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Siempre tengo muchos proyectos aparcados, esperando su oportunidad. Suelen estar tranquilos mientras estoy escribiendo un libro, pero empiezan a removerse cuando lo he terminado. Esa es mi situación actual. No es una rareza mía. Contaba Thomas Mann que a principios de 1943 terminó la redacción de José y sus hermanos, y retiró de su cuarto de trabajo la enorme cantidad de documentación acopiada para esa obra. La mesa estaba limpia, sin ningún proyecto narrativo en curso. El 15 de marzo aparece en su Diario una nota que no guarda relación con nada: “Revisión de viejos papeles con material para el Doctor Faustus”. Cuando más tarde comenta esta anotación no sabe a qué papeles se refiere. El día 27 escribe: “Encuentro el plan en tres líneas del Doctor Faustus, del año 1901”. Habían transcurrido cuarenta y dos años desde que hiciera algunos apuntes, como posible proyecto de trabajo sobre el pacto con el demonio de un artista.

En este momento me ha sucedido algo parecido. En el último número de la revista Le Point leo un reportaje titulado Rendre justice aux justes. Hacer justicia a los justos.  En Israel, el Yad Vashem (Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá) otorga, después de un riguroso estudio, el título de “Justo entre las naciones” a las personas que protegieron a judíos durante la persecución nazi, con riesgo de sus vidas. Acaban de dárselo a dos mujeres francesas –Léontine Bracchi y Mathilde Gauthier– que hace ochenta años escondieron a niños judíos, salvándoles de la muerte.  Hay varios españoles incluidos en esa honrosa nómina: Ángel Sanz Briz, embajador de España en Hungría; José Ruiz Santaella, agregado en la embajada española de Berlín: Sebastián Romero Radigales, cónsul general de España en Atenas: Eduardo Propper de Callejón, secretario en la embajada española en Paris.

Esta noticia me ha recordado que, tras escribir Biografía de la Inhumanidad, la trágica historia de cómo la humanidad puede una y otra vez volverse atroz, añadí un epílogo titulado: “Pero los justos existen”. En efecto, durante mis investigaciones me había encontrado una y otra vez ejemplos heroicos o cotidianos de bondad, de resistencia al mal, de lucha por la justicia. Mantuvieron el rumbo de la humanidad. Uno de esos casos me lo proporcionó Ervin Staub, uno de los más reputados investigadores sobre genocidios y sobre las raíces del mal, que también estudió las raíces del bien. Cuenta que vivió de niño la persecución judía en Hungría. 450.000 judíos húngaros fueron deportados a Auschwitz en el verano de 1944 y la mayoría asesinados inmediatamente. La familia Staub se salvó gracias a la ayuda de Raoul Wallenberg, un miembro de la rama pobre de una rica familia sueca de banqueros, que fue a Hungría a intentar salvar vidas. Y también, gracia a María, una mujer cristiana que trabajaba para su familia, que con peligro de su vida escondió a su hermana y a él.

También mencioné la historia de Janusz Korczak, director del “Hogar de los huérfanos”, en Varsovia, donde cuidaba de doscientos niños judíos. Cuando estos fueron deportados al campo de Treblinka, fue con ellos para que no se sintieran solos y murió con ellos.

En ese epílogo incluí dos ejemplos colectivos de valentía moral. El pueblo francés de Le Chambon, de 5000 habitantes, situado en la zona montañosa de Auvernia, salvó a más de 5000 personas de la persecución nazi desde 1940 a 1944. Alrededor de 3500 eran judíos, pero también ayudaron a algunos republicanos españoles huidos de los campos de concentración. (Hallie, P. Lets Innocent Blood Be Shed, Harper Perennial, Nueva York, 1979). El segundo ejemplo está protagonizado por una nación entera. A finales de agosto de 1943, las fuerzas de ocupación alemanas deciden trasladar a campos de concentración a los 7800 judíos residentes en Dinamarca. Cientos de ciudadanos se movilizan para avisar a todos los judíos para que huyan de sus casas y se escondan. La Universidad cerró en protesta por la amenaza de deportación y los obispos de Dinamarca redactaron una declaración que se leyó en todos los pulpitos de la nación. Con la implicación de miles de personas, 7200 judíos pudieron trasladarse a Suecia. Solo 600 fueron hechos prisioneros. Samuel Abrahamsen, en su estudio sobre estos hechos, se pregunta con razón: “¿Por qué el rescate de los judíos tuvo éxito en Dinamarca y no en otros lugares?” (Abrahamsen, S. “The rescue of Denmark’s Jews”, en Goldberger, L. (ed.) The Rescue of the Danis Jews. Moral courage under stress; New York University Press, Nueva York, 1987).

Estas y otras muchas historias me hicieron pensar que debería escribir una biografía de esas personas. ¿Sería posible mostrar que los luchadores por la justicia han sido los verdaderos timoneles de la historia, al menos hasta ahora? Recordé un pasaje de la Biblia (Gen, 18, 16) en el que Abraham intenta convencer a Yahvé para que no destruyera Sodoma por su maldad. Después de una larga negociación, Yahvé promete perdonar a la ciudad si hubiera al menos un justo en ella.

Abandoné el proyecto, sin duda por su dificultad. Por de pronto, personas que habían trabajado heroicamente por la justicia posiblemente no eran perfectos en su vida personal, lo que plantea un serio problema. Me enfrentaba también con lo que Karen Armstrong llama “el dilema de Asoka”, el emperador que quiso implantar la paz y se convenció de que para hacerlo tenía que mantener el ejército. ¿Se puede luchar por la justicia sin mancharse las manos? Es posible que recordara la afirmación de Dostoievski sobre la dificultad de escribir la vida de un hombre bueno, propósito que mantuvo toda su vida, y que el final realizó en su novela El idiota.

¿Me ha llegado el momento de retomar el viejo proyecto de una Biografía de los justos? No lo sé…todavía.

 

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