Desde 2015 se expande por los campus universitarios de EEUU y de Canadá un rechazo al pensamiento crítico. Se reivindica un “derecho a estar cómodo”, a no ser estresado por pensamientos inquietantes. John Haidt y Greg Lukianoff han descrito la situación en La transformación de la mente moderna (Deusto, 2019). Douglas Murray lo ha corroborado en La masa enfurecida (Península, 2020). El pensamiento crítico, esencia de la vida universitaria, se ha plegado a lo políticamente correcto. Haidt y Lukianoff lo describen como un “proteccionismo vindicativo”. Es el triunfo del pensamiento tribal sobre el pensamiento ilustrado. Michel Maffesoli lo explicó ya en El tiempo de las tribus (Icaria, 1990)
Desafortunadamente estamos asistiendo a las consecuencias de este rechazo: sin pensamiento crítico se tambalean conocimiento, libertad y convivencia pacífica y constructiva
Me parece que hoy más que nunca, con esta irresponsable globalización y este uso desmedido y poco ético de la tecnología, alimentado por la hipnotización provocada por las redes sociales, el pensamiento crítico está siendo desestimado y sustituido por los placeres más vanos y cómodos. Y es precisamente por todo lo anterior, que es cuando más le necesitamos.