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PANÓPTICO

El panóptico
las cruzadas de Jerusalen

Tengo muchas dudas acerca de cómo enfocar la “Historia emocional de la Humanidad”, “La búsqueda de la felicidad”, o como quiera que vaya a titularse el libro. Para comprobar la eficacia del “método gamma”, voy a ensayarlo sobre un acontecimiento que cambió parte de la historia europea: las cruzadas. Este estudio puede ser el esbozo de un capítulo del libro, un cambio de rumbo o una despedida al proyecto si veo que me resulta imposible progresar. He elegido el tema de las Cruzadas, en primer lugar, porque deMause se había quejado del desinterés de los historiadores por las motivaciones que   llevaron a los cruzados a su sangrienta aventura. Desde entonces, el panorama ha cambiado. Se ha producido en Historia el “giro afectivo”, y han aparecido decenas de libros sobre las contradictorias pasiones que impulsaron las cruzadas.

Dos ejemplos: el libro de Stephen J. Spencer, Emotions in A Crusading Context 1095-1291, Oxford; y el estudio de Robert H. Bouskill, Exemple and lineages; Motives for crusading 900-1150. Ha influido también en la elección del tema el hecho de que la Primera Cruzada dio origen a un mito, a una forma de interpretar acontecimientos históricos, que se ha repetido a lo largo de la historia. Se empleó, por ejemplo, para calificar la guerra civil española por parte de la jerarquía eclesiástica.

Pasemos a los hechos.  En 1095, Alejo Comneno, emperador de Bizancio, que pasaba por horas bajas, hizo una petición al Papa para que la cristiandad le ayudara a luchar contra los musulmanes, que masacraban a los cristianos. El 27 de noviembre, el Papa Urbano II reunió a una multitud en un campo cercano a la villa de Clermont. Con una oratoria fogosa recordó las atrocidades perpetradas en Jerusalén por los enemigos de Cristo. Todos los cristianos debían acudir en su socorro. Con las armas en la mano conseguirían la salvación. “La reacción al discurso de Urbano fue frenética -escribe Frankopan-. Todos gritaron, ¡Deus vult! Deus vult! El Papa bendijo ese grito de guerra: “Que cuando os lancéis impetuosamente contra el enemigo, en el ejercito del Señor solo se oiga un grito: ¡Dios lo quiere!”. A partir del 15 de agosto de 1096, un ejército formidable de unos setenta mil soldados salió a la conquista de los Santos Lugares. Solo llegaron un tercio. El 15 de julio de 1099, los cruzados entraron en Jerusalén, sin piedad para sus enemigos. Uno de los hombres que participó en la carnicería, Raimundo de Aguilers, canónigo de Puy, dejó una descripción para la posteridad que habla por sí sola: “Maravillosos espectáculos alegraban nuestra vista. Algunos de nosotros, los más piadosos, cortaron las cabezas de los musulmanes; otros los hicieron blancos de sus flechas; otros fueron más lejos y los arrastraron a las hogueras. En las calles y plazas de Jerusalén no se veían más que montones de cabezas, manos y pies. Se derramó tanta sangre en la mezquita edificada sobre el templo de Salomón que los cadáveres flotaban en ella y en muchos lugares la sangre nos llegaba hasta la rodilla. . Asesinaron a 30.000 personas en tres días, Cuando no hubo más musulmanes que matar, los jefes del ejército se dirigieron en procesión a la iglesia del Santo Sepulcro para la ceremonia de acción de gracias (Masnak , T. Crusading Peace: Christendom, the Muslim World, and Western Political Order, Berkeley, 66).

¿Podemos pensar que emprendieron ese viaje buscando la felicidad, que es la tesis de mi posible libro, o sería una vaguedad inaceptable?

¿Es posible estudiar los motivos que movieron a tantas personas? ¿Podemos pensar que emprendieron ese viaje buscando la felicidad, que es la tesis de mi posible libro, o sería una vaguedad inaceptable? No olvidemos que huir del malestar es también uno de los modos, sin duda humilde, de buscar la felicidad. Supongamos que deseamos averiguar por qué 45.000 españoles se incorporaron a la División Azul y fueron a combatir contra las tropas rusas durante la II Guerra Mundial. Tendríamos que interrogar a cada participante, y ni aun así podríamos estar seguros de que todos ellos supieran por qué lo hicieron. Los procesos por los que tomamos una decisión con frecuencia escapan al análisis. Las Cruzadas sucedieron hace siglos, lo que aumenta la dificultad. ¿Es sensato intentar averiguar los motivos que impulsaron a los cruzados?

Las experiencias afectivas que conducen a la acción pueden dividirse en “deseos” y “emociones”.  Paul Alphandéry, en su obra La chretienté et l’ídee de Croisade,

quiso analizar el deseo que impulsaba a los cruzados: “una fuerza oscura llevada por el sentimiento más complejo y mas raramente analizado que haya impulsado a una masa humana: la esperanza misteriosa en un estado mejor, la fe en las reliquias, la escatología popular, supersticiones paganas, necesidad casi física de expansión, sed de pillaje, deseo de lo desconocido, tendencia a una fe nueva en la que la masa de los fieles, masa que en ese momento no era ni ecclesia docens, ni eclesia discens, quería hacer su propia vida eclesiástica, tomar parte en la vida religiosa” (p. 255).

La solución que propongo implica seguir el proceso que conduce desde la sociedad al individuo y del individuo a la sociedad. El bucle prodigioso

Creo que el modelo que voy a ensayar permite analizar mejor las cosas. Generalizar, como hacen los historiadores que hablan de la “mentalidad” de la edad media, -o del renacimiento o de los revolucionarios franceses- resulta confuso en su amplitud. Irse al extremo contrario e intentar captar las motivaciones biográficas, excede el campo de la historia. La solución que propongo implica seguir el proceso que conduce desde la sociedad al individuo y del individuo a la sociedad. El bucle prodigioso. Cada persona nace en una sociedad que pone a su disposición un “capital cultural”, una serie de herramientas emocionales, intelectuales, institucionales, que le proporcionan un horizonte vital. Pero ese “capital cultural” que en teoría está al alcance de todas las personas, no lo está de hecho. Cada clase social, cada grupo, se apropia de él de una manera diferente, y, además, dentro de cada grupo, cada persona por su trayectoria biográfica vuelve a asimilar y a utilizar de manera diferente las posibilidades puestas a su disposición tras el filtro del grupo. La cultura florentina no se vivía de la misma manera en el palacio de los Medicis, que, en los arrabales de la ciudad, o entre los cortesanos, los comerciantes y los artistas.

Europa estaba fragmentada. En Francia, por ejemplo, no había conciencia de “nación”, ni lengua compartida, ni fronteras o destinos comunes incuestionables. “Lo que sí había -escribe Robet Fossier-, era un conjunto unificado de creencias: la base de la “cristiandad” (Gente de la edad media, 254). Una de sus características era la creencia en un mundo ordenado por Dios. El medievalista George Duby propone estudiar la sociedad medieval como dividida en tres estratos (semejantes en parte a los de la República platónica): clérigos (sacerdotes, maestros, gobernantes), guerreros y trabajadores. Ya hacia el año 860, Héric d’Auxerre, menciona los “Oratores, Bellatores et Laboratores”. Los que rezan, los que combaten, los que trabajan. En esa jerarquía, dominada por el rey, se funda la armonía del mundo cristiano medieval. El obispo Adalberón de Laon, al principio del siglo XI, escribe: “esas tres partes que coexisten no sufren por estar separadas; los servicios rendidos por una son la condición para la existencia de las otras. Cada una en su turno se encarga de ayudar a las demás” (Poeme au Roi Robert, alrededor de 1030). Esto suponía la aceptación de la inmovilidad social. “Intentar ocupar un puesto que no corresponde sería hacer una elección (haeresis) muy condenable” (Fossier 256). Es decir, convertirse en un hereje. Esto forma parte de la historia de la obediencia y de la resignación, que debería saber contar en este libro. Es posiblemente la fragmentación de los Laboratores, con su llegada a la ciudad, a la industria y a la posibilidad de enriquecerse, lo que acabará resquebrajando el ordenamiento tradicional.

“Nos toman por tristes, aunque estamos siempre alegres”, dice San Pablo. La promesa de la felicidad fue esencial para la difusión del cristianismo.

Otra creencia tenía que ver con la felicidad, tema central de mi proyecto. La promesa de la felicidad fue esencial para la difusión del cristianismo. “Nos toman por tristes, aunque estamos siempre alegres”, dice San Pablo. Se prometía una felicidad como la que anunció el profeta Isaías: “Dios creará un cielo y una tierra nueva, en la que habrá gozo y alegría. Nunca se escuchará allí ni lloro ni queja (65, 17-19). Esa promesa estaba presente en la mente de los mártires. En la conmovedora narración del martirio de las santas Perpetua y Felicidad, se lee:

Y el rocío descenderá y curará las heridas
Y la enfermedad desaparecerá,
Y la ansiedad, la angustia y los lamentos ya no estarán entre los hombres,
Y la alegría embargara el mundo entero. Ni la adversidad sobrevendrá de repente’

La idea de que la vida consistía en atravesar un “valle de lágrimas” con la esperanza puesta en la felicidad eterna después de la muerte, era el núcleo de la predicación cristiana (MC Mahon, Historia de la felicidad). Y va a tener influencia en el fervor de las Cruzadas.

Sobre estas creencias compartidas, sobre este “capital cultural”, cada grupo social, cada orden, forma una “comunidad de ideas”, y una “comunidad de sentimientos” (Rosenwein).  Las cruzadas son un movimiento social de gran envergadura, en que los “motivos compartidos” debieron ser muy poderosos, aunque también debieron serlo las “motivaciones individuales”, derivadas del grupo o de la propia biografía. En las movilizaciones sociales tienen que activarse emociones comunes y coordinarse intereses particulares. Es una constante que vemos a lo largo de la historia. “El sentimiento de una convergencia, es decir, de una confluencia de destinos individuales en un destino colectivo, es una de las fuerzas, más extraordinarias de las revoluciones”, dice Haïm Burstin, (Révolutionnaires. Pour une anthropogie politique de la Révolution française. 2013, p. 176). Y en los acontecimientos bélicos se dan sistemáticamente “entusiasmos militares y paroxismos guerreros”, como estudia Herve Mazurel, en la Histoire des emotions dirigida por Corbin, II, 299 ss. La labor unificadora de intereses y emociones suele realizarla un líder poderoso. En ese embrollo pasional vamos a introducirnos. (Utilizo el término “Movilización” en el sentido de Tilly: significa “el proceso mediante el cual un grupo pasa de ser un conjunto pasivo de individuos a ser un participante activo en la vida pública” (From Mobilization to Revolution, 1978, p.69).

Las cruzadas son un movimiento social de gran envergadura, en que los “motivos compartidos” debieron ser muy poderosos, aunque también debieron serlo las “motivaciones individuales”, derivadas del grupo o de la propia biografía

En el caso de la Primera Cruzada, ese líder fue, en primer lugar, el Papa Urbano II, quien después de la proclamación en Clermont dedicó los meses siguientes a recorrer Francia para comprometer a obispos y abades en la predicación de la cruzada, y para implicar a los nobles ricos y acostumbrados a guerrear. También mantuvo una intensa actividad epistolar. Muchos clérigos se dedicaron a predicar por los pueblos, y los nobles implicaron a sus “familiares”. Fueron propagandistas de segundo nivel.

 ¿Qué motivos pudieron mover al Papa? Motivos personales y motivos compartidos. Era un hombre de poder y era un cristiano medieval. Ocupaba la cima del orden eclesiástico, que a su vez estaba por encima de los demás. Al igual que todos los Papas, poseía un “poder institucional”, es decir, recibido al ocupar el cargo. Debemos recordar lo que sabemos acerca del poder. En todos los casos de “poder institucional” hay un proceso de acceso al poder, de mantenimiento del poder, y al emperador de ejercicio del poder para realizar proyectos, y un afán de aumentar el poder de la institución misma. Este esquema funciona en todos los casos: instituciones empresariales, religiosas, políticas, académicas, etc.  Y también en el papado.

Urbano II tenía que fortalecer su poder personal, amenazado por la existencia de otro Papa, Clemente III, nombrado por Enrique IV emperador de Alemania. “La cruzada -escribe Asbridge en La primera cruzada, p. 39) se diseñó ante todo para satisfacer las necesidades del papado”. Acudir al llamamiento del emperador de Bizancio fortalecía la figura del Papa frente al antipapa y al emperador alemán. Además, le permitía mejorar las relaciones con la iglesia oriental, difíciles tras el cisma de 1054. Es probable que también quisiera cuidar de su rey ayudando a pacificar una Europa dividida en numerosos pequeños reinos, tras la fragmentación del imperio carolingio, con muchos caballeros armados sin oficio ni beneficio. Thomas N. Bisson, que ha estudiado como se ejercía el poder en esos siglos, escribe: “Armados, pretenciosos y pobres, los caballeros se aferraban a sus herméticos recintos pétreos y a su charla sobre armas, gestas, monturas, ataques y suplicas. Prefiriendo centrar mas sus conversaciones en estratagemas e incautaciones que en ingresos o forma de administración. Había hombres armados a caballo por todas partes, hombres capaces de presionar a los campesinos y de apoderarse de sus tierras”. Querían igualarse a los señores de noble cuna.  La situación era tan violenta que en el siglo X aparecen los movimientos de “la Paz de Dios”, o de la “tregua de Dios”, para intentar pacificar la sociedad. Los milites se dedican a la rapiña, y sus víctimas son las propiedades eclesiásticas y los pobres. Algunos monasterios, como solución, contratan su propia milicia. Pero los ánimos no se calmaron, y Urbano II pensó que era mejor derivar la energía bélica hacia un enemigo exterior. Lo importante, como señala H. Platelle es que, en Clermont, al convocar la cruzada, aparece como cabeza de la militia Christi, como el jefe supremo de la sociedad cristiana. Como muestra de que es “su guerra”, nombra jefe de la Cruzada al obispo Adémar de Puy.

Milities edad media. Detalle Battle_of_Hastings

Pero además de Papa, con su propia personalidad e intereses, también era un cristiano medieval, con las creencias y emociones de su tiempo. Había recibido una idea elaborada de lo que podía ser una “guerra justa”, algo que la teología cristiana había tardado en asimilar.  Los musulmanes eran enemigos de Cristo. La ira, definida como un pecado capital, podía convertirse en “ira santa”. Creo que entendió muy bien a los otros dos órdenes sociales: los guerreros y los trabajadores. Era un hábil organizador y no quería masas lanzándose a los caminos. Deseaba un ejército bien organizado capaz de conquistar Jerusalén. Por ello necesitaba el apoyo del poder político para dirigir y financiar la operación. Ningún rey se sumó a su proyecto, pero si lo hicieron importantes nobles, personajes que después se han movido entre la historia y la leyenda: Raimundo de Tolosa, Hugo de Vermandois, Roberto de Flandes, Godofredo de Bouillon, Bohemundo, príncipe de Tarento y hasta otros quinientos caballeros identificados.  El Papa se esforzó en excluir a todos aquellos cuya participación fuera un estorbo (Tyerman 182) En otoño de 1096 escribía a los monjes de Vallombrosa en Toscana.” Hemos sabido que alguno de vosotros quiere partir con los caballeros que marchan a Jerusalén, con la buena intención de liberar a la cristiandad. Es un sacrificio elogiable, pero planificado por el tipo equivocado de persona. Porque nos hemos estimulado el espíritu de los caballeros para que hagan esta expedición, dado que podrían ser capaces de contener el salvajismo de los sarracenos y de restaurar la antigua libertad de los cristianos”.

Es probable que el golpe de genio de Urbano II fuera dar un sentido religioso a la violencia, en un mundo violento (Rosenwein), convertirla en un elemento de salvación. Rafael de Caen, biógrafo de Tancredo de Hauteville, otro de los líderes cruzados, evocaba la lucha interna en que vivía sumido el caballero medieval: “Con frecuencia, Tancredo se consumía de ansiedad porque la guerra a la que él se dedicaba como caballero parecía contraria a los mandamientos del Señor. El Señor, de hecho, le ordenaba ofrecer al agresor tanto la mejilla abofeteada como la otra mejilla, pero el caballero secular no perdona ni siquiera la sangre de sus parientes” (Rafael de Caen, Gesta Tancredi in expeditione Hierosolymitana, RHC Occ, III, p.606). Las Cruzadas resolvieron sus problemas de conciencia.

Como sucede en todas las “guerras santas”, se ofrecían recompensas espirituales, pero también había un interés económico también, como ya señalara en 1935 el gran historiador alemán Carl Erdmann, uno de los fundadores de la moderna erudición cruzada. “La idea de guerra santa no eliminaba el natural egoísmo humano”. (Tyerman 230). Los que promovían las cruzadas lo entendieron a la perfección y por ello empleaban sistemáticamente un lenguaje lleno de alusiones a las compensaciones espirituales y materiales del empeño. El vocabulario de la guerra santa era un reflejo de la realidad social, económica y financiera de la época (230). “Guiberto de Nogent, entre otros, calificaría la tensión entre los ideales y la práctica diciendo que el mundo estaba ante una nueva forma de guerra que prometía la salvación a quienes optaran por adaptarse a los hábitos de los milites en lugar de rechazarlos dándoles “la oportunidad de poner su experiencia con las armas al servicio de Cristo”. Este es uno de las claves del mensaje cruzado. El mandato divino transfiguraba la habitual conducta militar. El infame juego de palabras de Bernardo de Claraval transformó la malitia en militia Dei. “El comentarista benedictino Balderico de Bourgueil pone en boca de Urbano II: “Los bienes de vuestros enemigos pasarán a vuestras manos, pues saquearemos sus tesoros, así que si no volvéis a casa victoriosos será por haber ganado el trofeo eterno con la púrpura de vuestra propia sangre”. Salvación, riqueza y fama era un potente coctel (233). Pero no hay que olvidar que ir a la cruzada era muy caro y que nobles y caballeros tuvieron que entramparse. Entre los nobles tenía también importancia el prestigio social adquirido por haber ido a Jerusalén.

Es cierto que a las cruzadas fueron principalmente bellatores, a los que había que pagar. Un veterano de la primera cruzada describe a las huestes cristianas en el sitio de Nicea en 1097. Había combatientes provistos de yelmo y cota de malla – es decir, los caballeros-; soldados acostumbrados a la guerra, pero carentes de una armadura de metal completa -o sea, los sargentos a caballo y la infantería; y personas desarmadas -el clero, las mujeres y los niños. La mayor parte eran bellatores, es decir, hombres de armas. La preponderancia de las unidades militares basadas en los efectivos de las casas aristocráticas era abrumadora. Los “pobres” que acompañaban al ejército también luchaban. La cruzada de los niños de 1212, las cruzadas de los pastorcillos de 1251 y 1320 y la respuesta popular que suscito la de 1309 muestran que entre las masas de trabajadores agrícolas había un notable grado de concienciación e implicación política. Es difícil saber quienes eran los pobres, posiblemente eran gentes en dificultades económicas, más que realmente miserables. “El alistamiento en los ejércitos medievales, como también habrá de ocurrir en los de épocas posteriores, se conseguía mediante una combinación de entusiasmo, lealtad, ambición, coerción y dinero contante y sonante” (213). Había que jugar con las obligaciones y con las recompensas. Pese a que en teoría fuese una empresa voluntaria, en la practica la actividad cruzada dependía de una intrincada serie de redes formadas por señores, parientes y potentados locales apoyados en lazos comunales, ataduras serviles y promesas de empleo, sin olvidar el ofrecimiento de oportunidades y el señuelo de las ganancias y las pagas. El alistamiento y las finanzas eran, casi literalmente, dos caras de la misma moneda.

Pero Urbano II también entendió a los “laboratores”. La predicación de la Cruzada fue muy pasional. Conmovió a sus oyentes, les indignó contra los infieles. Supo movilizar una pasión muy poderosa y fácil de despertar: el deseo de venganza. El cristianismo ha dudado en su evaluación de la venganza. Tertuliano (155-220) prohibía a los cristianos la venganza, pero solo porque Dios se encargaba de ella. En De spectaculis llega a afirmar que el gran placer de los justos en el cielo será contemplar los tormentos de los malvados. Mas de cien años después, Lactancio en su escrito Sobre la muerte de los perseguidores se regodea en la imaginación de la revancha divina en el otro mundo, admitiendo sin reservas que Dios es un ser apasionado y violento. Como consecuencia de esta idea aparece el concepto medieval de ira regis, justificada porque en cierto modo hereda una facultad divina (Spencer). Las cruzadas se predicaron como venganza por las ofensas de los musulmanes. Susanna Throop ha mostrado que la idea de la cruzada como venganza se intensifica durante el siglo XII y principios del XIII. Marcel Elias cree que fueron las cruzadas las que motivaron que la venganza pudiera tener un aspecto bueno, como admitió Tomás de Aquino. Según McGrath, la retorica de la ira y la venganza yace en el corazón de todas las crónicas medievales de las cruzadas. Es posible que la palabra mas significativa y difícil del vocabulario emocional medieval sea “zelus”, Jehova es un dios celoso, amante de los suyos, pero pronto a la ira y a la venganza. Los cruzados debían imitarle. Es un “celo” que está presente en todas las “guerras espirituales”, con atroces consecuencias.

El fervor popular fue poderoso, como prueba el caso de la “cruzada de los pobres”, encabezada por Pedro el ermitaño. Mientras que Urbano II es ejemplo del líder institucional, Pedro el ermitaño lo es de líder carismático. Desde finales de 1095 comenzó a predicar la Cruzada. Atravesó Francia para llegar a Colonia. Tras su predicación, hombres y mujeres abandonaban sus casas para seguirle, Cuando llegó a Colonia, le acompañaban unos 15.000 seguidores.  ¿Qué les movía? Runciman señala la pobreza en que vivían muchos campesinos, castigados por las inundaciones y pestes de 1094 y por las sequías y hambres de 1095. Pero influían también visiones apocalípticas. El hombre medieval estaba convencido de que el Segundo Advenimiento estaba próximo, tenia que arrepentirse mientras viviera. La Iglesia enseñaba que el pecado podía expiarse por la peregrinación. (…) Además, para las mentes ignorantes no estaba claramente definida la distinción entre Jerusalén y la Nueva Jerusalén, mencionada en el Apocalipsis 21:Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar.  Vi además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido.  Oí una potente voz que provenía del trono y decía: «¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios.  Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir».

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  • RAMON VILARASAU SALLES dice:

    Ami entender , el EDICTO DE MILAN en el año 312 , es decir elPacto del cristianismo con el PODER, fu’e la mayor traici’on al mensaje de JESUS DE NAZARET. Ramon Vilarasau i Salles.

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