Al intentar explicar el origen de las religiones, he recordado un texto de Jared Diamond hablando del origen de la agricultura: “Lo que en realidad sucedió no fue un descubrimiento ni una invención, como podríamos suponer en un principio. Con frecuencia no se trató ni siquiera de una elección consciente (…) En realidad, en toda región del mundo, los primeros pueblos que adoptaron la producción alimentaria es evidente que no podían estar haciendo una elección consciente, estar esforzándose a propósito de la agricultura como objetivo, dado que jamás habían conocido tal actividad y no tenían medio de saber a qué se parecía, La producción alimentaria evolucionó como deriva de decisiones tomadas sin tener conciencia de sus consecuencias”. Pues bien, con las religiones sucedió lo mismo. Los sapiens fueron creándolas sin saberlo. A eso se refería Vico en el texto que cité ayer: “Homo non intelligendo fit omnia”. El hombre hizo estas cosas sin entender lo que hacía.
Ahora sabemos algo más de cómo sucede. La Teoría dual de la inteligencia nos dice que nuestro cerebro trabaja en dos niveles. La inteligencia generadora produce ocurrencias, que nuestro sistema evaluador selecciona. Pensamiento o conductas que resultan premiadas tienden a repetirse. Skinner mostró como una paloma podía generar una superstición. Si se premiaba aleatoriamente una conducta, el animal actuaba como si esa conducta fuera la causa del premio y la repetía. El sistema de deseos básicos y de emociones es un gran sistema evaluador, y todo aquello que proporciona experiencias agradables, dejará huella.
Ocurre pues que nuestras ocurrencias son nuestras, pero aparecen en nuestra conciencia sin que seamos conscientes de ser sus autores, aunque nuestros cerebros lo sean. Las operaciones de la inteligencia generadora que las producen no son conscientes. Eso ha suscitado la creencia en la inspiración: alguien nos soplaba las ideas al oído. Al llegar a este punto, por uno de esos caprichos que tiene la memoria he recordado que la primera vez que leí algo parecido fue en un libro que me fascinó en mi juventud: Los griegos y lo irracional, de E.R. Dodds. Aún conservo el libro y lo he buscado. Lo leí en 1960, es decir, hace más de sesenta años y he encontrado allí subrayadas ideas muy parecidas a las que estoy escribiendo ahora. Dodds ataca a los que piensan que Homero no menciona ninguna experiencia religiosa en el sentido moderno de la expresión.”Si restringimos así el sentido de la palabra, -escribe- ¿no correremos el peligro de menospreciar, o incluso de pasar completamente por alto, cierto tipo de experiencias a las que nosotros ya no atribuimos sentido religioso, pero, que, sin embargo, pudieron estar cargados de él en su tempo?” Como ejemplo analiza la tentación divina (ate) que llevo a Agamenón a resarcirse de la pérdida de su favorita robándole la suya Aquiles. “No fui yo -declaro después- No fui yo la causa de aquella acción, sino Zeus y mi destino, y la Erinia que anda en la oscuridad; ellos fueron los que en la asamblea pusieron en mi entendimiento fiera ate el día que arbitrariamente arrebaté a Aquiles su premio. ¿Qué podía hacer yo? La divinidad siempre prevalece” ;(Ilíada. 19,86 ss), En otras ocasiones, Zeus “hechiza las mentes de los aqueos” para que combatieran mal. Y “los dioses pueden volver insensato al más cuerdo y llevar a la cordura al imbécil “(Ilíada 12.254, Odisea 23.11).
Dodds también comenta otra intervención psíquica de los dioses: menos. Cuando un hombre lo siente, experimenta un aumento de energía, que le hace capaz de grandes hazañas (Ilíada 6.182) Entonces se es comparable a un león furioso, como se cuenta en el canto XV de Hector, que al enfurecerse echa espuma por la boca y le reblandecen los ojos, (Ilíada 15.605). Dodds lo considera una posesión que le viene de fuera (daimon). Esta palabra nos interesa. De ella procede “demonio”, pero también eudaimonia, que es como llamaba Aristóteles a la felicidad.
Al releer estos textos compruebo que los he tenido guardados en la memoria durante sesenta años, y que sin recordarlos en sentido estricto han estado presentes en muchas cosas que he escrito. Esta posibilidad de ser plagiador inconsciente me produce cierta inquietud, pero también una enorme admiración ante el papel protagonista que la memoria tiene en nuestras vidas.