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Freud fue un profundo pesimista. Las experiencias de la Primera Guerra Mundial, con sus matanzas masivas, impensables hasta aquel momento, representó para él el final de la ilusión del progreso imparable de la humanidad. Pensó que si la represión civilizadora cesa “los hombres cometen acciones de crueldad, perfidia, traición y barbarie cuyas posibilidades se habrían considerado, antes de cometerse, incompatible con el correspondiente nivel cultural”. En Biografía de la Inhumanidad estudié los fenómenos culturalmente regresivos, lo que el gran historiados Norbert Elias llamaba “descivilizatorios”. A la vista de los altibajos de la historia, Thomas Henry Huxley sostuvo la teoría del “barniz moral” (moral veneer). Frans de Waal en su libro Primates y filósofos la criticó aduciendo que las estructuras morales ya están presentes en los primates y tienen por lo tanto la profundidad de los factores genéticamente heredados.

Es cierto, pero la evolución humana no fue solo biológica, sino también cultural. La sociabilidad humana ha aumentado. Y con ello la necesidad de establecer normas, lo que, para Heinrich constituye la razón de nuestro éxito. Tomasello atribuye la ultrasociabilidad de los sapiens a su capacidad de aprender y ajustarse a normas sociales. Richerson y Boyd lo explican así: “Tales entornos favorecieron la evolución de un conjunto de nuevos instintos sociales adaptados a la vida de dichos grupos, incluida una psicología que “espera” que la vida esté estructurada en normas morales y esté diseñada para aprender a interiorizar tales normas; nuevas emociones, como la vergüenza y la culpa, que favorecen el cumplimiento de las normas. Hayek fue más radical: lo que llamamos razón fue un resultado del aprendizaje de normas, en este caso, de normas lógicas.

Pero estas normas morales, que servían para resolver los conflictos, solo servían para el grupo. Es decir, estamos preparados para defender al grupo, aunque sea siendo injustos con los “otros”. Eso es lo que expliqué en el post anterior. Las pasiones identitarias están reforzadas por la moral del grupo. Las personas que mienten para defender a los suyos piensan que han actuado moralmente bien. Claudia Koonz señala que el partido nazi indicó a los maestros de escuela que era importante que se inculcaran valores morales, incluso la regla de oro a los niños, pero con la advertencia de que esas reglas solo valían para los camaradas raciales. (La conciencia nazi; la formación del fundamentalismo étnico del Tercer Reich, Paidós, 2005). Jonathan Haidt tiene razón al escribir: “Todos podemos ser arrastrados por morales tribales. La moral une y ciega. Giramos alrededor de algo sagrado y después compartimos argumentos post hoc sobre por qué nosotros tenemos tanta razón y ellos están tan equivocados. Pensamos que el otro lado está ciego a la verdad, la razón, la ciencia y el sentido común, pero en realidad todos se quedan ciegos cuando hablan de sus objetos sagrados. Si quieres entender a otro grupo sigue lo sagrado. (La mente de los justos: Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata, Deusto, 2019, p.441)

Precisamente porque este origen tribal de la moral puede resultar peligroso para la relación entre tribus, la humanidad ha intentado superarlas elaborando una “moral válida para todas las tribus”, una moral transcultural, a la que denomino ética. En El deseo interminable he contado parte de su historia. Las grandes religiones abrieron el camino, intervino también la noción estoica de cosmopolitismo, el derecho de gentes romano, la idea de communitas totius orbis que defendieron los teólogos juristas de los siglos XVI y XVII, la tardía idea de humanidad compartida, y al final el reconocimiento de la universalidad de las verdades, y de las normas que llega con la Ilustración y se concreta en las declaraciones de derechos humanos. Esta idea de universalidad, de la necesidad de elaborar una ética, es lo que en este momento está en profunda y peligrosa crisis, con el advenimiento de los “nuevos tribalismos”.

Creo que la moral grupal está profundamente enraizada en la estructura de la personalidad, porque ha surgido de la configuración cultural y ha sido fortalecida por los sistemas educativos y por la presión social. No es, pues, un mero barniz. En cambio, la ética, la moral transcultural no enlaza directamente con pulsiones ancestrales, es una creación cultural secundaria, exige una reflexión posterior, aprender de la experiencia de la humanidad. Hasta ahora es un mero barniz. Por eso entra en quiebra cuando la voz tribal emerge poderosa. Lo que tenemos que intentar es que cale más profundamente en nuestra manera de sentir, pensar y actuar.

 

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