Skip to main content

La polarización política va en aumento, y es un fenómeno apto para ser interpretado en clave emocional, iluminándolo con rayos gamma. El reciente asalto a las instituciones de los partidarios de Bolsonaro es un claro ejemplo. El asalto al Capitolio americano fue un antecedente claro. Estados Unidos es un país a observar por su capacidad de imponer modas. La polarización violenta podría ser una de ellas. Uno de cada tres estadounidense, sean demócratas o republicanos, cree que la violencia está justificada para conseguir los objetivos políticos de los partidos. En septiembre del 2020, el 44% de los republicanos y el 42 % de los demócratas dijeron que la violencia estaría por lo menos “un poco justificada” si el candidato del otro partido ganara las elecciones. El 38% de demócratas y republicanos dijeron que se sentirían molestos o muy molestos si un hijo suyo se casara con alguien del partido opuesto (Diamond, L. et alt. “American Increasingly Believe Violence is Justified if the Other side Wins”, Politico, 1.10.2020; Opzoomer,I.: “American Speaks: What do They Think About Cross. Party Marriages”, YouGov,24.10, 2020). Según una encuesta realizada el pasado agosto por The Economist y YouGov, un 43% de estadounidenses piensan que una guerra civil es posible en su país en la próxima década.

Hasta aquí llega la historia y la sociología del presente. La Psicohistoria.

Intento ir más allá y comprender este fenómeno. La polarización política es una manifestación más del “equipaje desconocido” con el que viajamos. Todos estamos sometidos a mecanismos no conscientes que interpretan la información que recibimos. Sufrimos sesgos cognitivos o emocionales que no elegimos. Algunos son innatos. Uno de esos automatismos mentales deriva de la evolución social de nuestra especie. Estamos preparados para integrarnos en un grupo y oponernos a otros. El automatismo y fuerza de este mecanismo lo mostró en 1954 Muzafer Sherif en un famoso experimento. Dividió a los niños de un campamento, de once y doce años, aleatoriamente en dos grupos, que se llamaron a sí mismos Serpientes de cascabel y Águilas. Muy rápidamente se estableció una identidad de grupo y una hostilidad hacia al otro, hostilidad que fue haciéndose rápidamente más violenta. A Sherif le interesaba comprender por qué la pasión dentro de los grupos se convierte en salvajismo contra los forasteros. De joven había presenciado la feroz guerra étnica librada en los últimos días del imperio otomano, Los niños armenios desparecieron repentinamente de la ciudad y el mismo estuvo a punto de perder la vida cuando los soldados griegos ocuparon su ciudad y mataron indiscriminadamente a los turcos.

A Henri Tajfel le interesaba lo mismo. También el había sufrido los horrores del odio tribal. Judío polaco, vio como toda su familia moría asesinada durante el Holocausto. Comprobó que una vez incluidos en un grupo los individuos tendían a establecer relaciones de pertenencia y a intentar distanciarse del otro grupo, aunque las diferencias iniciales fueran mínimas. En uno de sus experimentos se mostró a los sujetos cuadros de Kandinski y de Paul Klee para que eligieran pintor. A continuación, se constituyeron dos grupos cada uno con los admiradores de uno de esos pintores. La diferencia no podía ser menor. La distancia entre ellos se fue ampliando sin razón ninguna. (Tajfe, H. “Experiments in intergroup discrimination”, Scientific American, 223 (5), 1970). En otro estudio se formaron grupos a partir de un mero lanzamiento de moneda. Por sorprendente que resulte, los sujetos participantes mostraron un sesgo endogrupal a pesar de que sabían que su pertenencia a uno u otro grupo se había decidido de esa forma (Billig, M. y Tajfel, H., “Social categorization and similarity in intergroup behaviour”, European Journal of Social Psychology, 3 (1), 1973.). Un estudio de 2019 mostró que el 77% de los ciudadanos estadounidenses consultados afirmó que los simpatizantes del partido político opuesto son seres humanos menos evolucionados, (Martherous, J. et alt. “Party animals? Extreme partisan polarization and deshumanization”, Political Behavior, 2019). Otro sesgo cognitivo presenta como bienintencionados todas las motivaciones de su grupo y malintencionados las de la oposición.

Las conclusiones de Tajfel eran más dramáticas que las de Sherif. Este sugirió que los conflictos se basaban en el reparto del poder y de los recursos. Tajfel concluyó que no tenían por qué basarse en nada real, sino solo en la percepción de alguna diferencia, aunque no tuviera una base económica o política. Era un automatismo afectivo que funcionaba a su aire, un “mecanismo categorial” posiblemente innato. Aparece ya en bebés de 9 y 14 meses (Hamlin,J.K.m et alt. “Not like me= bad: Infants prefer those who harm dissimilars others”, Psychological Science, 24 (4), 2013). En un estudio en el que se escaneaba el cerebro de fanáticos de un equipo de futbol se comprobó que cuando veían que recibían descargas eléctricas aficionados del mismo equipo se activaban regiones relacionadas con la empatía, pero cuando las recibían los del equipo contrario se activaban las áreas de la recompensa. (Berreby, D. Us and Them: The Science of Identity, University of Chicago Press, 2008, p. 25). El cerebro considera un premio ver sufrir a un enemigo.

En resumen, nuestra evolución nos juega una mala pasada porque nos impulsa a la identificación con nuestro grupo y a la hostilidad contra los demás. Esto va acompañado de la tendencia a profundizar en las diferencias, a simplificar las posiciones para evitar los matices, a aumentar la distancia y probablemente la agresividad. Como decía el añorado Jorge Wagensberg, “estar a favor une menos que estar en contra”. Por ello, nada une más a un partido que el odio al partido contrario. Los humanos hemos aprendido a convivir a pesar de esta tendencia innata a la polarización, pero los agitadores políticos o sociales pueden llamar a rebato y despertar la pulsión tribal. Eso es lo que ha sucedido en muchos conflictos étnicos o nacionalistas. Jonathan Glover, en su imprescindible libro Humanidad e inhumanidad, opina que raramente los conflictos tribales “estallan” de forma espontánea. La hostilidad es inflamada por la retórica nacionalista de los políticos. Otros grupos se sienten luego amenazados reaccionan con su propio nacionalismo defensivo.  La gente se ve empujada a una trampa política. A continuación, por vías psicológicas más profundas, los grupos rivales resultan mutuamente atrapados por sus respuestas recíprocas. Así es como se dividió Yugoslavia” (p. 173) En la ex Yugoslavia era imposible que la mayoría deseara el conflicto étnico. Cerca del cuarenta por ciento de las familias procedía de varias etnias.

¿Cómo podemos protegernos de estos poderosos mecanismos no conscientes? Conociéndole e impidiendo que tomen el control de nuestra acción. Las sociedades han buscado también una solución moral a esta polarización. En el próximo post explicaré por qué no ha funcionado y lo que deberíamos hacer para que funcionase.

 

Deja tu comentario