En la entrada de ayer comenté que en lo que llevo escrito del nuevo libro defiendo la idea de que toda la historia humana deriva de tres grandes pulsiones universales y permanentes, a las que acompañan como guías las emociones universales, y el pensamiento como herramienta expansiva y correctiva. Mis dudas proceden de que no se si esta idea es verdadera. Si llego a la conclusión de que no lo es, tendré que cambiar todo lo que he escrito, porque no quiero convertirme en un Procusto histórico. Como saben, Procusto era un posadero que cortaba las piernas de sus huéspedes a la medida de las camas que tenía. En filosofía significa amputar los hechos para que quepan en la teoría.
He identificado las tres grandes pulsiones mediante un “meta-análisis” de los tratados más prestigiosos sobre motivación y necesidades humanas. Espero que el estudio de la historia las corrobore también. Estas son a mi juicio las tres grandes impulsoras de la acción humana:
La motivación de poder es otra cosa. Desea imponer la propia voluntad a la voluntad de los demás. Supone también un aumento de posibilidades (por supuesto, para quien lo ejerce). El poderoso aprovecha para sí las posibilidades de sus súbditos. Experimenta una amplificación del yo.
”La inquietud humana, lo que no ha permitido a nuestra especie detenerse, deriva de ese deseo interminable que solo podría ser aplacado al conseguir un objetivo mal precisado, al que llamamos felicidad
Estas tres grandes pulsiones tienen, en efecto, algo en común. Buscan una satisfacción. Evidentemente, cada una la suya propia. En caso de encontrarla, el deseo concreto queda saciado, pero no la capacidad de desear. Este es un punto esencial de nuestra historia. La inquietud humana, lo que no ha permitido a nuestra especie detenerse, deriva de ese deseo interminable que solo podría ser aplacado al conseguir un objetivo mal precisado, al que llamamos felicidad. El deseo interminable busca la felicidad como la flecha el blanco. Quiere descansar en él. Los humanos han intentado dar razón de esa infinitud del deseo. Los teólogos medievales, por ejemplo, la interpretaron como una nostalgia de Dios, único Ser capaz de colmarlo. Un ateo confeso como Sartre, recogió esta idea a su manera al afirmar: “el hombre es el ser que proyecta ser Dios” (1943, p.612), para añadir a continuación:” por eso es una pasión inútil”. Prefiero decir, una pasión interminable. El pensamiento hindú, consciente de esa imposibilidad de satisfacer el deseo encuentra la solución en prescindir de él, de anular el problema en su origen.
Creo que la teoría de los tres deseos me permitirá explicar la evolución de las culturas, pero por ahora me sigue inquietando la duda de que sea posible.