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Los libros de Daniel Innerarity que comenté ayer tienen como idea central que la política ha entrado en la era del conocimiento, de la complejidad, en que es preciso desarrollar nuevos modos de gestionar la incertidumbre, una inteligencia colectiva. No menciona la gran creación de esa inteligencia colectiva, que he estudiado en varios libros, y que está apareciendo de nuevo en el que estoy escribiendo: la ética como conjunto de soluciones que la inteligencia humana ha creado para resolver los graves problemas de la convivencia. Creo que no lo hace porque supone que la democracia liberal no puede defender ningún sistema normativo. Me parece un mal análisis. Uno de los factores que hace más compleja nuestras sociedades es que reconoce más derechos, y que, por lo tanto, tiene que coordinar intereses legítimos muy variados. Si se prescinde de ellos, retornamos a la política ancestral, a la de siempre, brutal y simple. Ejemplo, Ucrania. La sofisticación de las armas empleadas y de los sistemas de información no pueden camuflar el arcaísmo de sus procedimientos: golpear con fuerza, destrozar, sitiar, matar. Las caravanas de los fugitivos no han cambiado a lo largo de los siglos, ni la furia, ni el miedo, ni la desesperación. El que a estas alturas de la historia pueda preocuparnos la posibilidad de una III guerra mundial es el reconocimiento de un terrible fracaso de la inteligencia. Los colapsos éticos siempre nos llevan a la atrocidad.