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El resentimiento y el tiempo.

El odio es la ira envejecida, enranciada. El resentimiento insiste más en esa referencia temporal. Es una emoción que muestra la compleja articulación del presente y del pasado. No es el recuerdo de un agravio. Es un sentimiento actual provocado por un acontecimiento anterior. No es el único caso de una emoción que remite al pasado. La nostalgia, la culpa, el arrepentimiento también lo hacen. La memoria se convierte en resentimiento cuando hace que la herida antigua sangre de nuevo. Los resentimientos pueden tener su origen en acontecimientos sucedidos muchos años atrás. Una parte de la inquina musulmana contra occidente tiene una larga genealogía. “Hoy -escribe Karen Armstrong– el mundo musulmán asocia imperialismo occidental con las cruzadas y no se equivoca al hacerlo. Cuando llegó a Jerusalén en 1917, el general Allenby anunció que finalmente concluían las cruzadas, y cuando los franceses llegaron a Damasco su comandante marchó hasta la tumba de Saladino en la gran mezquita y gritó: “Nous revenons, Saladin!” (Armstrong, Mahoma 50).

El resentimiento no permite olvidar, no quiere hacerlo.

Jean Amèry lo vio con claridad: “No se me escapa que el sentido del tiempo de quien es presa del resentimiento se encuentra distorsionado, trastocado, si se prefiere”. (Más allá de la culpa y la expiación, Pre-textos, 2001, p. 149). El resentimiento no permite olvidar, no quiere hacerlo. Puede incluso considerar que olvidar es una traición. Actualiza el pasado, que es lo que en realidad quiere hacer la Historia. Por eso decía que tiene un especial interés para la Psicohistoria.

Lo más relevante del resentimiento es, pues, su duración que puede desbordar la vida de un individuo para alargarse durante generaciones. Uno de los casos que me recuerda mi Archivo es el odio a los protestantes en Francia. La noche de san Bartolomé (24 de agosto de 1572) fue una explosión de odio y violencia. Los parisinos pobres, con la autorización de la reina madre Catalina de Médici, asesinaron a miles de hugonotes. Entre 7000 y 12000. No hubo remordimiento, sino euforia. Catalina fue proclamada por el pueblo de Paris “madre del reino y conservadora del nombre cristiano”. El Papa acuñó una medalla por el gran día. Cuando el embajador francés acudió al Alcázar de Madrid a contar las novedades, Felipe II comenzó a reírse, dando muestras de placer y satisfacción, y aseguró que tuvo aquel día uno de los “mayores contentamientos de mi vida”. En 1598 Enrique IV firmó el Edicto de Nantes, con lo que establecía la paz religiosa en Francia, pero en 1685, Luis XIV lo revoca y comienza de nuevo el hostigamiento de los protestantes. En el artículo «Refugiado» de la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert», que se supone que escribió Voltaire, se encuentra esta cita: «Luis XIV, al perseguir a los protestantes, ha privado a su reino de más de un millón de hombres trabajadores».

Pareció que con el edicto de tolerancia de Malesherbes, en 1787, los protestantes franceses podían considerarse plenamente integrados. Sin embargo, escribe Ferro, “el resentimiento de los católicos revivió cuando la iglesia reformada practicó un cierto proselitismo a partir de 1815. La polémica antiprotestante se convierte en un debate sobre la identidad de la nación francesa. Había que decidir si era la hija predilecta de la Iglesia o la hija de la Revolución. Después del desastre de 1870-1871, la extrema derecha, animada por Charles Maurras, resucitó el discurso del odio contra los protestantes. “Los protestantes constituyen un Estado dentro del Estado, su cosmopolitismo esta en las antípodas del sentimiento nacional, privilegian el individuo y lo universal en detrimento de la comunidad nacional”, añadiría Maurice Barrés. “Que los protestantes se vayan”, escribe Emile Zola en 1881. ” Colonizan la nación, pervierten su alma, se comprometen en masa en la escuela laica”. Tras la Primera guerra mundial, según los sociólogos Bauberot y Zuber, “el odio entre protestantes y católicos se ha olvidado” (Bauberot, J. y Zuber, V. “Une haine oubliée. L’antiprotestantisme avant le “pacte laÏque”, 1870-1905”). Pero, continua Ferro, “el resentimiento contra los protestantes resurge durante la Ocupación, emanando de los fascistas franceses”. En 1941, el Consejo de la iglesia reformada manifiesta su indignación por las medidas antijudías del gobierno de Vichy. Au pilori, un semanario de extrema derecha, comenta “la inadmisible carta del jefe de la iglesia protestante. Esos cristianos no pueden ignorar que ellos fueron los asesinos de Cristo”. La revista propone que el autor, traidor a la causa francesa comparta la suerte de sus “hermanos judíos”.

Hay un aspecto que falta por comentar. Los sentimientos guardan una relación de doble dirección con los objetos que los desencadenan. Quien siente miedo percibe algo como peligroso, pero la persona miedosa ve un peligro donde no lo hay. Crea el objeto al que va a tener miedo. Con el odio sucede lo mismo. Grandes sistemas de manipulación colaboran a la construcción del “objeto a odiar”. Lo explicaré en el siguiente post.

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