Siempre que hay una nueva ley educativa empiezan a escucharse decepciones, reivindicaciones, ataques y excusas. La aparición de los currículos para Enseñanza Secundaria ha vuelto a plantear el tema de la filosofía, que ha desaparecido de ellos. La cuestión viene de lejos. Después de la cumbre de Lisboa del año 2000, la Unión Europea decidió organizar la enseñanza por competencias, y seleccionó ocho, que figuran en la nueva ley española.
En esta mezcolanza no figura la filosofía. Es un programa de un solo nivel, en el que no se fomenta la reflexión crítica sobre lo aprendido. La “democracia crédula” que tenemos es una consecuencia de esa decisión. Cuando la UE publicó esa lista de competencias, comencé una campaña reclamando una “novena competencia” -la filosófica-, sin ningún éxito.
Elaborar los currículos, es decir, decidir lo que hay que aprender, es una difícil tarea, porque el ámbito de los saberes es enorme y el tiempo limitado. Por eso, he propuesto copiar en este asunto una técnica hacendística llamada “presupuesto base cero”. El modo acostumbrado de elaborar los presupuestos de un Estado es tomar como referencia el presupuesto anterior y ajustar subidas o bajadas a cada ministerio. La técnica “base cero” exige empezar justificando la misma existencia del ministerio. En educación supondría que, a partir de leer, escribir y las cuatro reglas, todo lo demás habría que justificar con rigor por qué habría que aprenderlo. Llegamos así a la pregunta sobre la filosofía. ¿Qué es lo que hay que aprender y por qué?
Creo que la respuesta sólo puede darse desde el Panóptico, es decir, desde la Ciencia de la evolución de las culturas. Pensar esto me preocupa porque no si sé si estoy viendo esa ciencia con los mismos ojos con que los boticarios antiguos veían la “triaca máxima”, un medicamente que curaba todas las enfermedades. Si no todas, la Ciencia de la evolución de las culturas nos aclara muchas cosas.
”Comprobar la resistencia de las creencias recibidas es lo que denominamos “pensamiento crítico”
Desde el Panóptico se ve la filosofía como una corriente de experiencia humana que al igual que la poesía, el arte, la ciencia o la religión, tiene una larga genealogía. Desde su origen, responde al deseo -o a la necesidad- de conocer el mundo, de saber cómo se debe actuar y de qué nos podemos fiar, de cómo organizar la sociedad. Es un impulso para resolver de la mejor manera posible los problemas que la vida plantea. Para ello tiene que someter a escrutinio las soluciones propuestas previamente. Por ejemplo, las ofrecidas por el pensamiento mítico. Comprobar la resistencia de las creencias recibidas es lo que denominamos “pensamiento crítico”. Por aplicarlo, todos los dogmatismos han considerado peligrosa a la filosofía. El afán filosófico de buscar la verdad dio origen a las ciencias que, al llegar a su mayoría de edad, se independizaron de ella. En cierto sentido, todas las ciencias son matricidad. La filosofía quedó como un “saber de frontera”, moviéndose siempre en el límite de lo conocido e intentando ampliarlo. Una situación que la hace muy vulnerable. Los saberes consolidados que nacieron su impulso, la han dejado bailando con la más fea: la pregunta aun no respondida. Los filósofos podían verse retratados en el poema de Guillaume Apollinaire:
Piedad para nosotros,
Que combatimos siempre en la frontera,
De lo innominado y el absoluto.
Este sentido de búsqueda es lo que significa etimológicamente la palabra filosofía. No es sabiduría (Sofía) sino el deseo (filo) de poseerla. La historia de la filosofía es la biografía de esa pasión, que deberíamos contagiar a todos los ciudadanos.
Pero dicho esto se nos plantea un problema: ¿existe también la filosofía como un cuerpo cierto de conocimientos, que valga la pena conocer? Este es el asunto crucial desde el punto de vista educativo, porque muchos filósofos profesionales van a decir que no. Algunos dirán que lo propio de la filosofía es hacer preguntas, no encontrar respuestas. Eso significa decir que sólo existe la filosofía como actitud, como experiencia, como un deseo siempre activo y siempre insatisfecho. Si es así, lo único que debe incluirse en los planes de estudio es, en todo caso, la historia de ese afán de saber y de sus protagonistas, la historia de la filosofía.
Según la filosofía postmoderna, de gran actualidad en este momento, incluso la noción de verdad está en entredicho. Lo que llamamos verdad -o saber- no sería más que el dictamen del poder. La ciencia considera esta afirmación como una simpleza, y se ha alejado de la filosofía. A mí me parece algo más: me parece un error y un error peligroso. La verdad no es la manifestación del poder, sino un nivel adecuado de verificación. Por haber olvidado esto, hemos caído bajo el imperio de la opinión no justificada, de las fake news, de las ideologías, incluso de los hechos alternativos, de una profunda vulnerabilidad cognitiva. Tengo la convicción de que la filosofía, además de amor a la sabiduría, es una parte de ella, un corpus de conocimiento que se puede y se debe aprender en la enseñanza secundaria. Responde a las cuatro preguntas kantianas: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? ¿Qué demonios somos? Esa convicción me llevó a escribir libros de texto de filosofía para enseñanza media. Permite el conocimiento de cómo funciona la inteligencia humana y de sus límites, los criterios de evaluación científicos y éticos, y la comprensión de las creaciones humanas a lo largo de la historia: ciencia, arte, religiones, sistemas políticos, sistemas normativos, tecnologías. Vuelvo a arrimar el ascua a mi sardina: La Ciencia de la evolución de las culturas permite integrar la filosofía como experiencia y la filosofía como corpus científico.