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¿Es posible encontrar una vacuna contra la estupidez?

Por 15 de noviembre de 2021febrero 1st, 2022Art. El Panóptico, Número 40, Relevante
La Estupidez Panóptico 40 Destacada

Siempre me ha interesado la estupidez. Puesto que existe una teoría científica de la inteligencia, debería haber otra igualmente científica de la estupidez. Creo, incluso, que enseñarla como asignatura troncal en todos los niveles educativos produciría enormes beneficios sociales. El primero de ellos -me dejaré llevar de mi optimismo-, vacunarnos contra la tontería, profilaxis de urgente necesidad, pues es un morbo del que todos podemos contagiarnos.

Lo que en términos coloquiales llamamos estupidez es en realidad una serie de fracasos de la inteligencia. La inteligencia fracasa cuando es incapaz de ajustarse a la realidad, de comprender lo que pasa o lo que nos pasa, de solucionar los problemas afectivos o sociales o políticos; cuando se equivoca sistemáticamente, emprende metas disparatadas, o se empeña en usar medios ineficaces; cuando desaprovecha las ocasiones; cuando decide amargarse la vida; cuando se despeña por la crueldad o la violencia; cuando se niega a aceptar la evidencia.

No solo fracasa la inteligencia individual, sino la inteligencia colectiva. En estos casos, la propia interacción provoca un abaissement du niveau mental, un empequeñecimiento de las posibilidades.

Las sociedades pueden ser inteligentes y estúpidas según su modo de vida, los valores aceptados, las instituciones o las metas que se propongan.

Cada miembro de la pareja o de la familia o de la empresa o del partido o de la nación puede ser brillante, entusiasta, perspicaz cuando está solo y degradarse sin embargo en compañía.  Hay unas dinámicas de grupo expansivas y otras depresivas. Las sociedades pueden ser inteligentes y estúpidas según su modo de vida, los valores aceptados, las instituciones o las metas que se propongan.

La glorificación de una raza, de una nación, de un partido, el afán de poder, la obnubilación colectiva, esa pedante seriedad, ese engolamiento feroz y ridículo, la cascada del horror, deberían contarse como fracasos de la inteligencia. Necesitamos un Pasteur que descubra la vacuna contra esa rabia festejada, una pedagogía de la inteligencia que evite tales obcecaciones asesinas, o, al menos, que no las condecore.

Lo anterior son fragmentos de mi libro La inteligencia fracasada (2004). Desde que lo escribí no he dejado de dar vueltas sobre el tema. Los fracasos de la inteligencia tienen aspectos parecidos a una enfermedad contagiosa. Hace unos diez años describí una patología comunitaria que denominé “síndrome de inmunodeficiencia social·. Las sociedades, igual que los individuos, tiene un sistema inmunitario que las defiende del ataque de elementos patógenos, por ejemplo, del fanatismo, de la corrupción, del odio. Pero en ocasiones, ese sistema no funciona bien. No reconoce los antígenos y no produce los anticuerpos necesarios. Esa era la enfermedad que detectaba en España. De nuevo soñaba con una vacuna que nos protegiera de ella.