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26.4.2022.- Las pasiones y los intereses

En mi intento de hacer una historia de las pasiones que mueven a la humanidad, me encuentro en la necesidad de distinguir entre pasiones e intereses. Este es el título de un brillante libro de Albert O. Hirschman. Es en realidad un amplio comentario de una frase de Montesquieu:”Es afortunado para el hombre estar en una situación tal que, aunque sus pasiones le inciten a ser malo, les interese, sin embargo, no serlo”. Es cierto que todas las pasiones suponen interés por el objeto de la pasión, pero la RAE sitúa esta acepción en cuarto lugar, ocupando las otras lo que tiene que ver con los beneficios mercantiles. La diferencia está en que mientras las pasiones tienden a ser desmesuradas, el interés suele ser calculado, por eso los ilustrados pensaban que era bueno que se encargara de frenar la desmesura pasional. Supongamos que una turba quiere colgarte por odio a tu religión, tiras un puñado de billetes y la gente detiene su persecución y prefiere recoger el dinero. Hay razones para considerar que eran más de fiar los intereses que las emociones. En este sentido escribí en este mismo Diario un Elogio del nacionalismo interesado.

El interés económico se convierte en una actividad benefactora. Como escribió el doctor Johnson, “hay pocas empresas en que un hombre pueda emplearse más inocentemente que en la obtención de dinero”. En Francia se puso de moda hablar de la douceur del comercio. “Este continuo intercambio de las comodidades de la vida constituye el comercio y ese comercio contribuye a todas las amabilidades (douceurs) de la vida”. Para Montesquieu “el espíritu del comercio lleva consigo el de frugalidad, economía, moderación, trabajo, prudencia, tranquilidad, orden y regla”. Es fácil reconocer aquí las virtudes de la burguesía”. En El espíritu de las leyes dedicó un capitulo a explicar cómo el comercio sacó a Europa de la barbarie: “El efecto natural del comercio es la paz. Dos naciones que negocian entre sí se hacen recíprocamente dependientes: si a una le interesa comprar, a la otra le interesa vender, y ya sabemos que todas las uniones se fundamentan en necesidades mutuas”.

Como aplicación de esta idea, en 1713 el abate de Saint-Pierre publicó un Proyecto para instaurar la paz perpetua en Europa. Quiso organizar un “sistema de paz” basado, diríamos ahora, en “juegos de suma positiva (conciliación, arbitraje y unión), que sustituyan al “sistema de guerra”, que son siempre “juegos de suma negativa”. Se trata de crear una sociedad de seguros mutuos en la que todas las naciones colaborasen en asegurar mutuamente la paz. El comercio es herramienta esencial. Un discípulo de Saint Pierre, el marqués Louis d’Argeson, ministro de Asuntos Exteriores de 1744 a 1747, decía: “Dejad haced a la multitud. Esta aprenderá que el paso de las mercancías de un estado a otro debería ser tan libre como el aire y el del agua Toda Europa no debería ser sino una feria, grande y común”.  Adam Smith piensa en un solo taller y un solo mercado. El impulso empresarial vendrá del deseo de enriquecerse; el control del consumidor que decidirá si compra o no. En ambos casos se trata de un egoísmo razonable, la confianza en que “los vicios privados producían virtudes públicas”.

El modo en que se hablaba del comercio revelaba este concepto amable. Turgot describe el libre comercio como “un debate entre cada comprador y cada vendedor” en el que los individuos hacen contratos, escuchan rumores, discuten el valor de las promesas del otro, y reflexionan sobre “la realidad del riesgo”. Adam Smith en sus lecciones sobre jurisprudencia, describe el intercambio como una especie de oratoria: “La inclinación natural a persuadir”, comenta, “es el principio sobre el que se funda el trueque” (Rothschild, E. Economic Sentiments. Harvard University press, 2001, p. 8).

¿Tenían razón los economistas ilustrados? La idea de que los intereses económicos pacificarían el mundo estaba vigente al comienzo del siglo XX. Cundía la idea de que la interdependencia financiera y económica de las naciones hacía imposible la guerra, pero estalló. Las pasiones se impusieron a los intereses. O tal vez haya que pensar que el interés económico puede convertirse en una pasión arrolladora, convertida en una versión de la “voluntad de poder”. En ese momento, la distinción establecida por Hirschsman entre “pasiones” e “intereses” desaparece. Los tratadistas clásicos consideraron que la avaricia era uno de los vicios capitales. Tomas de Aquino la define como “inmoderado amor de riquezas” y a continuación nombra su descendencia: la traición, el fraude, la mentira, el perjurio. La inquietud, la violencia y la dureza de corazón.

Los ilustrados, en este asunto, pecaron de ingenuidad.

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