Decía Feynman, uno de los grandes físicos del siglo pasado, que con las teorías ocurre lo mismo que con los enamoramientos. En el momento inicial no se ven las imperfecciones, y cuando se descubren es tarde porque uno ya está enamorado de una persona o de una teoría. Tal vez estoy a punto de que me ocurra eso -lo de la teoría- y me gustaría estar prevenido. El caso es que, cuanto más estudio, con más fuerza se me impone una idea: Toda la historia deriva de un reducido número de deseos y emociones universales. Es una afirmación que impone una exigencia metodológica. Todo suceso histórico debe poder reducirse, con mayor o menor número de intermediaciones culturales, a ese breve repertorio de energías afectivas. ¿Cuáles son los mecanismos de ampliación, variación y combinación de los deseos? El nacionalismo, por ejemplo, es un sentimiento que ha impulsado a la acción a millones de hombres. Puesto que el concepto de “nación” es reciente ¿cómo podemos relacionarlo con nuestra panoplia original de deseos?
”Toda la historia deriva de un reducido número de deseos y emociones universales
Hay varias fuerzas que pueden introducir cambios en nuestro mundo emocional.
Esta coctelera emocional puede ir cambiando a lo largo del tiempo y es un tema esencial para El deseo interminable.
Pondré un ejemplo para intentar convencerme a mí mismo de que este es un camino interesante: el deseo de poseer cosas. Los animales tienen un instinto territorial, y se enfurecen cuando se les quita algo que aprecian. La vida nómada de nuestros antepasados cazadores recolectores resulta incompatible con la propiedad de bienes, pero es posible que tuvieran algún sentido de la propiedad. Los miembros del pueblo ¡kung del desierto del Kalahari, en África meridional, nos permiten imaginar la vida de esos grupos. Viven sobre un territorio sin delimitación precisa, que no es exclusivo ni se defiende activamente, pero la territorialidad se basa en un recurso clave y escaso: la charca, Tiene razón Pipes al indicar que la propiedad aparece porque hay bienes deseados y limitados. Desde tiempos muy remotos, los sapiens tuvieron algún deseo de acaparar bienes. En una tumba encontrada en Sungir, de hace 30.000 años. aparecen tres cadáveres. Un hombre de unos sesenta años decorado con 3936 cuentas, un hombre joven que llevaba 4.903 y una mujer joven con 5.724. El deseo de acumular no explica el esfuerzo necesario para pulir las cuentas. ¿Sería un afán de distinción, un signo de poder, un ejemplo de competencia, como las plumas del pavo real?
La agricultura estimuló el deseo de tener propiedades. Los antropólogos suelen establecer fuertes correlaciones entre la intensidad de las prácticas agrícolas, la importancia de las herencias y la obsesión masculina con la pureza sexual femenina. Heredar las propiedades se convierte en asunto de vida o muerte. Muchas sociedades agrícolas parecen haberse obsesionado con los antepasados, relacionados con la tierra. (Goody, J. Production and reproduction: A Comparative Study of the Domestic Domain, Cambridge U.P. 1976; Smith, E. A. et alt: Intergenerational Wealth transmission and Inequality in Premodern societies, 2010).
Durante toda la historia, la propiedad correspondía a quien tuviera fuerza para hacerse con ella y defenderla. El “derecho de conquista” estuvo vigente en Derecho internacional hasta la II Guerra mundial. Los modos de organizar la propiedad son culturalmente muy variados, pero lo que me parece más llamativo en esta historia es el paso de la posesión basada en la fuerza a un “derecho de propiedad” que protege también al débil. Este paso de un deseo a un derecho me parece una de las líneas fundamentales de la evolución cultural. Un último históricamente se dio en el intento de hacer desaparecer la propiedad privada, en el comunismo. Era previsible, dada profundidad de la pulsión de propiedad, que el intento acabaría fracasando. El siguiente debate, dentro de la línea señalada, tiene que ver con el enfrentamiento de la idea de la propiedad como derecho absoluto, y la idea de la función social de la propiedad. Los deseos acaban desembocando en problemas éticos.
Volvamos a los deseos básicos. Los datos que tenemos de los cazadores recolectores y de las primeras culturas agrícolas permiten afirmar que en aquel momento estaban movidos, como ahora, por tres pulsiones, de cuya satisfacción depende la felicidad.
Mañana explicaré cada uno de ellos.