En el post anterior comenté la noción de “ruido” elaborada por el premio Nobel de Economía Daniel Kahneman. Lo define como la “variabilidad no querida sobre un mismo tema”, es decir, el hecho de que varias personas juzgando un mismo hecho o una misma teoría tengan opiniones diferentes e irreconciliables. En sus estudios experimentales ha sometido un mismo caso a diferentes jueces, un mismo peritaje a expertos de compañías de seguros y un mismo caso clínico a diferentes médicos. Las variaciones -en este caso no queridas- eran mucho más altas de lo sensatamente predecibles y, sobre todo, deseables. Podían llegar a afectar hasta el 40% de las decisiones. Esto es lo que le hizo interesarse por el fenómeno e intentar reducir esa variabilidad. Kahneman propone que las organizaciones o los sistemas sociales -como el jurídico o el político- realicen “auditorías de ruido”, para ver si su nivel de variabilidad es excesivo y si puede reducirse. Se trata de fomentar el “buen juicio” en todos los comportamientos humanos. Este es un tema esencial para la política, que debe intentar reducir los errores y disminuir la variabilidad no querida, pero que ha sido poco estudiado. Por eso vamos a hacerlo en nuestra Academia.
El sistema de partidos se basa en la diferencia de opiniones acerca del modelo de sociedad ideal, de cuáles son los problemas más importantes, de su prioridad, y de la mejor solución para ellos. La identidad de cada partido se basa en un conjunto de creencias, de valores y de recetas prácticas, que es lo que se denomina “ideología”. Lo que debería preguntarse la “auditoria de ruido” es si esa variación es querida o no querida, funcional o disfuncional, es decir, si produce o no produce ruido.
Las dictaduras rechazan el pluralismo ideológico, porque piensan que la verdad es única, pero el error múltiple. En España tuvo mucha repercusión el libro El crepúsculo de las ideologías,escrito por Gonzalo Fernández de la Mora, posiblemente el ideólogo más inteligente del franquismo. Según él, las ideologías (y de paso los partidos políticos) eran una patraña que no servía para entender la realidad. Para ello teníamos la ciencia, la técnica y la ética política. En 1957, un gobierno tecnócrata encarnó esa idea, que se basaba en un modelo desarrollista que también se puede considerar ideológico. Como reacción al pensamiento único de la dictadura, la Constitución española consagró como valor fundamental el “pluralismo político”, es decir, el pluralismo ideológico.
Sin embargo, ocurre un fenómeno paradójico. En el fondo, ninguno de los partidos existentes se siente a gusto reconociéndose como “ideológico”, porque desde Marx el término tiene un significado peyorativo: son las creencias impuestas por la clase dominante, una impostura con la que hay que acabar. Incluso fuera de la terminología marxista, las ideologías tienen las siguientes características, algunas de las cuales resultan inquietantes:
(1) Proporcionan una visión del mundo.
(2) Presentan un conjunto de soluciones fijas y preestablecidas para los problemas sociales.
(3) Son dogmáticas, y se basan en emociones o en premisas que no pueden ser comprobadas ni refutadas.
(4) Se acompañan de proselitismo, propaganda y, en grados extremos, de adoctrinamiento.
(5) Cuentan con justificaciones internas y externas para explicar sus propios fracasos, es decir, se inmunizan contra la crítica.
Estas características hacen que ningún partido se reconozca como ideológico, (se prefiere hablar de ideario y no de ideología) y en cambio culpe a sus oponentes de estar ideologizados. La carga peyorativa del término hereda la distinción platónica entre “episteme” y “doxa”, entre conocimiento y opinión. La ciencia es una, las opiniones pueden ser varias. El conocimiento es la opinión verificada. La ciencia, que es la manifestación sistemática del conocimiento, se opone a la ideología, que es la manifestación sistemática de la opinión. Trayendo esa distinción al plano político, ¿se puede verificar el contenido de su ideología? ¿Podemos decir que una es más veraz, adecuada, rigurosa, justa que otra? ¿La oposición entre ellos es tan total como parece, dada la bipolarización rampante, o es una mera estrategia electoral para distinguirse?
Para intentar aclarar el tema, en los próximos post estudiaré por qué la gente elige una ideología u otra, es decir, un partido político u otro. Volviendo al modelo de “inteligencia dual” que presenté en el post anterior, ¿quién elige el partido, el Sistema 1 (automático, emocional, no consciente) o el Sistema 2 (consciente, reflexivo)? Utilizando mi terminología, ¿es la inteligencia generadora o la inteligencia ejecutiva?