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Lo más probable es que no lo sepa, aunque pueda darme muchas razones. El idioma, que es muy sabio, debería hacernos sospechar. Nos dice que SOMOS progresistas o conservadores, igual que dice que SOMOS cristianos, musulmanes, budistas o ateos. No es algo que pensamos o que hacemos, es algo que nos define e identifica. Por eso, los ataques contra nuestra fe, sea política o religiosa, los consideramos un ataque personal inaceptable, y eso impide cualquier tipo de debate. Reconocer el incierto origen de nuestras creencias debería hacernos más humildes acerca de sus certezas. Un fervoroso cristiano madrileño hubiera sido probablemente un fervoroso musulmán si hubiera nacido mil kilómetros al sur, o un fervoroso luterano si hubiera nacido dos mil kilómetros al norte. No estoy rechazando las ideologías ni las religiones, sino los nocivos efectos que un exceso de certezas provoca en ambas. La humildad epistémica es una virtud grande y pacífica. 

Por esta razón, en la Academia del Talento político nos interesa estudiar la “psicología de las decisiones políticas”, y también de las religiosas, por la importancia política que las religiones han tenido y tienen. Tendemos a justificar nuestra simpatía por un partido político aduciendo razones, pero las investigaciones muestran que en general primero se decide y luego se intenta justificar la decisión. No se trata de una falta moral, sino de un mecanismo automático de nuestra inteligencia, que puede hacernos tomar malas decisiones si no lo conocemos.  

Voy a mencionar un caso que está muy bien estudiado. ¿Por qué unas personas son conservadoras o progresistas, de derechas o de izquierdas, republicanas o demócratas en EEUU? Ambas posturas implican la elección de un complejo sistema implícito, que puede mantenerse oculto si no nos empeñamos en revelarlo, y que dirige las preferencias. Esta es la palabra clave: ¿Por qué preferimos una cosa a otra? Tanto la mentalidad conservadora como la mentalidad progresista defienden ideas cuya relación resulta difícil de percibir. George Lakoff –en su libro Política moral. Cómo piensan progresistas y conservadores– se preguntó qué podían tener en común distintas tesis republicanas en Estados Unidos: la oposición al aborto, la defensa de la pena de muerte, la oposición al ecologismo, al cambio climático, al control de armas, o al salario mínimo. En España, estudié ese sistema implícito en el ideario de Vox. ¿Qué une la lucha contra el aborto, el patriotismo, las fobias LGTBI, la defensa de la caza, los toros y las procesiones de Semana Santa, las políticas neoliberales en economía o la negación de la violencia de género? Los demócratas americanos acusan a los republicanos de defender la vida del no nacido, pero negarse a aprobar programas de asistencia sanitaria al ya nacido. Los conservadores piensan que las ayudas sociales son inmorales porque minan la disciplina y la responsabilidad del individuo. Hablan de esfuerzo y resistencia, mientras que los progresistas hablan de preocupación por los débiles, de justicia social, de necesidades y ayudas. Los demócratas americanos acusan a los republicanos de no tener compasión, y los republicanos acusan a los demócratas de que solo tienen compasión, pero les faltan otros valores esenciales: amor a la libertad, valoración del esfuerzo personal, lealtad y patriotismo. Las diferencias se manifiestan también al tratar el tema de la desigualdad. Hace ya muchos años que Norberto Bobbio consideró que el modo de concebirla era la principal diferencia entre derechas e izquierdas (Bobbio, N., Destra e sinistra. Ragioni e significati di una distinzione política). Las derechas creen que es un hecho natural e irremediable (“siempre habrá pobres entre vosotros”, se lee en el evangelio); la izquierda, que es una creación social y una injusticia. En Estados Unidos una parte importante del electorado republicano piensa que el pobre es responsable de su pobreza. Las diferencias continúan presentándose en la idea del Estado (mínimo para los conservadores y máximo para los progresistas), de la libertad (puramente negativa para unos y positiva para otros), del bien común o de la justicia social (para los republicanos una trampa para justificar la injerencia del Estado), del patriotismo (nacionalismo republicano frente a multilateralismo demócrata). Son posturas que se puede intentar debatir racionalmente. Pero no lo hacemos. Abrazamos una u otra porque su verdad nos parece evidente e incontrovertible y, sobre todo, porque el contrario nos parece detestable. Quien no lo vea debe tener algún fallo cognitivo o moral.  

¿Por qué unas personas son republicanas y otras demócratas o, para adoptar una terminología más universal, conservadoras o progresistas, de derechas o de izquierdas?

La preferencia por una concepción del mundo tiene raíces profundas y poco conscientes. Hay expertos que sostienen que la elección política puede estar incluso genéticamente influida. Hatemi y colegas, a partir del análisis del ADN de doce mil personas, han creído descubrir un componente genético en esa elección (Hatemi, P.K. et alt: “Genome-Wide Analysis of Liberal and Conservative Political Attitudes”). No es que haya un gen de derechas o un gen de izquierdas. El asunto es más sutil. La distribución de neurotransmisores en un individuo le hacen más sensible a las amenazas y al miedo, o más propenso a disfrutar con la novedad. Diferentes pruebas en Estados Unidos muestran que los republicanos valoran más la seguridad y el orden mientras que los demócratas disfrutan más con la novedad, el cambio y la búsqueda de emociones. En realidad, hay que entenderlo al revés. Quienes prefieren la seguridad y el orden son políticamente republicanos. Creo que esos resultados son extrapolables a nuestro país. Estudios hechos a partir de los modelos de personalidad corroboran esta visión. Moscovici, Chirumbolo, Sensales y otros han visto la correlación de las preferencias políticas un rasgo de personalidad: la apertura a la experiencia, y, en especial, con lo que los psicólogos llaman “locus de control” (Chirumbolo,A.-Sensales,G.-Kosic,A.: Ideologia, personalità e bisogno di chiusura cognitiva”, Giornale italiano di psicología).

Este último punto me parece interesante. Ante un hecho hay personas que insisten en la responsabilidad individual (locus de control interno), y otros que insisten en la responsabilidad social (locus de control externo). Los primeros tienden a ser de derechas y los segundos de izquierdas. Al explicar algunos temas sociales como la pobreza, el paro o la enfermedad, las personas conservadoras hacen referencia a la responsabilidad individual, mientras las personas de izquierdas y los progresistas tienden a usar explicaciones de tipo social. En otras palabras, las personas de derechas tienden a sentirse más responsables de lo que les ocurre, a creer que pueden controlar los acontecimientos y que son menos vulnerables y, además, suelen considerar adecuadas las ayudas que la sociedad ofrece a los grupos sociales más desfavorecidos. Por el contrario, las personas de izquierdas, cuyo estilo de atribución es externo, se sienten más expuestas a eventuales riesgos que no pueden controlar, como el paro; tienden a juzgar insuficientes las ayudas que la sociedad ofrece a quienes tienen dificultades, y consideran que la injusticia social es el origen del malestar de estas personas (Heaven,P.C.: “Suggestion for Reducing Unemplyment: A study of Protestant Work Ethic and Economic Locus of Control Beliefs”). 

Terminaba el post anterior preguntándome ¿la elección de ideología depende del sistema 1 (no consciente) o del Sistema 2 (reflexivo)? Todo parece indicar que depende de la inteligencia generadora (Sistema 1), es decir que las razones que nos damos son posteriores a la elección. Jonathan Haidt en su espléndido libro La mente de los justos. Por qué la política y la religión dividen a la gente sensataviene a decir lo mismo. ¿Descalifica esto las ideologías? No. Descalifica su aceptación dogmática, su rechazo de la autocrítica y su paso a la acción, sin someterse a una instancia reflexiva. De manera más o menos extremosa, los partidos políticos aceptan la definición de política que hizo Carl Schmitt: la oposición amigo/enemigo, entre “nosotros” y “ellos”. A pesar de su aceptación por derechas e izquierda es legítimo preguntarse si es un modelo sensato. 

 Lo estudiaré en el próximo post.