:

    El tema es fascinante y parece que puede ser el núcleo de toda una obra.
    Pero ahora quería fijarme en la breve reflexión marginal sobre el sueño que me ha interesado mucho: la inteligencia generadora produce constantemente ocurrencias, que, durante el sueño, no son filtradas por el sistema evaluador de la inteligencia ejecutiva, de ahí su «fantasía» irracional. Creo que sucede algo parecido en algunas psicopatías o bajo los efectos de ciertas sustancias (que usaban los chamanes). En los límites entre el sueño y la vigilia se pueden percibir breves momentos en los que uno ya ha activado cierto sistema de evaluación racional, pero aún llegan a la conciencia historias urdidas por la inteligencia generadora. Proust narra algunos casos al principio de la Recherche y explica, “esa creencia sobrevivía unos segundos a mi despertar; no chocaba a mi razón”.
    Creo que el sueño también tiene un papel destacado en el origen de la religión, y no solo como medio de comunicación con lo invisible, sino sobre todo como modo de «reflexión sin control ejecutivo» (o de procesamiento irracional) de los miedos o las preocupaciones individuales y grupales. Esto enlaza con lo que se dice acerca de la función del pensamiento simbólico-religioso de librarse del caos y la oscuridad, de perseguir la felicidad.

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