Resulta impertinente hasta lo ofensivo hacer esta pregunta. Las culturas parecen estar protegidas por un derecho especial que las hace a todas igualmente respetables y valiosas. Toda posible crítica se contempla como un tipo de imperialismo indecente. Esta idea se ha exacerbado con la filosofía postmoderna que considera que es el poder quien decide lo que es verdad y que, por lo tanto, toda crítica no es más que una aplicación del poder. Se ha confundido el respeto al derecho de toda persona a expresar su opinión, con la idea de que todas las ideas son respetables.
Esta postura es difícil de defender en el campo de la ciencia. Hay teorías mejor fundadas que otras. En el terreno del conocimiento, la ciencia es superior a los mitos. En cambio, existe la impresión de que en otros terrenos -por ejemplo, la religión, la moral o el arte- esa evaluación resulta imposible porque no tenemos un criterio convincente al que apelar. En la entrada de ayer indicaba que la Ciencia de la evolución de las culturas podría tal vez convertirse también en Ciencia de la evaluación de las culturas. Y me comprometía a ensayarlo en el terreno más difícil posible: las religiones. Ningún otro vuelve tan susceptible a las personas.
Los ensayos de comparar las religiones para ver su carga de verdad han sido frecuentes. Zubiri lo hace en El problema filosófico de la historia de las religiones, planteando muy bien la cuestión, pero resolviéndola con un dogmatismo chocante. “Uno puede hacer una comparación entre la religión cristina y las demás religiones, -escribe- y decir, por ejemplo, que la religión cristiana es superior a las otras. Esto es un poco difícil. Puede ser en muchos sentidos evidente. Pero, por otro lado, ¿dónde están los criterios unívocos para juzgar de la superioridad de una religión? Indudablemente estos criterios penden, en buena parte de la propia concepción religiosa del que hace la comparación” (p.336). Pero a continuación afirma que el cristianismo es la verdad absoluta, y que, “desde un punto de vista teológico, las demás religiones no han sido queridas por Dios más que en la medida en que son, de una manera “deforme” y “aberrante “, la realización misma del cristianismo”. La verdad absoluta del cristianismo deriva de ser una revelación garantizada por la infalibilidad del Espíritu Santo. El planteamiento filosófico de Zubiri se trunca por una apelación confesional.
Pero tomemos su planteamiento. En efecto, si no hay un criterio no hay posibilidad de evaluación legítima. Pero al estudiar la evolución de las culturas creo encontrar un criterio. Se dice con demasiada ligereza que la historia no tiene un “telos”, una dirección. Esto es verdad, en el sentido de que no tiene una finalidad impuesta. Sin embargo, la historia la constituyen los actos realizado por los humanos, que sí se mueven por un fin. He resumido ese dinamismo como la “búsqueda de la felicidad”, lo que lleva a muchas discordancias, pero también a muchas convergencias.
El propio trabajo de la humanidad sobre sí misma, impulsada por su tenaz búsqueda de la felicidad, ha ido descubriendo/elaborando/inventando un conocimiento sobre como es el ser humano y como son sus creaciones, pero también se ha empeñado en saber cómo sería bueno que fuera, qué tipo de cultura sería bueno que creara. ¿Bueno para qué? Para poder alcanzar esa plenitud que denominamos vagamente felicidad. En ese descubrimiento han colaborado enérgicamente las religiones, y se ha concretado en una reformulación de la propia naturaleza humana. Para la ciencia somos primates listos creadores de cultura. Pero la inteligencia humana ha ido más allá, y a través de tanteos con frecuencia desdichados, hemos alumbrado la idea de que sería bueno que nos consideráramos otra cosa: seres intrínsecamente valiosos, protegibles. Es una afirmación contraintuitiva, porque es evidente que hay humanos despreciables, destructivos, repugnantes. Pero seguimos empeñándonos en reconocerles dignidad.
”La ética, como ciencia inductiva de la búsqueda de la felicidad, puede servirnos de criterio para juzgar las culturas incluidas las religiones.
La ciencia no entra en ese tema, pero la gigantesca evolución cultural, sí. La “tesis fuerte” de El deseo interminable es que la “experiencia ética” de la humanidad ha sido la encargada del verdadero progreso de la historia, porque nos acerca al fin humano que es la búsqueda de la felicidad. La ética, como ciencia inductiva de la búsqueda de la felicidad, puede servirnos de criterio para juzgar las culturas incluidas las religiones.
A partir de la evolución de las culturas, creo que podemos considerar criterios válidos para evaluar una religión concreta, los siguientes:
Expuestos de forma tan concisa es inevitable que estas propuestas parezcan arbitrarias. Espero que El deseo interminable consiga fundamentarlas.