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Parece evidente que las sociedades deberían comprender lo que hacen y lo que les pasa para aprender a tomar mejores decisiones. Para ello necesitan conocer la actualidad, sin duda, pero interpretándola con dos grandes herramientas científicas: la Historia y la Psicología. Alguien podría aducir que también son necesarias la Sociología, la Economía, la Filosofía, etc. Por supuesto, pero la única forma que se me ocurre de poder integrar esos conocimientos es no pretender estar al día de sus últimos hallazgos, sino entender por qué han nacido, cómo han evolucionado, qué intereses o aspiraciones humanas intentan satisfacer, y hasta donde podemos fiarnos de ellos.

Eso puede -y creo que debe- hacerlo una nueva ciencia que sintetice la Historia y la Psicología, y, a partir de ellas, todas las demás disciplinas. La he denominado Ciencia de la evolución de las culturas, aunque podría llamarse también Psicohistoria, si esta palabra no estuviera ya un poco manoseada.

El pasado siglo, la “Psicohistoria” apareció con frecuencia en variados contextos académicos, sin que llegara a consolidarse como ciencia. Los numerosos tanteos manifestaban una necesidad que nadie sabía cómo satisfacer. Se vislumbraba un seductor dominio de conocimientos, al que no se sabía cómo acceder. A veces se intentó hacerlo desde la Historia y otras desde la Psicología, pero esta prometedora convergencia no ha dado lugar a una síntesis convincente. Intentaré explicar la razón de ese fracaso y la solución que propongo.

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