La coeducación, es decir, que chicos y chicas estudien juntos, forma parte esencial de nuestro sistema educativo. Después de una larga historia de segregación, de marginación educativa de las chicas, de políticas de “entre santa y santo, pared de cal y canto”, la coeducación, nos parece un logro liberador. En España, fue impuesta por la Segunda República, con la oposición de la derecha. En la propaganda electoral de la CEDA se leía:
Esta apropiación ideológica religioso-conservadora de la escuela diferenciada, junto al hecho de que sea el sistema defendido en naciones que imponen la discriminación femenina, hace que no prestemos atención a los estudios, procedentes sobre todo del norte de Europa y de EEUU, promovidos en muchos casos por movimientos feministas, que sostienen que la coeducación perjudica a las chicas. En el informe de la OCDE –The ABC of Gender Equality in Education–se dice que la educación diferenciada puede servir para solucionar los estereotipos sexuales que existen aún en las escuelas. En concreto afirma que “las chicas en colegios separados por sexo obtienen mejores resultados en matemáticas y son más proclives a asumir riesgos en sus tareas escolares”. (Una revision más matizada en Pahlke, E., J.S. Hyde and C.M. Allison (2014), “The effects of single-sex compared with coeducational schooling on students’ performance and attitudes: A meta-analysis”, Psychological Bulletin, Vol. 140/4, pp. 1042-1072).
Lo que parece evidente es que la coeducación no está eliminando los estereotipos sexuales. Hoy mismo La Vanguardia publica un amplio reportaje sobre la violencia de género en la adolescencia. La nueva ley de educación insiste en la educación afectivo-sexual, pero nadie sabe exactamente como debería hacerse. ¿Qué debe saber sobre sexualidad un niño o una niña de doce años? Da la impresión de que los adultos no tenemos muy claro ese asunto y estamos contagiando nuestra confusión a los niños.
”El tema de la orientación sexual está más claro, pero en este momento la presión es para introducir los temas de identidad de género, de transexualidad y de transgénero
La American Psychological Association habla de que estamos erotizando demasiado precozmente a nuestra infancia. Hemos introducido los temas acerca de la ”identidad sexual” sin pararnos a pensar si es el momento adecuado. Es verdad que los niños con orientaciones o identidades sexuales diferentes pueden sufrir discriminaciones dolorosas e injustas, pero ¿cuál es la mejor solución para evitarlas, sin suscitar en otros niños preocupaciones precoces? El tema de la orientación sexual está más claro, pero en este momento la presión es para introducir los temas de identidad de género, de transexualidad y de transgénero. En Francia se ha creado el Observatorio sobre los discursos ideológicos sobre la infancia y la adolescencia. Cincuenta expertos en psicología y psiquiatría infantil han escrito pidiendo “que se deje tranquilos a nuestros niños en la construcción de su identidad y que no se perturbe su proceso con directivas que introducen lo político en las redes”. En EEUU, Lisa Littman ha alertado sobre el enorme aumento de casos de disforia de género (Littman, L. Parent reports of adolescents and young adults perceived to show signs of a rapid onset of gender dysphoria”, PlOS ONE 2019, 14 (3)). En 2020 Finlandia ha modificado su política a fin de privilegiar las intervenciones psicológicas antes del tratamiento médico. En Suecia, el hospital Karolinska ha prohibido la administración de bloqueantes de la pubertad y de hormonas sexuales antagonistas a menores de 16 años. En los últimos diez años se han multiplicado las solicitudes de menores con disforia de género en la clínica Tavistock, del Reino Unido. Se ha pasado de 77 en 2009 a 2.560 menores en 2019. En 2011, en respuesta a la creciente demanda, iniciaron una prueba con 44 adolescentes de 12 a 16 años con trastornos de la identidad de género para ver cómo reaccionaban si les administraban bloqueadores de la pubertad. El resultado fue positivo y en 2014 el centro permitió a los adolescentes a partir de 12 años, e incluso menores, acceder a este tratamiento.
Contra esta clínica se querelló Keira Bell, de 23 años, denunciando a los médicos argumentando que los médicos no la cuestionaron lo suficiente cuando tenía 16 años e inició la transición de mujer a hombre. Hace unos meses, el Tribunal Supremo británico dio la razón a Keira Bell. Los tres jueces concluyeron que los menores de 16 años son demasiado jóvenes para prescribirles bloqueadores de la pubertad y ordenó que los de 17 y 18 años requirieran de una autorización de los tribunales. “Es dudoso que un niño de 14 o 15 años pueda entender el peso y el riesgo a largo plazo de su decisión y las consecuencias de la administración de bloqueadores de pubertad”, afirmaron los jueces. The Guardian ya se había ocupado de este tema: un informe, firmado por el ex jefe de personal de la clínica Tavistock, David Bell, había puesto en evidencia el hecho de que algunos niños habían asumido una identidad trans como solución «a múltiples problemas como abusos en el ámbito familiar, el luto, la homofobia y una incidencia muy significativa del trastorno del espectro autista», a menudo tras haber tenido acceso a «recursos online». Este es el caso de Ame Guerrero, según aparece en un reportaje de El Mundo, titulado “Creí que era trans, pero me equivocaba”. Lo que arrastraba era un problema de bullying, un descontento con su aspecto físico, y mala información en Internet.
Es cierto que la educación afectivo sexual no depende exclusivamente de la escuela. Ni siquiera principalmente. Un estudio de la Finnish National Agency for Education señala que el 70% del aprendizaje de nuestros alumnos se da a través de cauces informales, el 20 por ciento a través de canales formales y solo un diez por ciento a través de los programas escolares formales. Pero la escuela tiene la obligación de intentar que la información que transmite pueda contrarrestar otras influencias.
”La poca importancia que se da a la formación de tutores -y a las tutorías en sí- en nuestro sistema educativo es lamentable
En el caso de la coeducación, creo que alguno de los problemas que sus críticos detectan se resolverían si al menos desde el último curso de primaria, y durante toda la adolescencia, hubiera tutorías segregadas por sexo. En ellas se tratarían temas y problemas específicos de cada uno de ellos, “sin la presencia” del otro. Sé por experiencia que, al tratar ciertos temas, esta “intimidad de género” permite hablar con más libertad. Ni los chicos van a hablar de sus propios asuntos con sinceridad delante de las chicas, ni las chicas van a hacerlo delante de los chicos. Es evidente que el papel del tutor en estos casos es esencial, pero es igualmente esencial en todos los casos. La poca importancia que se da a la formación de tutores -y a las tutorías en sí- en nuestro sistema educativo es lamentable.