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Durante seis meses he llevado un diario de investigación, centrado en mis dos proyectos en curso: el PANÓPTICO, un intento de aprender de la experiencia histórica y GAMMA, un modo de contemplar la historia atendiendo a las pasiones que la impulsan. He comentado muchos temas sobre la crisis de la democracia, el movimiento woke, la educación, Ucrania, China, la inteligencia, para volver a constatar lo difícil que es comprender un mundo tan complejo como el que vivimos.

En cambio, el Proyecto Gamma me hace ser más optimista. Comencé queriendo hacer una Historia emocional de la humanidad, es decir, aplicando a la historia lo que la Psicología ha aprendido en los últimos años sobre el mundo afectivo y su influencia en la acción, que ha sido mucho. Después de siglos de no tomarse este enfoque en serio, en los últimos años se ha despertado un gran interés por estudiar la influencia de las pasiones en la evolución humana, lo que ha producido un “giro afectivo” en la psicología, la sociología y la historia (Clough, P. & O’Malley Halley, J (eds), The Affective Turn: Theorizing the Social, Duke UP, 2oo7). Por si no fuera suficiente, se ha querido convertir esto en un nuevo paradigma epistemológico, que pasaría de un modelo de constructivismo social a una reformulación psicoanalíticamente informada e inspirada en el posestructuralismo de Foucault, unido a otros discursos como las teorías de performatividad de género, o los estudios postcoloniales. (Athanasiou, Hantzaroula, & Yannakopoulos (2008). Towards a New Epistemology: The «Affective Turn». Historein, 8, 5-16.), Esta mezcla puede dar lugar a muchos ensayos confusos con sesgos ideológicos fáciles de percibir. He leído muchos y me han interesado pocos.

Las obras sobre la historia de las emociones han proliferado de modo abrumador. ¿Por qué se me ocurrió escribir otro libro más? Porque ninguno de los que he leído explotaba las posibilidades que yo veía en el tema. Muchos de ellos eran historias de lo que se ha `pensado sobre las emociones, como la Historia de las emociones, de Jan Plamper (Geschichte und Gefühl, Random House, Múnich, 2012). Otros se presentan como estudios de las emociones en la historia, por ejemplo, la valiosa Histoire des émotions, dirigida por Alain Corbin, pero es un conjunto de estudios independientes sobre las emociones en distintos momentos de la historia, sin la unidad que me parece necesaria. Por supuesto, hay grandes estudios monográficos sobre el papel de las pasiones en épocas concretas, como la colosal Histoire des passion françaises, de Theodore Zeldin, Sensible moyen âge, de Damien Boquet y Prioska Nagy, o Emotions in A Crusading Context 1095-1291, de Stephen J. Spencer. Hay también historias de emociones concretas, por ejemplo, sobre el miedo, el deseo sexual, el resentimiento, la furia, el deseo de descansar, o sobre los paraísos soñados por los humanos.

¿Por qué no me parecían satisfactorios estos magníficos trabajos? Porque yo no quería hacer una historia de las emociones, sino estudiar cómo las pulsiones, deseos, emociones han dirigido la historia. Quería ampliar lo que había hecho en Biografía de la Inhumanidad, partiendo de la idea de que solo conociendo las motivaciones humanas podríamos comprender los hechos históricos. La historia económica, por ejemplo, proporciona los datos económicos, que permiten estudiar los fenómenos macroeconómicos, pero no el papel de la economía en las vidas concretas, que siempre tiene un impacto afectivo. Por cierto, también la Economía ha sufrido el “giro afectivo”, como lo demuestran dos premios Nobel, Daniel Kahneman y Richard Thaler. Mi objetivo es descender de los grandes movimientos a los individuos concretos que los realizaron, y que estuvieron siempre impulsados por necesidades, esperanzas, amores y odios. Un tema central en esta historia es la pasión del poder y su ejercicio. He leído cientos de libros sobre el tema, pero pocos me han explicado cómo funciona realmente el poder, como juega sus cartas, como moviliza, seduce o aterroriza.

La actividad creadora descansa en la memoria

Al comenzar el Diario de un investigador privado quise contar como iba escribiendo esa historia. Como he contado en otros libros, creo que la actividad creadora descansa en la memoria y, por lo tanto, mi técnica de escribir es alimentarla bien, mantenerla activa, y esperar que me sugiera ideas que posteriormente me encargaré de explotar. En ese caso, tenía que utilizar nuevas lecturas, pero también recuperar lecturas antiguas que había manejado para escribir otros libros relacionados con el tema, El laberinto sentimental, Diccionario de los sentimientos, Anatomía del miedo, Las arquitecturas del deseo, La pasión del poder, Los secretos de la motivación, Biografía de la humanidad y Biografía de la inhumanidad. He podido comprobar hasta qué punto muchas de las ocurrencias que me parecían nuevas, habían estado incubándose durante años. Las entradas del Diario me servían para activar la memoria, forzarla a introducir nuevos datos, esperar a que me mostrara las nuevas relaciones que encontraba. Confieso que concibo la memoria como una extraordinaria herramienta que debo aprender a utilizar.

Lo que explica el comportamiento humano son los deseos, las pulsiones, los drives, los fenómenos conativos básicos

Durante estos meses me he llevado algunas sorpresas. No tardé en percatarme de que lo importante no son las emociones. Lo que explica el comportamiento humano son los deseos, las pulsiones, los drives, los fenómenos conativos básicos. Las emociones aparecen como sistemas de dirección al servicio de los deseos, y también, como ya vio el genial Hume, el pensamiento, que trabaja a su servicio.

Experimenté una segunda sorpresa: si quería unificar la acción de todos esos fenómenos afectivos tenía que buscar un modelo integrador. Mi memoria me procuró uno: la búsqueda de la felicidad como motivo de todas nuestras acciones.  Rechacé la idea porque la palabra “felicidad” después del manoseo que ha sufrido me produce cierta alergia. Bernard Shaw dijo en una ocasión: “No he leído “Juana de Arco”, de Schiller, pero por el tono de voz que pone la gente para elogiarla, creo que no la leeré nunca”. Me pasa algo parecido con la palabra felicidad.  Al fin encontré un sustituto, al menos para el título. El libro se iba a llamar El deseo interminable, que es una precisa descripción de lo que es la búsqueda de la felicidad.  El modelo me permitía explicar los movimientos históricos. Comencé aplicando el modelo de motivaciones de Maslow, a ver qué pasaba. Creo que con correcciones funciona suficientemente bien. Las necesidades fisiológicas, el deseo de seguridad, de afiliación, el afán de poder, el refugio en la obediencia, los movimientos de rebeldía, la búsqueda de los derechos, las propuestas utópicas, el crimen y la santidad podían aclararse a partir de la búsqueda de la felicidad. Las reflexiones sociales, religiosas, filosóficas o jurídicas sobre este movimiento han supuesto un proceso de depuración de la idea de felicidad, de moralización en ciertos casos, y el reconocimiento de que existe una “felicidad individual” y una “felicidad pública”, que la búsqueda de la “felicidad pública” es en realidad la “búsqueda de la justicia” y que esta queda así ligada a la idea de felicidad, a su telos.  El enlace de estas ideas no es fruto de una argumentación teórica sino  el resultado de la experiencia de la humanidad que estudia la Ciencia de la evolución de las culturas.

Aun me he llevado una tercera sorpresa. Aparentemente los deseos y las emociones humanas son extraordinariamente variadas, cada cultura tiene las suyas. Plamper pone como ejemplo para negar la universalidad de las emociones el miedo que pueden sentir los guerreros maoríes en la batalla. Piensan que ha sido poseído por atua un tipo de espíritu, y que para expulsarle el guerrero debe arrastrarse entre las piernas de una mujer. La anécdota es peculiar, pero el esquema básico se repite en todas partes: la experiencia del miedo, la explicación que se da a la experiencia, y el procedimiento para librarse de ella este esquema es universal. Sobre esos esquemas universales se pueden construir infinitas variedades. Es un mecanismo parecido al que descubrió Vladimir Propp al estudiar los cuentos populares. Todos eran variaciones de 31 modelos.

Explicar como un repertorio universal de deseos y emociones ha dado lugar a la colosal diversidad cultural es una empresa atractiva, y además muy útil, porque si conocemos bien los mecanismos básicos tal vez podamos entender los nuevos sucesos. He repetido muchas veces una frase de Voltaire: “La historia no se repite nunca; los seres humanos, siempre”. Este enfoque permite asistir a la repetición de conductas muy antiguas. No hay en la guerra de Ucrania nada nuevo, salvo las armas. Y ese encaje de tecnologías muy modernas y de deseos muy antiguos plantea interesantes y dramáticos problemas.

Al comenzar el diario no sabía si el proyecto era viable. Ahora creo que sí. Lo único que necesito es terminar de escribirlo. Seguramente aparecerán más sorpresas. Dentro de unos meses tendrán ocasión de comprobarlo. Adiós.

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