Skip to main content

Llegará un día en que nuestros descendientes, indignados,

queden estupefactos ante la lectura de nuestra historia y

den a esta inconcebible demencia el nombre que merece.

E.J.  SIeyés: Ensayo sobre los privilegios, 1788

 

En una estupenda entrevista publicada en la revista Ethic, a la pregunta “¿Sería posible una guerra entre China y Estados Unidos?”, Francis Fukuyama responde: “La gente debe empezar a considerarlo seriamente. Sería un desastre total si sucediese, pero claro que es posible”. La frase -que es verdadera- merece un comentario. Los seres humanos podemos iniciar acciones que sabemos que son autodestructivas, a nivel personal y a nivel social. Admitimos que las grandes tragedias históricas pueden suceder, como los embotellamientos de tráfico, sin que ninguno de los que participan lo quiera. A comienzos del siglo pasado existía el convencimiento de que no era posible una guerra porque todos los países estaban comercialmente interconectados y todos saldrían perjudicados. Sin embargo, en 1914 estalló una terrible guerra mundial. “Ya no puede detenerse”, respondió el general von Moltke, jefe del Estado Mayor alemán, al káiser cuando este le pidió parar la guerra. Desmontar esta creencia que concede un cierto dinamismo autónomo a los hechos, me parece imprescindible.

El descenso a la demencia política es como un tobogán por el que se desliza una sociedad cada vez a más velocidad.

Refiriéndose a la guerra civil española, Gil Robles tituló sus Memorias No fue posible la paz, mientras que el exjefe de Gobierno Joaquín Chapaprieta titulaba las suyas La paz fue posible. ¿Quién tenía razón? El descenso a la demencia política, como estudié en Biografía de la inhumanidad es como un tobogán por el que se desliza una sociedad cada vez a más velocidad. Barbara Tuchman estudió en Los cañones de Agosto el comienzo de la Primera guerra mundial, un ejemplo de insensatez. Una de sus causas fue el permitir que el mando militar fuera haciéndose con el poder de decisión dentro del gobierno. Al parecer, Kennedy frenó una escalada militar cuando la crisis de los misiles de Cuba porque acababa de leer el libro de Tuchman.

El tema debe ser estudiado por la Psicohistoria que tiene que incluir una Psiquiatría histórica, dedicada a estudiar las locuras que han aquejado a los vulnerables seres humanos. Hay una “demencia política” sobre la que guardo ya muchos materiales en mi Archivo, que con frecuencia pugnan porque les atienda. Por ejemplo, el libro de la historiadora Barbara Tuchman, La marcha de la locura (FCE, 1972). “¿Por qué -se pregunta- quienes ocupan altos puestos actúan tan a menudo en contra de los dictados de la razón y del autointerés ilustrado? ¿Por qué tan a menudo parece no funcionar el proceso mental inteligente?”

Insensata es una política contraria al interés de los electores o del estado en cuestión.

Recuerda que John Adams, segundo presidente de los EEUU, confesó: “Mientras que todas las demás ciencias han avanzado, el gobierno está estancado; apenas se le practica mejor hoy que hace 3.000 o 4.000 años”. De todas las causas de mal gobierno, a Tuchman le interesa una: la insensatez, lo que yo llamo “demencia”. Insensata es una política contraria al interés de los electores o del estado en cuestión. Para que un comportamiento político sea insensato debe cumplir tres condiciones:

(A) Debe ser percibido como contraproducente en su propia época.

(B) Otro curso de acción debe ser posible.

(C) Debe ser la política de un grupo, no de un único gobernante.

 

Conociendo los desastrosos efectos de esa insensatez, la autora se pregunta ¿por qué no ha tomado nuestra especie ciertas precauciones y levantado salvaguardias contra ellas?”

¿Cuáles son los agentes patógenos que pueden desencadenar la demencia política? Según Tuchman, los siguientes:

 (1). – En primer lugar, la sed de poder, llamada por Tácito “la más terrible de todas las pasiones” (Anales XV, c.53) “Todos conocemos la frase de lord Acton -escribe Tuchman- afirmando que el poder corrompe. Menos sabemos que también engendra insensatez, que el poder frecuentemente provoca fallos en el pensamiento”.

Desde el fondo del Archivo, Kant pide paso para advertir: “No hay que esperar que los reyes filosofen ni que los filósofos sean reyes, como tampoco hay que desearlo, porque la posesión del poder daña inevitablemente el libre juicio de la razón” (La paz perpetua). El tema me inquieta tanto que le he dedicado varias entradas en la red que es este Diario (28.12.2022: “Los lideres siempre quieren mantenerse en el poder, ¿Nos vuelve estúpidos la política? El Panóptico,”La insensibilidad del poder”.

 (2). – “Como la sed de poder solo puede quedar satisfecha mediante el poder sobre los demás, el gobierno es su campo favorito de ejercicio”. Aparece así un tema esencial para la Psicohistoria, que no ha sido suficientemente analizado: la lucha por acceder al poder, una experiencia que marca al político. “Thomas Jefferson escribe Tuchmam-, quien ocupó más cargos y más elevados que la mayoría de los hombres, fue quien tuvo una visión sombría. “Cada vez que un hombre mira con codicia un cargo”, escribió a un amigo, “una podredumbre se inicia en su conducta”. Adam Smith es aún más pesimista: “Y así, el Cargo es el fin de la mitad de los esfuerzos de la vida humana; y es la causa de todo tumulto y rumor, toda la rapiña y toda la injusticia que la avaricia y la ambición han introducido en este mundo”.

 (3). – La “demencia política” está facilitada o estimulada por el exceso de poder. Platón ya vio ese peligro y por eso pensaba que la solución estaba en las leyes. “No hay nadie que en ciertas circunstancias no sea víctima de la locura, la peor de las enfermedades (Leyes III, 691d).

 (4). – Tuchman ve otra manifestación de la insensatez en la inercia, la rigidez mental y la incapacidad de aprender de las personas que están en el poder, Kissinger, que tenía amplia experiencia sobre el tema, aseguraba que todo gobernante sale del cargo con el mismo equipamiento mental con el que entró. Maquiavelo vio el problema con agudeza: “Un príncipe debe ser siempre un gran interrogador y un paciente oyente de la verdad, y debe enfurecerse si descubre que alguien siente escrúpulo en decirle la verdad. Lo que el gobierno necesita son grandes interrogadores”

 (5). – Otro síntoma de la demencia política es la incapacidad de captar las señales negativas, que advierten de lo equivocado de una decisión.

Kissinger aseguraba que todo gobernante sale del cargo con el mismo equipamiento mental con el que entró

En el paseo por mi Archivo repaso a la carrera las notas sobre Colapso, la obra que Jared Diamond dedico a estudiar por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen no por causas externas sino por un conjunto de malas decisiones. Una de las causas que identifica son los factores culturales de una sociedad, que pueden favorecer la aparición de la insensatez social.

La locura es una de las posibilidades -desdichada, sin duda- de la inteligencia humana. Nos conviene conocerla bien para intentar curarla. En el caso de la “demencia política” sería estupendo descubrir una vacuna para inmunizarnos. Estoy en ello.

 

Deja tu comentario