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Ya conocen la tesis de El deseo interminable:  la energía que mueve la historia son las pulsiones básicas -universales- ampliadas por el pensamiento simbólico. He tomado como modelo provisional de las motivaciones humanas la teoría de Maslow. Según él, hay motivaciones fisiológicas, necesidad de seguridad, de relaciones sociales, de aceptación y pertenencia, de autorrealización. Los niveles más bajos son los más urgentes y poderosos. Solo cuando están satisfechos entran en acción los superiores. El hambre extrema impide en general la acción de otras motivaciones. Los actos de canibalismo y de egoísmo absoluto que se producen durante las hambrunas son una buena prueba. No siempre sucede así, y la comprensión de esas excepciones merece un estudio detallado. Pero no es este el lugar porque lo que me interesa es saber si tenemos que introducir entre esas pulsiones básicas un “deseo de libertad”.

Parecería absurdo negar su existencia. Todos deseamos ser libres. Una de las ideas más atractivas de Hegel es que interpretó la historia de la Humanidad como la realización de la idea de libertad, fundamentalmente a través del Derecho. Por eso, hace años me sorprendió que Orlando Patterson en su libro Freedom considerara que la valoración de la libertad era una creación occidental. Casi una manía.

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Creo que, en efecto, el “deseo de libertad” es secundario y tardío. Al estudiar la historia de la felicidad es posible distinguir dos grandes periodos: la era de la obediencia y la era de la rebelión. Los antropólogos han señalado que la especie humana se domesticó a sí misma. La evolución grupal, a la que tantas veces me he referido, fomentaba la docilidad, la aceptación de la jerarquía, el respeto a las normas. Durante siglos la religión y la política ha fomentado la obediencia. En su estudio sobre La servidumbre voluntaria, La Boétie llega a la conclusión de que los hombres no desean la libertad. Si la desearan, la obtendrían. ¿Se trata realmente de querer o la obediencia es una fuerza esencial al campo social como la gravedad lo es al campo físico? Esa pareció ser la convicción de alguien como Kant, que tantos elogios hizo de la autonomía personal: ”El hombre es un animal, el cual cuando vive con los de su especie, necesita un señor (…) que quebrante su propia voluntad y le obligue a obedecer a una voluntad universalmente válida, de modo que cada cual pueda ser libre” (Ideas para una historia universal en clave cosmopolita, p.12). Otra paradoja que Rousseau había acuñado en una frase: “Hay que obligar al hombre a ser libre”. Es decir, no hay que confiar en que quiera serlo voluntariamente.

¿Está la libertad sobrevalorada?

Podemos decir que un animal en cautividad desea ser libre, pero en realidad lo que desea es que sus movimientos, sus impulsos no sean coartados. No piensa en su libertad, sino en poder correr. Lo mismo sucede en los humanos. La idea de “libertad” surgió como oposición a esclavitud. Lo que se deseaba era no ser esclavo. La libertad, como ocurre con la salud es la formulación positiva de un concepto negativo. Nadie quiere la salud. De hecho, ni siquiera tenemos una definición médica de ella. Lo que queremos es no estar enfermos, ni limitados, ni sentir dolor. Lo mismo ocurre con la libertad. Lo que deseamos es que nuestros deseos no tengan obstáculos, por eso, en una situación ideal en que todas nuestras aspiraciones estuvieran satisfechas, desear la libertad no tendría sentido. Eso es lo que hizo que Skinner considerara que la idea de libertad había sido nefasta para la humanidad, porque le había dificultado lo que verdaderamente importaba: la felicidad con libertad o sin ella. Una persona que confiara plenamente en la providencia divina, no echaría en falta la libertad, porque pensaría que la docilidad o la obediencia sería la mejor actitud. Los japoneses han valorado tradicionalmente la sumisión total y cordial a la autoridad como la mayor virtud: amae.

La valoración de la libertad creció paralelamente a la valoración de la autonomía y de la individualidad. Formaron parte de la búsqueda de la felicidad, pero ¿por qué Occidente eligió ese camino? ¿Por qué la línea evolutiva individual superó a la comunitaria? En este momento hay un cierto cansancio de la libertad, que expliqué en “¿Está la libertad sobrevalorada?”. Explicar estos fenómenos sociales forma parte del argumento de El deseo interminable.

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