Una de las características de la inteligencia humana es su capacidad de anticipar el futuro. Tomamos decisiones pensando en el porvenir, a sabiendas de que no lo conocemos.
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Es difícil saber la duración, la profundidad, el impacto social de las modas o las corrientes de pensamiento. Lo que en un momento dado parece transcendente, puede resultar efímero. ¿Qué pasará con el movimiento woke?
Si fuera un genio malvado que quisiera dominar el mundo sin usar la fuerza sino convirtiendo a los humanos en esclavos felices, mi primera medida sería glorificar las opiniones y las preferencias individuales. Es decir, convencer a los ciudadanos de que sus opiniones y preferencias son respetables y que son ellas las que deben dirigir la política. Se preguntarán por qué esas cimas de la individualidad van a ser la antesala de la servidumbre voluntaria. Porque si las convierto en el último criterio para la acción, si niego que unas sean mejores que otras, si sostengo que cada cual debe actuar siguiendo las suyas propias, sólo tengo que influir en esas opiniones y en esas preferencias para adueñarme del comportamiento de las personas. Esto no es nada nuevo. Los sistemas de adoctrinamiento y de propaganda y publicidad lo han intentado siempre. Tiene poder quien puede controlar el comportamiento de la gente usando las cinco herramientas universales y eternas: la fuerza, el premio, el castigo, el cambio de opinión o creencias y el cambio de preferencias o deseos. Tener poder significa disponer de las herramientas para cambiar la conducta de la gente: la fuerza, el premio, el castigo, el cambio de opinión (creencias) y el cambio de preferencias (deseos).
Desde el Panóptico, desde la altura histórica, se perciben relaciones que inmersos en la algarabía del presente pueden quedar ocultas. Una de ellas es la que existe entre las nuevas tecnologías, la economía de los datos, el capitalismo de la vigilancia, las democracias no liberales, el crédito social chino y la psicología conductista. Lo que enlaza todos estos fenómenos es que suponen una cierta devaluación de la libertad, que ya no parece tan importante como solía.