”¿Son los gobiernos de coalición un ejemplo de Inteligencia Colectiva? Cumplen uno de los requisitos -la diversidad-, pero ¿son capaces de poner en práctica los procesos de integración del conocimiento? ¿Cómo pueden tomarse decisiones en un Consejo de ministros en el que algunos miembros no han sido elegidos por el presidente, sino por votación popular y tienen posturas distintas sobre muchos temas?
Los gobiernos de coalición son normales en países democráticos que no tienen un sistema bipartidista como el estadounidense, porque es la única manera de gobernar cuando el poder está muy distribuido. Parece que es una solución práctica, difícil, a la que se ha solido tildar de inestable, pero que ha funcionado bien en muchos sitios. Tal vez por eso durante largo tiempo no interesó a la ciencia política. Hasta los años sesenta los politólogos no se ocuparon de hacer una teoría de las coaliciones. Abrió el campo William H. Riker con su influyente The Theory of Political Coalitions. Las estudié por motivos no políticos. Uno de los ídolos científicos de mi juventud fue John von Neumann, un genio matemático al que debemos la arquitectura básica de los ordenadores, y que elaboró la “teoría de juegos” que tanto juego ha dado en el pensamiento contemporáneo (Me avergüenzo del fácil juego de palabras). La teoría de juegos estudiaba la toma individual de decisiones racionales. Y esto es lo que me interesaba porque la función principal de la inteligencia es tomar decisiones y actuar. Fue apoyada por la Rand Corporation, interesada en estudiar estrategias para tratar las complejidades de la guerra fría. La teoría de juegos parecía poder fundar una ciencia política rigurosa, pero surgió un problema. Se basaba en la racionalidad de los individuos, pero no decía nada de la racionalidad colectiva. ¿La suma de decisiones individuales era de fiar? Se suponía que temas tan complejos como un ataque nuclear no iba a tomarla solo Stalin, sino que sería una decisión colegiada. Para enfrentarse a la Guerra Fría era necesario, por tanto, elaborar una teoría científica de la toma de decisiones por los grupos. Von Neumann prometió hacerla, pero no la hizo. De ello se encargó Kenneth Arrow, con un trabajo sobre “elecciones racionales y preferencias individuales” que años después le valió el Premio Nobel de Economía. Las conclusiones eran pesimistas: cuando entran en juego tres preferencias o más, la votación es el modo más democrático de tomar decisiones, pero no asegura una decisión consistente. Una votación puede dar resultados muy distintos, según las coaliciones que se establezcan. Es el famoso “Teorema de la Imposibilidad”, que muchos consideraron como “de la imposibilidad de una democracia racional”. Los liberales de Hayek -otro premio Nobel- consideraron que ese teorema daba fundamento a su negativa a aceptar que se pudieran definir conceptos como “bien común” o “bienestar social”. Solo había preferencias individuales y de su suma mediante los votos no resultaba nada coherente. Margaret Thatcher lo resumió en un tuit político: “La Sociedad no existe”. Su individualismo determinó su estilo de gobernar.
”¿Son los gobiernos de coalición un ejemplo de Inteligencia Colectiva? Cumplen uno de los requisitos -la diversidad-, pero ¿son capaces de poner en práctica los procesos de integración del conocimiento? ¿Cómo pueden tomarse decisiones en un Consejo de ministros en el que algunos miembros no han sido elegidos por el presidente, sino por votación popular y tienen posturas distintas sobre muchos temas?
”"Un jefe de gobierno debe fomentar el debate, escuchar los argumentos, comprenderlos, ponderarlos y tomar una decisión. Eso hace tan difícil su tarea"
El pesimismo de Arrow le condujo a pensar que la única manera de salir del callejón de salida de las coaliciones era una dictadura. Creo que la Inteligencia dual que he explicado permite una salida menos drástica, pero que exige una especial configuración de la inteligencia del ejecutivo, que es lo que estamos intentando analizar. En un reportaje publicado en El País (28.10.2022) sobre el primer gobierno socialista, Solchaga recordaba que Felipe González les dijo: “Aquí en el Consejo no vamos a votar. Vamos a debatir todo el tiempo que sea necesario. Pero una vez que yo vea que está el debate agotado, tomaré una decisión y aquí a todo el mundo le toca respaldarla y punto”. En sus memorias, Guerra se atribuye la autoría de esa frase: “Aquí no se vota”. Tal vez a alguien le parezca un tic autoritario, pero a mí me parece que esa es la obligación de un jefe de gobierno. Debe fomentar el debate, escuchar los argumentos, comprenderlos, ponderarlos y tomar una decisión. Eso hace tan difícil su tarea.