Berna González Harbour tituló así la entrevista que me hizo, publicada en EL PAÍS, y el número de veces que se ha reproducido en otros medios, me ha hecho pensar que merece una explicación más amplia, para evitar que se considere un mero titular llamativo. ¿Por qué va a ser catastrófico que las personas se preocupen por la felicidad, cosa que, por lo demás, han hecho siempre? Lo que critico en realidad no es esa preocupación, sino que el tema de la felicidad se haya “psicologizado”, sentimentalizado. La idea de que la psicología, en especial la educación emocional, resuelve todos los problemas de la convivencia es una moda simplificadora. (Marina, JA, “Precisiones sobre la educación emocional”, Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 19(3), (2005), 27-43). Hay conflictos que no se pueden resolver sólo con inteligencia emocional, sino que hace falta apelar a la inteligencia ética. Muchos conceptos psicológicos como “autoestima” o “empatía” pueden tener efectos contradictorios. Los narcisistas y los tiranos suelen tener una autoestima altísima; y los timadores manejan la empatía con una eficacia demoledora.
“Que se haya puesto de moda la felicidad es catastrófico, porque se está diciendo a cada uno que piense en su felicidad psicológica y se rompe la relación de la felicidad con la justicia, con la ética y con la felicidad pública. Es una vuelta al narcisismo”
“Psicologizar” la felicidad es convertirla en un fenómeno subjetivo. Sería un estado de ánimo agradable, en el que no echo nada en falta, que me gustaría que durara siempre y cuya pérdida me haría desgraciado. Esta definición abre un amplio campo de posibilidades, desde el éxtasis místico hasta la “felicidad bioquímica” proporcionada por las drogas. La historia de la felicidad que he emprendido en El deseo interminable muestra que ese concepto de la felicidad – claro, pero limitado- hace que el sujeto se interese fundamentalmente por sí mismo. Si yo busco esa felicidad íntima, personal, privada, sentimental, me desentiendo de la felicidad de los demás. Es lo que trasparece también en la idea liberal de los derechos y de la libertad. Lo importante es que nadie se inmiscuya en mi vida, que me dejen vivir a mi aire.
Desde el Panóptico, ambas posiciones muestran sus debilidades. La “felicidad psicológica” -igual que la “autonomía liberal”- olvida los lazos sociales que las hacen posible. En el caso de la libertad liberal porque considera que los derechos que le amparan le vienen de fábrica, y no de esa sociedad de la que precisamente quiere ponerse a salvo. En el caso de la felicidad, porque solo puede alcanzarse cuando se vive en un “marco social feliz”, cuando se disfruta de una “pública felicidad”. En estas expresiones se utiliza la palabra “felicidad” en un sentido traslaticio, como cuando se dice que una región, una ciudad o una casa son salubres o insalubres. Significan que son buenas o malas para la salud de las personas. Lo mismo sucede con la “felicidad publica”: es lo que resulta beneficioso para la felicidad de los individuos, que son los únicos que pueden sentir la dicha o la desdicha. De la misma manera que en un ambiente patogénico no se puede mantener la salud, en un ambiente trágico -como puede ser este momento Ucrania- no se puede ser feliz. Propongo utilizar la palabra “felicitario/a” para calificar aquellas situaciones o actividades que son condición imprescindible de la felicidad personal.
“Toda sociedad, cuando se libera de la pobreza extrema, de la ignorancia, del dogmatismo, del miedo al poder, y del odio al vecino, evoluciona hacia un marco ético definido por el reconocimiento de derechos individuales, el rechazo de discriminaciones no justificadas, la participación en el poder político, las garantías jurídicas y las políticas de ayuda”.
En conclusión, debemos distinguir la felicidad subjetiva, psicológica, de la felicidad objetiva, pública, política. Aquella se define como un estado mental agradable, en el que no hecho nada en falta, y que desearía que se mantuviera siempre. En cambio, la pública felicidad es una situación social que protege mi personal búsqueda de la felicidad, en la que deseo vivir, y que me horrorizaría perder. Mi tesis es que la felicidad subjetiva puede ser demasiado variada como para que nos pongamos de acuerdo en su contenido, pero que en cambio sí podemos hacerlo en lo que respecta a la pública felicidad. Hace ya años que la profesora De la Válgoma y yo enunciamos una Ley del progreso ético de la humanidad que explicaba nuestra confianza en la posibilidad de acuerdo. Dice así: “Todas las sociedades, las culturas, las religiones cuando se liberan de la pobreza extrema, la ignorancia, el fanatismo, el miedo al poder y la insensibilidad hacia el vecino se encaminan convergentemente hacia un modelo de felicidad objetiva caracterizada por la defensa de los derechos individuales, el rechazo de las desigualdades no justificadas, la participación en el poder, la razón como medio para resolver conflictos, las seguridades jurídicas y las políticas de ayuda”. Es muy difícil que una persona que conozca el significado de los términos pueda rechazar este modelo. ¿Hay alguien que desee vivir sin derechos, discriminado, tiranizado, sometido a prejuicios irracionales, desprotegido contra el poder, o abandonado en su desdicha?
La investigación para El deseo interminable me confirmó una relación esencial para nuestra convivencia, que ya había estudiado hace tiempo: la relación de la felicidad con la justicia. La búsqueda de la propia felicidad subjetiva lleva inevitablemente al conflicto con otras búsquedas análogas. El deseo de apropiarme de un bien puede chocar con los deseos de otros, o con los derechos adquiridos. La convivencia es conflictiva y plantea problemas comunes en todas las sociedades. Revisando mi Archivo, solo encuentro ocho problemas universales provocados por la convivencia social:
(1) El valor de la vida
(2) La relación entre el individuo y la tribu
(3) La participación en el poder político
(4) Los bienes, su propiedad y su distribución
(5) El sexo, la procreación y la familia
(6) El trato a los débiles, los enfermos, los niños
(7) El trato a los extranjeros y
(8) la relación con los dioses, la muerte y el más allá.
Todas las sociedades han tenido que resolver estos problemas. Llamamos “justicia” a las mejores soluciones que se nos han ocurrido. La comparación entre las diversas soluciones permite en casi todos los casos una elección justificada. La justicia surge así de la misma búsqueda de la felicidad. No se impone a ella desde fuera, sino que brota desde su interior y dirige la construcción de ese modo de vida que he llamado felicidad objetiva, y los ilustrados denominaron “pública felicidad”.
Reducir la felicidad a un estado subjetivo, lo que llamo “psicologizarla”, supone olvidar el papel que la justicia tiene como imprescindible condición felicitaria, y debilita el motivo para contribuir a su establecimiento. Esto es lo que me parece una atrocidad.