La crisis ucraniana ha puesto de manifiesto una interesante paradoja. Se basa en dos productos que pertenecen a dos niveles distintos de civilización: el petróleo (necesario para una sociedad industrializada) y el trigo, el cereal básico para Eurasia. Empieza a preocupar la “soberanía energética” y la “soberanía alimentaria”. El azar, que en asuntos de lecturas siempre juega a mi favor, hace que esté leyendo en este momento el último libro de Ian Morris Cazadores, campesinos y carbón (Ático de los libros, 2022).
Recordar donde y cuando leí un libro es para mí una prueba de lo mucho que me interesó. La primera obra de Morris que leí fue The Measure of Civilisation: How Social Development Decides the Fate of Nations, Princeton University Press, 2013, y lo hice en las acogedoras instalaciones de la Harvard Coop, una estupenda librería de Cambridge. El libro relacionaba el progreso de la historia con cuatro medidas: la energía gastada, la riqueza de información, la letalidad de las armas y el número de habitantes de las ciudades. Después leí ¿Por qué manda Occidente…por ahora? y Guerra ¿para qué sirve?.
Morris es un arqueólogo a quien su especialidad se le ha quedado pequeña. Su objetivo va más allá de conocer la historia, incluso más allá de comprenderla. Lo que quiere es explicarla. Su megalomanía intelectual lo aproxima al Panóptico. En el libro que comento, quiere explicar la variación cultural, que relaciona con los diferentes valores que guían la acción. Su tesis es que a lo largo de la evolución de las culturas ha habido tres grandes sistemas de valores: los asociados con…
Marx consideró que eran los distintos modos de producción los que determinaban los modos de pensar. Morris cree que aún más determinante es el modo de acceder a la energía. Creo que ambos tienen parte de razón, pero que si queremos todavía remontarlos más aún en busca de las fuentes del cambio cultural tenemos que llegar a las necesidades, deseos, expectativas, emociones que movilizan a los seres humanos., tanto para buscar y emplear la energía como para organizar sistemas de producción. Las cosas materiales solo adquieren “valor” por referencia a un organismo para cuya supervivencia son necesarias. Antes de que apareciera la vida, el agua no tenía ningún “valor”. En el caso humano, los “valores” pueden ser conocidos racionalmente, pero son sentidos por la experiencia afectiva. El hecho de saber que beber cinco litros de agua, aunque sea sin sed, es bueno para el riñón no nos hace “sentir” el valor de la experiencia.
”El desarrollo socioeconómico tiende a transformar las creencias y los valores básicos de las personas, y que lo hace de una manera predecible
Inglehart, R. y Welzel, C
Es evidente la importancia de estos estudios para el argumento de El deseo interminable. La actual preocupación por el petróleo y el trigo manifiesta que las etapas que señala Morris no son estancas. La razón está en que las necesidades humanas no lo son. Las que corresponden a una era tecnológica (la que Morris caracteriza por el aprovechamiento de energías fósiles) conviven con las necesidades básicas de supervivencia (simbolizadas por la civilización agrícola). Es cierto que surge una zona de solapamiento. La guerra de Ucrania, ha planteado el problema del petróleo y del trigo. Pero entre ambos planea otro problema: el de los abonos, muchos de los cuales dependen también del petróleo. Pensamos en el petróleo solo como carburante, cuando es una materia esencial para toda la industria química.
Necesito revisar lo que llevo escrito para ver si las ideas de Morris me obligan a introducir algún cambio.