La construcción del objeto a odiar
El odio puede nacer espontáneamente, pero puede ser inducido, educado, incitado, manipulado, también políticamente. En Ira y tiempo, Peter Sloterdijk ha pedido una historia del odio político. Empieza a haber serios intentos de hacerla, aunque falta una historia general y sistemática, que ha de ser uno de los objetivos de la Psicohistoria. En Biografía de la inhumanidad comprobé que muchas de las atrocidades del siglo XX habían sido el efecto de una pedagogía maligna del odio, que entraña una sistemática erradicación de la compasión y un tenaz cultivo del resentimiento. David Hamburg, de la Universidad de Stanford ha señalado que “los dictadores, los demagogos y los fanáticos religiosos pueden jugar hábilmente con las frustraciones reales que las personas experimentan en tiempos de dificultades económicas o sociales severas. En su obra Learning to Live Together, ha estudiado la pedagogía del odio como método político. El historiador Klaus Fischer, en su libro Nazi Germany. A New History, describe el sistema de adoctrinamiento educativo del sistema nazi. El método consistía en favorecer la obediencia ciega –“Hitler ordena y nosotros obedecemos”-, eliminar el pensamiento crítico y sentirse unidos por el odio a un enemigo: los que humillaron a Alemania a formar el pacto de Versalles, y los judíos, bolcheviques, homosexuales, gitanos. Los jemeres rojos, que pensaban que era necesario matar y torturar para establecer la revolución, elaboraron también una pedagogía de la atrocidad; se eliminaba la compasión mediante el entrenamiento en la crueldad (Glover, J. Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX, Cátedra, 2001, p. 422). Los asesinatos masivos en Ruanda (1994) fueron inducidos por una campaña de los medios de comunicación incitando al odio y al asesinato.
“Una constante en la historia del odio político son los mecanismos para “construir el objeto a odiar”.
Y las atrocidades de la antigua Yugoslavia estuvieron azuzadas por los predicadores del rencor, que lo disfrazaban de amor a la patria. Amin Maalouf y Amartya Sen se han referido a la construcción del “objeto odiado” en los movimientos identitarios, que utilizan el odio o la hostilidad hacia el “otro” como medio eficaz para afirmar la identidad nacional, religiosa o grupal.
Una constante en la historia del odio político son los mecanismos para “construir el objeto a odiar”. Es un proceso análogo al que la publicidad usa para construir “objetos de deseo” y así fomentar el consumo. Mientras en este caso se procura que el objeto active alguno de los deseos del sujeto, en aquel se intenta activar las aversiones y miedos. En el caso del odio, se trata de crear una entidad abstracta -los judíos, los herejes, los homosexuales, los negros, etc.- utilizando un mecanismo cognitivo que debemos conocer y desmontar, al que voy a llamar “estigmatización categorial”. Para poder manejar la ingente cantidad de información que recibe, la inteligencia simplifica, y una manera de hacerlo es agrupar, clasificar, formar “categorías”. Lo que se dice de una categoría se dice también de cada uno de sus miembros. Si en una de ellas introducimos una serie de características repulsivas, amenazadoras u ofensivas, esa categoría y sus componentes se vuelven odiosos. Todos los individuos identificados como miembros de esa categoría adquieren inmediatamente ese mismo carácter. Es un “impuro”, un “traidor”, un “enemigo”, un “hereje”, luego es odiable,
Los “prejuicios” son el componente cognitivo de este odio grupal. Es un circulo que se retroalimenta. Determinadas creencias hacen odioso a un grupo, y a la vez ese sentimiento sirve de filtro para captar solo los hechos que confirman la creencia. Michael Ruse ha estudiado en Por qué odiamos los prejuicios más frecuentes. Van dirigidos contra los extranjeros, la raza, la orientación sexual, la religión, la discapacidad, las mujeres. Ve la génesis de estos prejuicios en la necesidad de proteger la identidad, la pertenencia al grupo. “La xenofobia y el etnocentrismo no solo son ingredientes esenciales de la guerra (…) Instintivamente les dice a los hombres con quien vincularse y con quien luchar”. Enoch Powell, político conservador británico y miembro del Partido Unionista del Ulster, despertó pasiones racistas al afirmar :”Debemos estar locos como nación, literalmente locos, para permitir la entrada anual de unos 50.000 migrantes. (..)Es como ver a una nación ocupada en preparar su propia pira funeraria”. Era una defensa de la propia tribu, ante la amenaza extranjera. “¿Qué tiene de malo el racismo? El racismo es la base de una nacionalidad”. Para él, la unidad de una nación se basa en similitudes “que se consideran amenazas raciales” (Powell, E., Freedom and Reality, ElliotRight Way Books, 1969, p.106). Desde el punto de vista político, fomentar los prejuicios es un mecanismo perverso por varias razones. En primer lugar, simplifica, definiendo a un individuo solo por un rasgo, que puede ser superficial. Hace años, un asesino de ETA pretendió exculpar su acción diciendo: “No he matado a una persona. He matado a un empresario”. En segundo lugar, el odio deshumaniza esa categoría, con lo que elimina la posibilidad de sentir compasión y abre la puerta a la atrocidad. Por último, homogeneiza sin razón. Todos los miembros de una categoría son iguales. Ser racista es creer que todos los individuos de una raza son inferiores por el hecho de pertenecer a ella, sin necesidad de más investigación ni mayores precisiones. Zygmunt Bauman habla de “asesinato categorial”, que consiste en “la aniquilación física de hombres, mujeres y niños por su simple pertenencia (real o atribuida) a una categoría de personas indignas del orden pretendido y contra las que, por ese motivo, se dicta (por vía sumaria) una sentencia de muerte”. Añade que “la asignación de categoría hace caso omiso de la diversidad de características personales de las personas asignadas” (Bauman, Z., “El asesinato categorial”, Claves de la razón práctica, febrero 2010, pp.22-32). Imanol Zubero Beaskoetxea, se pregunta:” ¿Son las victimas del terrorismo de ETA víctimas categoriales? Mi respuesta es que sí (…) Todas las personas asesinadas o violentadas por ETA lo han sido tras haber sido categorizadas como obstáculos para la construcción del orden social y político pretendido por los terroristas. Ninguna de ellas tenía cabida en ese orden ideal” (“Entre el reconocimiento y la apropiación: Autonomía y heteronomía en la relación entre víctimas y sociedad”, en Víctimas, ¿todas iguales o todas diferentes?, Fundación Fernando Buesa, 2017. P. 129)
El odio a los judíos es un ejemplo paradigmático de la “construcción del objeto a odiar”. Sorprende por su larga genealogía, que justifica el título de un famoso libro de Robert Wistrich, Antisemitism: The Longest Hatred (Pantheon Books, 1991). De acuerdo con lo dicho, ser antisemita es creer que los judíos tienen cualidades comunes, repelentes o demoledoras, que los distinguen de los que no son judíos. Lo llamativo en este largo odio es que las razones para mantenerlo han ido cambiando: es un rencor camaleónico. Unas veces, como en Tácito, se basa en lo que este considera “un apego cerril entre ellos, que contrasta con su implacable odio al resto de la humanidad”. Otras, por haber sido los asesinos de Cristo. En posteriores ocasiones, por haberse dedicado con éxito al comercio. En el siglo XIX, según Hannah Arendt, apareció algo nuevo, que es el antisemitismo político. Los famosos Protocolos de los sabios de Sión, publicados en 1902, les culpaban de una conspiración para hacerse con el gobierno mundial e implantar el comunismo. Durante la época de Franco, se hablaba mucho de la conspiración judeo masónica.
Los nazis repiten ese viejo odio, pero añaden un elemento nuevo: “nunca hasta entonces una nación, con su líder a la cabeza, había decidido y anunciado matar a un grupo particular de seres humanos del modo más completo posible, incluidos ancianos, mujeres, niños y bebés, y poner efectivamente en práctica esa decisión con el empleo de todos los instrumentos del poder gubernamental a su disposición” (Jäckel, E., “The Impoverished Practice of Insibuation: the Singular aspect of National-Socialist Crimes Cannot Be Denied”, en Forever in the Shadow of Hitler?, Pantheon Books, 1993). Peter Hayes, en su intento de comprender el Holocausto, al comprobar lo extendido que había estado el antisemitismo a lo largo de la historia, se pregunta por qué fueron los alemanes quienes lo llevaron a su paroxismo y masacraron seis millones de judíos.
Aterra pensar que el odio a los judíos estaba ya implantado en una parte de la población alemana. El adoctrinamiento nazi solo tuvo que avivar esa llama. El 10 de julio de 1941 se perpetro una masacre contra los judíos en Jedwabe. De los 1600 judíos que vivían allí solo sobrevivieron siete. Pero no fueron los invasores alemanes sino los propios polacos los culpables. Los soldados alemanes se limitaron a contemplar riéndose la matanza. Años después, (1949) uno de los asesinos explica: “Había llegado la hora de justar cuentas con los habían crucificado a Jesucristo. Nos lo habían enseñado en la escuela” (Gross, J.T. Les voisins. 10 juillet 1941, un massacre de juifs en Pologne, Fayard, 2002.) Hubo que esperar al Vaticano II -1962/1965- para que Pablo VI declarase que “la Iglesia reconoce y asume su origen judío; los judíos, nuestros hermanos, no son responsables de la muerte de Jesucristo en la cruz (Ferro, M. Histoire du ressentiment, p. 33).
En este momento, el odio tiene una nueva manifestación tecnológica: los haters. Las redes sociales los han dado visibilidad y un modo de reunirse y crear comunidades de odio.
De la Psicohistoria del odio podemos sacar una interesante enseñanza. Nuestro doble genoma -biológico y cultural- nos proporciona unos esquemas emocionales que pueden estar activos o dormidos. Esto ocurre también al complejo “ira-odio-resentimiento-venganza”. Por ello puede reactivarse y movilizar al sujeto. Los esquemas emocionales forman parte de nuestra “inteligencia generadora”, y funcionan automática e inconscientemente. Nosotros solo tenemos consciencia de su efecto –la emoción-, no de las operaciones mentales que la han provocado. Conocer esos mecanismos es indispensable para ser libres, porque la libertad sólo es posible, como decía Spinoza, cuando la necesidad, los automatismos mentales, son conocidos. Sólo entonces pueden controlarse.