Las piezas del puzzle van encajando. Para mí, la experiencia más estimulante de escribir un libro es ver como aparecen relaciones cada vez más iluminadoras. El fenómeno de las ocurrencias, como el de la comprensión, está fuera del control de la voluntad. Lo único que podemos hacer es fijar una meta a nuestro cerebro y cambiar los estímulos con la esperanza de que, en un momento dado, por fin, diga ¡Ajá! ¡Eureka! Durante ese periodo de búsqueda nuestra inteligencia activa muchas antenas para captar temas o datos que ayuden al proyecto. Para facilitarlas la tarea, en esa situación suelo leer cosas muy diversas con la esperanza de que esas antenas reconozcan algún patrón, una de las habilidades más poderosas y fascinantes de nuestro cerebro. Por eso, continúo escribiendo el Diario de un investigador, que me hace tratar temas muy dispares, al tiempo que tanteo caminos posibles en las Monografías Gamma.
A veces pienso que son trabajos perdidos, pero esta mañana “me ha ocurrido” una idea. Esa expresión que ahora suena rara es la versión original del actual “se me ha ocurrido”. Indicaba claramente que soy el sujeto pasivo de la ocurrencia. ¡Ojalá pudiera tenerlas a voluntad! Lo que me ha ocurrido es que he visto ante mí el libro abierto como un mapa. No, más bien como un “diagrama de flujo”. De la esencia humana que es el deseo (Spinoza) salen todas las creaciones de la inteligencia humana. Y como el nervio oculto del deseo es la búsqueda de la felicidad, la historia entera puede leerse como las aventuras y desventuras de esa búsqueda.
”Voy a llamar “pasiones” a esas experiencias afectivas (deseos, expectativas, emociones, sentimientos) cuando por su intensidad son capaces de influir en el comportamiento humano.
La corriente pasional comienza humildemente con la ampliación de las estructuras heredadas de nuestros antepasados. Como dice brillantemente Juan Luis Arsuaga, por ser mamíferos somos emocionales, y por ser primates somos sociales. Si buscamos una genealogía más radical podemos acudir a E. Rolls: las necesidades básicas son dirigidas por dos emociones matrices -dolor y placer- que se movilizan como huida y atracción. A partir de ahí, van surgiendo distintos tipos de recompensas y sanciones, y también de deseos y emociones más complejos. Voy a llamar “pasiones” a esas experiencias afectivas (deseos, expectativas, emociones, sentimientos) cuando por su intensidad son capaces de influir en el comportamiento humano. De la índole social hemos heredado las estructuras jerárquicas, y algunos sistemas de colaboración. Hay necesidades básicas que compartimos con ellos, y algunas emociones, básicas también, como el miedo, la furia, el asco, la sumisión, la pertenencia al grupo, la relación con el territorio. Pero la inteligencia humana, al ser capaz de manejar representaciones y de alumbrar un mundo simbólico, amplia nuestro campo de necesidades, deseos, y emociones. Para estudiar ese dinamismo expansivo, que nos va alejando más de nuestros ancestros, sin separarnos del todo, cuento con los trabajos de Frans de Waal, Richard Wrangham, Michel Tomasello, y los investigadores de la co-evolución gen-cultura, en especial Robert Boyd, Peter J. RIcherson y Josep Heinrich. Me ha reconfortado en mi idea que Francis Fukuyama al estudiar los orígenes del orden político se haya remontado a los chimpancés.
La satisfacción de nuestras necesidades y deseos plantea problemas, que obligan a la inteligencia a buscar soluciones. Este es el mecanismo esencial de la historia. La cultura se presenta, así como el modo de satisfacer los deseos humanos, como han estudiado. Antonio Damasio, y de Thomas Sowell, dos compañeros de viaje cuya compañía kiacepto encantado. Lo que para mí ha sido una sorpresa -un tardío descubrimiento del Mediterráneo, sin duda- es descubrir un guion evolutivo claro: pasiones, problemas, búsqueda de soluciones, instituciones. El concepto de “institución” me resulta útil para contar esta historia. Veblen las definió como
”“Hábitos de pensamiento establecidos, comunes a la generalidad de los hombres”
North como “sistema normativo que rige las conductas”. Para otros son modos de organización estables. Resumiré esas definiciones definiendo una institución como una sedimentación -en forma de habito mental, de habito conductual o de organización- de las soluciones dadas por la inteligencia a un problema concreto, y que tienen la suficiente estabilidad para transmitirse como bien cultural.
En efecto, cada una de las instituciones humanas -desde los sistemas políticos más sofisticados hasta las normas culinarias o higiénicas- son soluciones a problemas planteados por la urgencia de las necesidades o las expectativas, de los deseos y las emociones, de las pasiones, en suma. Es fácil ver los deseos que se han ido entrelazando para dar origen a los distintos tipos de familia. O la diferenciación de las clases sociales. O las guerras. O los acuerdos de paz. Los modernos “institucionalistas”, como Fukuyama en lo político o Gandlgruber en lo económico, consideran que sin acudir al estudio de las motivaciones no podemos entender una institución. (Fukuyama, F. Los orígenes del orden político, Deusto, 2016; Gandlgruber, B. Instituciones, coordinación y empresas, Anthropos/uam, Barcelona. 2010). Eso es lo que quiero estudiar: el paso de las motivaciones a las instituciones. Creo que mi proyecto avanza por buen camino.
La ciudad es un claro ejemplo de esta genealogía pasional. ¿Por qué se unieron los humanos? Porque buscaban seguridad y ampliación de sus posibilidades. Dos deseos básicos. Eso dio origen a instituciones cuyas huellas arqueológicas se conservan: las murallas, el tajo, el mercado, el palacio y el templo. Seguridad, producción, intercambio, poder político, poder religioso. Más tarde aparecerá otra institución: la escuela. Y luego, por supuesto, muchas más. En mi biblioteca hay una estantería dedicada a la ciudad, porque creo que sus cambios arquitectónicos son un reflejo de profundos cambios sociales y psicológicos.
La nueva situación da origen a nuevos deseos: en primer lugar, el de propiedad. En segundo lugar, se amplía la sociabilidad que pasa de dirigirse a grupos pequeños, en los que todos los miembros eran conocidos, a grupos más amplios y con relaciones muy laxas. Aparece también, como expansión de las jerarquías animales, el poder, que muy pronto se ramifica en dos grandes dispositivos: el político y el religioso. Y también el número creciente de interacciones estimula la creatividad. Los grupos muy pequeños evolucionan muy lentamente.
Veo con claridad la posibilidad de contar la historia de la humanidad como un despliegue, cada vez más rico y plural, de la fuerza expansiva de un ser inteligente cuyo motor principal son las pasiones. Leo las ultimas noticias en el periódico: guerra en Ucrania, refugiados que huyen, alegría de un equipo de futbol por su victoria, escasez de aceite de girasol, un nuevo asesinato machista, la conferencia episcopal acepta colaborar para investigar los casos de pederastia, polémica sobre la inclusión en los programas educativos de la problemática trans, alarma ante el auge del bitcoin, reservas ante el metaverso de Zuckerberg. Es posible que esté siendo víctima de un espejismo de evidencias, pero me parece ver el hilo que une todas esas noticas con el repertorio emocional de nuestros ancestros.
Por supuesto, esa claridad puede ser engañosa, pero eso no lo sabré hasta el final de mi investigación.