El baile de leyes educativas se agrava con el baile de las personas encargadas en su implementación y puesta en práctica. La impresión de falta de seriedad, de improvisación y precariedad es desoladora.
La pandemia ha puesto bajo el foco el tema de la fiabilidad de la ciencia. Los negacionistas han arremetido contra ella. Una falsa idea de democracia ha provocado un igualitarismo de las opiniones. Se extiende la absurda idea de que todas las opiniones son respetables. No es así.
Macron ha asumido, además de sus versátiles y ubicuas responsabilidades presidenciales, la de fijar el relato nacional. Considera importante “reconocer” memorias a veces opuestas, “reconciliarlas” y enmarcarlas en un “relato común”.
Si mi éxito es obra mía, su fracaso debe ser culpa suya. Esto hace, concluye Sandel, que la meritocracia sea corrosiva para la comunidad. Tener un título universitario o no tenerlo equivale a ser considerado ganador o perdedor. Estos perdedores están llenos de resentimiento e indignación y votaron a Trump porque supo conectar con ellos.
Ferguson se hace la misma pregunta que intriga a muchos historiadores: ¿Por qué las naciones europeas se hicieron dueñas del mundo? Encuentra la respuesta en seis instituciones: el afán competitivo, la ciencia, los derechos de propiedad, la medicina y la ética del trabajo.
Sigo ese consejo, pero con poco éxito. Hace años que prometí a Jorge Herralde (Anagrama) un libro sobre el dinero. No he podido cumplir la promesa porque no he conseguido entender bien lo que es, a pesar de estudiar cuidadosamente lo que dicen los economistas.