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Nuestra inteligencia tiene una estructura dual. En ella distinguimos un nivel de procesamiento rápido y no consciente que está continuamente captando, elaborando y guardando información. Es lo que Kanehman denomina Nivel 1 y yo inteligencia generadora. Una parte de esa información elaborada pasa a estado consciente (nivel 2) y allí es gestionada por una estructura de alto nivel: la inteligencia ejecutiva. Esta tiene su sede en los lóbulos frontales y se encarga de tareas muy bien precisadas por los neurólogos: inhibe el impulso, fija metas, dirige la atención, da órdenes a la inteligencia generadora, evalúa sus propuestas y las bloquea, corrige o pasa a la acción. Una vez iniciada la acción, se encarga de mantener el esfuerzo, monitorizar el proceso, y, en su caso, dar la orden de parada.

Este esquema puede aplicarse para resolver el problema planteado en post anteriores. ¿Es más fiable la inteligencia colectiva o la inteligencia individual? En efecto, el cerebro humano es la mayor energía colectiva que conocemos. Está formada por cien mil millones de neuronas que trabajan con una cierta autonomía, pero que mantienen un grado de integración que en condiciones normales puede ser extraordinariamente eficiente.

Lo que nos dice la neurociencia es que la inteligencia más eficiente -es decir, la que toma mejores decisiones y resuelve mejor los problemas- es el resultado de la interacción adecuada entre la inteligencia generadora y la inteligencia ejecutiva. La primera debe tener información suficiente y procesos automáticos rápidos, extensos, y eficientes para producir ocurrencias. La segunda, debe tener los criterios de evaluación y la capacidad de selección de esas ocurrencias. Si falla la capacidad de producir muchas y buenas ideas o la capacidad de evaluarlas o bloquearlas en caso necesario, la inteligencia de ese sujeto fracasa.

La estructura dual puede aplicarse también a los grupos, que para funcionar eficientemente deben tener un nivel generador y un nivel ejecutivo.

El nivel ejecutivo -en nuestro caso el gobernante- recibe de la inteligencia generadora información sobre necesidades, deseos, expectativas. De esto se encargan los miembros del gobierno, la administración, y otras fuentes de información. El gobernante tiene que sintetizar y seleccionar toda esa información. A esto se refería Isaiah Berlin al hablar de la capacidad integradora de gran político. Para lograrlo tiene que haber ido elaborando un modelo propio de la realidad. Al estudiar las competencias que debían tener los diplomáticos McClelland identificó la habilidad de comprender con rapidez el funcionamiento de redes complejas y las fuerzas y tensiones que actuaban en ellas. De Lyndon Johnson se ha elogiado el conocimiento que tenía del sistema político americano, de los miembros de las dos cámaras, de sus intereses y sus puntos débiles, y que eso le permitió conseguir grandes triunfos legislativos.    El ejecutivo debe distinguir lo relevante de lo irrelevante, fijar prioridades, y encargar a la inteligencia generadora –el gobierno, la administración o la sociedad en general- que le proporcionen soluciones. No hay nada más peligroso que un gobernante que cree que él las conoce ya. Para esto es importante la inteligencia colectiva. Ella debe movilizar el máximo de conocimientos posibles, combinarlos, debatir las mejores soluciones, y presentarlas a la evaluación del sistema ejecutivo, de quien depende el paso a la acción.

El gobernante puede aceptar la propuesta o pensar que es necesario mejorarla, en cuyo caso la devolverá a las instancias generadoras. En el campo político se da una interacción semejante a la que se da en el cerebro de un creador, entre la fuente de sus ocurrencias y la selección que hace de ellas. Cuando Picasso firmó un contrato con su marchante Karwheiler le puso como condición que sólo él -Picasso- podría decidir si una obra estaba acabada. Él era el único que lo sabía.

Por ello, el talento del gobernante comienza en su peculiar comprensión de una realidad compleja, en su capacidad de distinguir lo relevante, y en una habilidad para reconocer posibilidades de acción. Siguiendo con la analogía cerebral, una inteligencia generadora fértil y productiva dejada a su aire no aseguraría un comportamiento eficaz. En nuestro cerebro hay siempre redes en competición queriendo hacerse con el poder -pasar a la acción- y si prescindimos de la función de control del sistema ejecutivo el comportamiento se hará impulsivo, es decir, la red emocionalmente más poderosa triunfará. La inteligencia del gobernante ha de actuar como filtro.

Además, la figura del gobernante nos permite resolver el teorema de la imposibilidad, demostrado por Kenneth Arrow, premio nobel de Economía, del que hablaré en el próximo post.