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7.5.2022.- ¿Cuál ha sido la época más feliz de la historia?

Siempre ha habido un gran interés por comparar y medir la felicidad. Plutarco en Sobre la racionalidad de las bestias, supone que los animales son más felices que los humanos. “Viven ciñéndose a sus medios, en gran medida gobernados solo por deseos y necesidades esenciales”. Siglos después, Calvino afirmaba lo mismo. Para Montaigne, “solo un orgullo y una tozudez insensata nos sitúan por delante de otros animales. Empobrecidos por la inconstancia, la avaricia, la envidia y otros “indomables apetitos” los seres humanos han pagado un extraño sobreprecio por su buen juicio”. Mejor les vendría, dice Montaigne, “ser como los animales para hacerse más sabios y, de este modo, más felices”

Con 70 años, Abderramán III, en su lecho de muerte hizo la siguiente confesión: «He reinado cincuenta años en Córdoba. Amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y honores, poder y placeres, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No existe terrena bendición que me haya sido esquiva. En esta situación he anotado los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado: suman catorce, y no todos seguidos».

Heródoto cuenta que Creso estaba inquieto por saber quién era el hombre más feliz de la Tierra, y se lo preguntó a Solón, que le dio una respuesta desconcertante: “El más feliz había sido Telum, un ateniense que murió joven en una batalla. Los segundos, los hermanos Cleobis y Biton, que murieron mientras dormían después de haber empujado a su madre para que asistiera a un festival, uncidos al carro como bueyes”.

Creo que intentar medir la felicidad subjetiva es inútil, pero que, en cambio es posible hacerlo con la “felicidad objetiva”, lo que los ilustrados llamaban “felicidad pública” o “felicidad política”. Durante el reinado de Galba la felicidad – Felicitas temporum– comenzó a aparecer en las monedas, frecuentemente como representación del emperador. Gibbon en 1770 al escribir la primera historia verdaderamente moderna de Roma llegó a la conclusión de que “si a un hombre le preguntaran cual ha sido la época de la historia del mundo durante la cual la raza humana ha vivido más feliz y con mayor prosperidad, sin vacilar declararía que el periodo que abarca desde la muerte de Domiciano hasta el acceso al trono de Comodo” (96 a 180 d. C).

Me gustaría poder medir la “felicidad pública” a lo largo de la historia. Ya en 1772 François-Jean de Chastellux quiso hacerlo en la que es la primera historia de la felicidad en el mundo: De la felicité publique, ou Considerations sur le sort des hommes dans les differentes epoques de l’histoire. Para hacerlo introdujo “índices du bonheur”. Sabía que eran muy imperfectos porque no tenía datos fiscales, número total de horas trabajadas diariamente para cubrir necesidades y comodidades básicas, tiempo libre de que disponían, horas que podían trabajar sin caer en la desesperación, etc.  A falta de esos datos consideraba que la esclavitud y las guerras eran los principales impedimentos para la prosperidad publica, seguidos de la superstición religiosa que a su juicio conducía a una ascética negación del yo, a un miedo innecesario y a la malversación de recursos. En cambio, los niveles demográficos y la productividad agrícola se correlacionan con la félicité publique. MacMahon recuerda que, para los ilustrados, los prejuicios también eran un obstáculo, y que el barón de Holbach lo decía tajantemente: “Los hombres son infelices porque son ignorantes” (Historia de la felicidad, 222).

Hume en su Essay on the Populoussness of the Ancient Nations, (1742) considera que su época era la más feliz de la historia. Chastellux llega a la misma conclusión. Helvetius también. Basándose en el declive de la superstición y en la disponibilidad y alcance del placer, declaró que el XVIII era el “siglo de la felicidad”. El economista Pietro Verri en sus Meditazioni sulla felicitá (1763) consideraba su época la más feliz, la más ilustrada y la menos sometida a padecimientos sin sentido.  Esta idea se unía a una “previsión optimista:” “En las naciones civilizadas y, por tanto, en toda la humanidad, -escribía Bentham- la suma de bienestar está permanentemente en aumento”.

En los últimos años, se ha despertado un gran interés por medir la felicidad de las naciones, y han proliferado los intentos: el Índice de la Felicidad Nacional Bruta, el Índice del Planeta feliz; el de felicidad subjetiva, etc.  El único que me parece serio es el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, basado en los trabajos de Mahbud ul Haq y Amartya SenLeandro Prados de la Escosura, catedrático de Historia Económica de la Universidad Carlos III de Madrid, ha elaborado un Índice de Desarrollo Humano Aumentado (IDHA) y sus componentes (longevidad, educación, condiciones materiales de vida y derechos civiles y políticos) para una amplia muestra de países entre 1870-2015.    Me gustaría poder aplicar este índice a la historia de la Humanidad, a sabiendas de la escasez de datos disponibles.

Uno de los factores que me parecen interesantes para medir la felicidad es la diferencia de ingresos, lo que mide el Índice Gini. La absoluta igualdad es 0 y la total desigualdad es 100. Sobre este tema ya tenemos estudios.  Scheidel y Feisen estudiaron el índice Gini en el imperio romano durante el siglo I d.C., y lo situaron entre 42 y 43, mucho más alto que el de los pueblos cazadores recolectores que calcularon en 25. El historiador de la antigüedad Josiah Ober ha estimado que el índice Gini de Atenas, al final del siglo IV, era de 40. Cálculos semejantes hace Ian Morris en Cazadores, campesinos y carbón (2022).

No sé lo que dará de si este intento de medir la evolución de la “felicidad pública” a lo largo de la historia, pero el proyecto resulta interesante.

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