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Yuval Noah Harari tiene talento para las grandes síntesis y esa me parece la razón de su éxito. Su tesis en Homo Deus es que controlados (¿?) los grandes males de la Humanidad – la peste, el hambre, y la guerra- los tres nuevos proyectos son la inmortalidad, la felicidad y ampliar nuestras capacidades hasta convertirnos en dioses. Al hablar de la felicidad en el siglo XXI menciona la “felicidad bioquímica”.

Los lectores de El deseo interminable asistirán al cambio en el modo de concebir la felicidad. Epicuro y los antiguos consideraban que la búsqueda de la felicidad era un objetivo personal, pero los pensadores modernos tienden a verla como un proyecto colectivo. “Sin planificación gubernamental, recursos económicos e investigación científica, -escribe Harari- los individuos no llegarán muy lejos en su búsqueda de la felicidad. Si nuestro país esta desgarrado por la guerra, la economía está pasando una crisis y si la atención sanitaria es inexistente, es probable que nos sintamos desgraciados”. (p. 42). A esto me refiero al hablar de la “felicidad objetiva” como condición de posibilidad de la “felicidad subjetiva”.

A finales del XVIII estaba claro: el objetivo del Estado es aumentar la felicidad global. Sin embargo, continua Harari, durante el XIX y el XX los países no medían su éxito en términos de la felicidad de sus ciudadanos, sino sgun el tamaño de sus territorios, el crecimiento de su población y el aumento de su PIB, no en términos de felicidad de sus ciudadanos. Las escuelas se fundaron para producir ciudadanos hábiles y obedientes que sirvieran lealmente a la nación. La sanidad tampoco se organizó para la felicidad de la gente, sino para que la nación fuera más fuerte. Incluso el sistema de bienestar se planteó originalmente en interés de la nación, no de los individuos necesitados. Cuando a finales del XIX Bismarck estableció por primera vez las pensiones y la seguridad social estatales su objetivo era asegurarse la lealtad de los ciudadanos. Uno luchaba por su país cuando tenía un año y pagaba sus impuestos cuando tenía cuarenta porque contaba con que el Estado se haría cargo de él cuando tuviera setenta” (Beatrice Scheubel: Bismarck ‘s Institutions: A Historical Perspective on the Social Security Hypothesis, Mohr Siebeck, Tubinga, 2013). Los Padres Fundadores americanos establecieron el derecho a la búsqueda de la felicidad, que era en realidad una defensa contra el Estado. Pero ahora se ha convertido en derecho a la felicidad directamente. Pero esto es más difícil de conseguir. El aumento de la riqueza no asegura la felicidad. De hecho, el número de suicidios es mayor en países ricos. Conseguir la verdadera felicidad puede resultar mucho más difícil, “En la Edad Media bastaba un pedazo de pan para que un campesino hambriento se sintiera alegre. ¿Cómo se aporta alegría a un ingeniero aburrido, con un salario excesivo y sobrepeso?” (p. 46). El nivel de vida en Estados Unidos subió espectacularmente de 1950 a 1990, pero los niveles subjetivos de felicidad eran aproximadamente los mismos. Lo mismo sucedía en Japón.

Un porcentaje creciente de la población toma medicamentos psiquiátricos de forma regular. No solo para luchar contra enfermedades, sino para aumentar el bienestar

El techo de cristal de la felicidad se mantiene por dos razones:

1

Psicológica

La felicidad depende de expectativas y no de condiciones objetivas. A medida que las condiciones mejoran, las expectativas se disparan
2

Plano biológico

Estamos más determinados por nuestra bioquímica que por las circunstancias sociales o económicas.

Para la ciencia, la felicidad en último termino son sensaciones físicas placenteras. El problema está en que desaparecen con rapidez, por culpa de la evolución. “Durante incontables generaciones, nuestro sistema bioquímico se adaptó para aumentar nuestras probabilidades de supervivencia y reproducción, no nuestra felicidad. El sistema bioquímico recompensa los actos que conducen a la supervivencia y a la reproducción con sensaciones placenteras. Pero estas no son más que un truco efímero para vender” (p.49). “Si la ciencia está en lo cierto y nuestra felicidad viene determinada por nuestro sistema bioquímico, la única manera de asegurar un contento duradero es amañar el sistema. Olvidemos el crecimiento económico, las reformas sociales y las revoluciones políticas: para aumentar los niveles mundiales de felicidad necesitamos manipular la bioquímica humana. Y esto es exactamente lo que hemos empezado a hacer en las últimas décadas” (p. 51). Un porcentaje creciente de la población toma medicamentos psiquiátricos de forma regular. No solo para luchar contra enfermedades, sino para aumentar el bienestar.

Las personas beben alcohol para olvidar, fuman marihuana para sentirse en paz y consumen cocaína y metanfetaminas para sentirse poderosas y seguras, mientras que el éxtasis les proporciona sensaciones de euforia y el LSD los envía a encontrar con “Lucy un the Sky with Diamons” (p. 53) Los estados permiten las drogas que son compatibles e incluso fomentan la estabilidad política, el orden social y el progreso económicos.

No parece que esta tendencia vaya a disminuir. La búsqueda de “modificadores del ánimo” ha sido una constante en la historia de la humanidad.  Por eso, Daniel Lord Smail argumentó la necesidad de elaborar una visión psicotrópica de la historia, estudiando cómo ha intentado encontrar la felicidad por medios artificiales. (Smail, D.L., On Deep History and the Brain, 2007)

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