Emmanuel Macron encargó un estudio sobre la responsabilidad francesa en el genocidio ruandés de 1994. Su autor, Vincent Dulert, acaba de entregarlo. Acusa al gobierno de Mitterrand de haber sido ciego al apoyar a un régimen racista, corrompido y violento, al concebirlo como el laboratorio de una nueva política francesa en África. Le acusa también de haber desoído la inquietud de ministros, diputados, y altos funcionarios. Sobre los peligros de las decisiones personales hablo en la sección He leído.
El mito del líder fuerte, de Archie Brown, de la Universidad de Oxford. Analiza con ejemplos la eficacia del modo “fuerte” de gobernar, del líder que se cree dotado de una perspicacia mayor que la de sus colaboradores.
Por fin, Estados Unidos ha reconocido el genocidio armenio perpetrado entre 1915-1923, en el que murieron más de un millón de personas. Desde que escribí Biografía de la Inhumanidad, continúo leyendo documentación sobre los genocidios. Por eso, sigo la colección “Estudios sobre genocidio”, de Editorial Prometeo, que acaba de publicar el libro compilado por Nélida Elena Boulgourdjian Negacionismo del genocidio armenio.
Ferguson se hace la misma pregunta que intriga a muchos historiadores: ¿Por qué las naciones europeas se hicieron dueñas del mundo? Encuentra la respuesta en seis instituciones: el afán competitivo, la ciencia, los derechos de propiedad, la medicina y la ética del trabajo.
No solo la Ministra de Educación desahucia a la memoria. También lo hace el de Política Territorial y Función Pública al hablar del modelo de formación del funcionario. Lo repetiré una vez más: la memoria es el núcleo de la inteligencia humana, porque es el órgano del aprendizaje. Lo que no es biología es memoria. Curiosamente, han sido los Inspectores de Hacienda quienes han salido en defensa de la memoria: “Defendemos el modelo memorístico porque es bueno, nos ayuda a realizar un mejor servicio público. Es como tener un ordenador en la cabeza, nos permite tener toda la información”.
Interesante entrevista con Sarkozy en LE POINT, en la que también habla de Ruanda: “El lugar de los genocidios en la historia tarda en ser reconocido. Pero crece en la memoria colectiva según el tiempo pasa”. “Un gran país debe reconocer las horas oscuras de su historia tanto como las gloriosas. Se lo dije al presidente Erdogan a propósito del genocidio armenio. Es preciso ser fuerte para reconocer los errores cometidos en el pasado. Esto no nos debe conducir a odiar nuestra historia o a derribar nuestras estatuas. Hay que tener cuidado para no juzgar los hechos de ayer con los ojos de hoy”.
Montesquieu escribió en tono irónico: “Los rusos creen que la libertad consiste en poder dejarse la barba larga”. En Madrid, se ha oído: “Venimos a emborracharnos, no nos importa el resultado. Viva la libertad”. Daré una interpretación benévola a esos gritos: Solo querían dar la razón a lo que expuse en el Panóptico 28: ¿Qué votamos cuando votamos libertad?
Francia ha recordado el bicentenario de la muerte de Napoleón con gran cautela. La unanimidad acerca de su figura ha desaparecido, y los franceses no saben qué hacer con su historia. No es un caso excepcional, porque todas las naciones tienen problemas con su pasado. España también, por supuesto. Hace unos años, Lionel Jospin, ex primer ministro francés publicó, Le mal napoléonien. Escribe: “Si me pregunto si los quince años fulgurantes del gobierno de Napoleón han servido a Francia, o han sido beneficiosos para Europa, la respuesta es no”. Apelar a la “gloria nacional” ya no es suficiente.