La historia de la felicidad ha de incluir la historia de las imágenes se los humanos se han formado de ellas. ¿Cuáles eran las expectativas? ¿Cómo la soñaban? Dos situaciones imaginarias incitaron a describir la felicidad perfecta. Una, situada en el pasado: la edad de oro, el paraíso terrenal. Otra, situada en el futuro: el Cielo y la dicha de los bienaventurados, de la que ya he hablado. Entre ambas, distintas utopías presentaban también sus modelos. Me interesan esas elucubraciones porque vierten en un marco teológico o mitológico los deseos, gustos, expectativas reales de la humanidad en un momento histórico dado. Es un asombroso ejercicio inventivo. Al recuperar su genealogía podemos comprender algunas afirmaciones que pueden parecernos estrafalarias. Por ejemplo, al comentar el Génesis, los teólogos medievales imaginaron los “dones preternaturales” de Adán y Eva, es decir, los que poseía antes de cometer el pecado original. El Génesis afirma que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, y lo moldeó en arcilla. ¿Cómo sería esa imagen? Perfecta, puesto que Dios es perfecto. No pudo, por tanto, crearlo niño, sino con la edad a la que el hombre ejerce plenamente su libertad. También en la mitología griega, Atenea había nacido adulta de la cabeza de Zeus. Cayetano, un importante filósofo medieval, calcula que eso sucede a los cincuenta años, por lo que infirió que Adán fue creado con esa edad. Físicamente, debería tener la misma altura que Cristo, que fijaban en un metro noventa y cinco centímetros. Como en el imaginario religioso Dios tenia figura masculina, su perfección corporal no ofrecía problemas, pero ¿Y Eva? ¿A quién se podía parecer? Ya que no a Dios, se tomaba como referencia a la mujer más perfecta: la Virgen María. Y llegados a este punto, cada cual podía imaginarlo a su gusto. En un curioso texto, san Nicéforo, patriarca de Constantinopla (758-829) escribe: “Eva era de estatura mediana superando ligeramente la media. Su rostro no era ni redondo ni anguloso, sino discretamente alargado, con un tono cálido, los cabello rubios, las cejas arqueadas y más bien negras, ojos penetrantes un poco dorados y casi del color del aceite (pupillis sub flavis, et tanquam olee colore), la nariz bien dibujada, los labios como una flor, Eva aparecía digna y seria a semejanza de la futura madre de Dios” ( Inveges, A. Historia sacra paradisi terrestris et sanctissimi innocentiae status , 1640; Delumeau, J. Une histoire du paradis, Tomo I, p.251)
Nostalgia del Paraíso
La idea de que hubo una edad feliz, de la que fuimos apartados, ha aparecido con frecuencia en la historia. Don Quijote, en su discurso a los cabreros, resume parte de la imaginería que no era más que la proyección de lo deseado:
Esta es una constante imaginería de la felicidad: un lugar fértil y con agua, la posibilidad de alimentarse sin trabajar, una propiedad común de los bienes, la amistad y la concordia. Algo así sucedía en el Jardín del Edén. El hombre y la mujer vivían en armonía con la naturaleza, en un jardín rodeado de un muro (es lo que significa el persa apiri-daeza, etimología de “paraíso”) en donde el agua corría en abundancia, felicidad suprema soñada por gentes amenazadas permanentemente por la sequía.
El mito sumerio de Enki comienza con una descripción de la paz que reina en Dilmun. Los animales no luchan entre sí, algo que recoge la visión de Isaías en la Biblia, las enfermedades no afectan a los hombres. Las fantasías griegas sobre los Campos Elíseos y las Islas afortunadas, recogen las mismas ideas de una edad dorada. Hesíodo y Platón vuelven a insistir en un tema permanente: la tierra producía cosechas generosas, sin necesidad de cultivarla. Es el mismo mensaje de la Biblia. Después del pecado y de la expulsión del paraíso, el hombre tendría que “comer con el sudor de su frente”.
De manera sorprendente, en la historia de la felicidad que estoy narrando, el papel del trabajo cambia radicalmente. En los escritos más antiguos, el trabajo es un castigo, en la elitista Grecia algo necesario pero indigno de ciudadanos libres. Pero con el protestantismo las cosas cambian. La inmovilidad del Cielo católico les parece horrible. Y la holganza un pecado. En 1857, el popular predicador baptista Charles Spurgeon (1834-1892) afirmaba que “la idea del Cielo como un lugar de descanso convendrá solo a unos cuantos profesores perezosos” El trabajo era una delicia. En 1892, al otro lado del Atlántico otro predicador popular Thomas DeWitt Talmage decía lo mismo: “El Cielo es el lugar de mayor actividad del universo”. El filósofo escoces Isaac Taylor pensaba que, tras la muerte, la excelencia activa, el valor, el espíritu emprendedor o el inquieto sentimiento de la ambición seguían siendo de utilidad. (McDonnell, C. y Lang, B., Historia del Cielo, p. 507). William Lareke Ulyat (1823-1905) pastor baptista llevaba la comparación al límite: “el Cielo es una activa ciudad en la que cada residente tiene “sus áreas de trabajo, sus citas y sus ocupaciones diarias”. “El Cielo será una bulliciosa colmena, un centro de trabajo, a cuyos habitantes caracterizará la energía productiva, pues no habrá haraganes en el campamento, ni zánganos en la colmena” (p.511).
Completaré este texto en la monografía HISTORIA DE LOS PARAÍSOS TERRENALES Y CELESTIALES, un relato sorprendente.
happiness? what happiness?: life here, as they say, is a Valley of Tears … or is there not enough evidence of this to see the Global Village? happiness? … and the fellow man [children, women, people]: to oblivion?: the pursuit of happiness does not even belong to The Right, it is not even appropriate … in fact its real name is [big] SIN …