El estudio de la historia me lleva a pensar que la voluntad de poder es una manifestación de un deseo más amplio, que se manifiesta de muchas maneras, y al que denomino pulsión expansiva. Se manifiesta en el afán expansionista de las naciones, de las empresas, de las religiones, en el deseo del alpinista por subir a la cumbre más alta, del deportista por batir una marca, del creador por conseguir una gran obra o del yogui por alcanza la liberación.
He participado en Granada en unas Jornadas sobre educación organizadas por la Asociación Pedagógica Francesco Tonucci (APFRATO), dirigida por Mar Romera. Intervino Pepa Horno, que ha trabajado en temas de violencia infantil en todo el mundo. En su conferencia hizo una interesante clasificación de los países atendiendo a tres aspectos relacionados: individuo-comunidad-sistema.
Los lectores de El deseo interminable asistirán al cambio en el modo de concebir la felicidad. Epicuro y los antiguos consideraban que la búsqueda de la felicidad era un objetivo personal, pero los pensadores modernos tienden a verla como un proyecto colectivo.
Me gustaría poder medir la “felicidad pública” a lo largo de la historia. Creo que intentar medir la felicidad subjetiva es inútil, pero que, en cambio es posible hacerlo con la “felicidad objetiva”, lo que los ilustrados llamaban “felicidad pública” o “felicidad política”.
Algunos lectores de la entrada de ayer se han extrañado de la relación que señalé entre “felicidad” y “derecho”. Supongo que al hablar de “derecho”…
La idea fuerza que moviliza la argumentación de mi futuro libro es que toda la historia de la humanidad puede contemplarse como un esfuerzo por encontrar la felicidad