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6.11.2022.- Pasiones políticas: Entrada 2: El malestar político

He dudado si comenzar el diccionario con un fenómeno tan difícil de precisar. Me ha animado a ello la información que he guardado sobre el movimiento francés de los “chalecos amarillos”. Pierre Rosanvallon considera que lo peculiar de este movimiento es que no puede identificarse con otras revueltas, protestas o movilizaciones anteriores (Rosavallon, P. Les épreuves de la vie, Seuil, 2021). Se trata de un “malestar convergente”. En primer lugar, por su procedencia social: hay obreros, empleados, artesanos profesionales liberales, jubilados. Además, porque no había una reivindicación concreta. El movimiento comenzó por la subida de un impuesto. Pero lo que les ha unido ha sido el sentimiento de haber sido despreciados. El deseo de reconocimiento es una de las grandes fuerzas políticas.

“En este momento, en muchos países avanzados podríamos hablar del “malestar dentro del estado del bienestar”.

Es difícil definir el malestar. No es el sufrimiento, ni la guerra, ni la pobreza. Es, podríamos decir, una inquietud, una irritación, una incomodidad sorda y constante. Quizá la mejor definición sea la de la Enciclopedia Espasa de 1919: “sensación vaga e indefinible de mal funcionamiento orgánico, general o local”.

En este Diccionario tendremos que incluir también el término “bienestar político”. En este momento, en muchos países avanzados podríamos hablar del “malestar dentro del estado del bienestar”. Hace unos años, la revista Time tituló en portada: “¿Por qué si estamos tan bien nos sentimos tan mal?”. Solo voy a ocuparme de su significado político.

Isabel Ortiz, de la Columbia University, y colaboradores han estudiado los movimientos de protesta en su libro World Protests: A Study of Key Protest Issues in the 21st Century”. Han analizado cerca de tres mil casos en 101 países durante el periodo 2006-2020. Han detectado cambios. Desde 2006 las protestas sobre reivindicaciones concretas se hicieron más políticas, suscitadas por el mal funcionamiento de las democracias, decepción con los políticos y falta de confianza en los gobiernos. Disminuyeron las protestas con objetivos concretos (p.e. la reforma educativa) y surgieron “ómnibus protests”, en las que convergen muchos objetivos diferentes, reclamando, por ejemplo, una “democracia real”. Al menos 52 de esos actos movilizaron a más de un millón de personas y en el 42% de los casos se consiguieron algunos cambios.  Raymond Aron dio una explicación del malestar político en las naciones democráticas: las expectativas no se cumplieron. “Las modernas sociedades democráticas -escribió- invocan ideales en gran medida irrealizables y a través de la voz de sus gobernantes aspiran a un dominio inaccesible de su destino”. (Aron, R. Autobiografía, Alianza, 1985, pp. 122-123). Sostuvo una tesis que tendré que comprobar. Según él, no es la pobreza o la escasez la que incitan a la revolución, sino la interrupción del bienestar. “El Reinado de Luis XVI fue la época más prospera de la Antigua Monarquía, y ésta misma prosperidad precipitó la Revolución”. Es la quiebra de las expectativas la que desencadena el descontento público y la revolución, que “acentúa y va en aumento el odio a las antiguas instituciones” y añade: “Cabe decir que a los franceses les pareció más insoportable su posición cuanto mejor era. Hechos así producen asombro —añade—; la historia está repleta de espectáculos semejantes”.  Ya veré si esto es verdad.

El malestar puede derivar en resentimiento, en indignación, en acciones violentas, pero me gustaría lexicalizar ese “estado embrionario”, que resulta tan evidente y tan esquivo como el de “clima emocional”. En la película “Network”, de Sídney Lumet, un predicador moviliza a millones de espectadores con una única consigna. “Gritad: ¡Estoy harto!”. Algo parecido sucedió con el movimiento Indignados, estimulado por éxito del panfleto del mismo título de Stéphane Hessel, que en España dio lugar al movimiento 15 M, y a la posterior aparición de Podemos. En el caso de los gilets jaune, como en el de otras manifestaciones del malestar las reclamaciones no son generales, no son de clase, son biográficas: “Es que no puedo encender la calefacción”, “Es que mis hijos no encuentran trabajo”, “Es que cuando he pagado la hipoteca, la luz, el agua y la comida no me queda nada”. Nadie dice “Nosotros, los chalecos amarillos…”, sino ”mi problema es este”. Esto sucede en todos los movimientos populistas, que triunfan mientras se apoyan en ese “malestar político”, pero fracasan cuando tienen que diseñar soluciones para los problemas individuales o diseñar programas generales. En todos ellos, también en el de los chalecos amarillos, había un rechazo a la representación, a los partidos políticos, a los sindicatos, a los portavoces: las redes permitían intervenir a los individuos. En especial Facebook ha tenido protagonismo.

Los populismos han reconocido la importancia de estos “motores afectivos” (expresión de Íñigo Errejón, (Cf. Mouffe, C. y Errejón, I., Construire un peuple. Pour une radicalisation de la démocratie, Cerf, Paris, 2017, pp. 96-99). “Los partidos populistas -escribe Rosanvallon- se han convertido en empresario de emociones. Dan forma al “descontento” social actuando como fuerzas del resentimiento, de la indignación, de la amargura o de la desconfianza que se expresan de manera difusa”

“Nos quedamos en su “pórtico afectivo”: el malestar”.

El “malestar político” puede acabar centrándose en un sufrimiento concreto y provocar revueltas. Los motines del trigo, las rebeliones luditas contra la mecanización, los movimientos feministas, las “insurrecciones de las barricadas, tan frecuentes en Paris de 1827 a 1871, por ejemplo. Pero ya tendremos ocasión de hablar de ellos. En esta entrada nos quedamos en su “pórtico afectivo”: el malestar.

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