Con motivo de la aparición de El deseo interminable, me han entrevistado diversos medios de comunicación. Leo con atención esas entrevistas para saber qué explicaciones mías han podido resultar confusas, y qué ha interesado más a los periodistas. Fernando Díaz de Quijano, en EL CULTURAL ha titulado “El nazi Carl Schmitt es un referente para Podemos; los extremos se tocan”. Obviamente, en una entrevista se habla de memoria, por lo que he acudido a mi Archivo, para recuperar por qué dije eso.
La figura de Carl Schmitt aparece y desaparece de la actualidad. Fue un jurista miembro del partido nazi, enemigo de la democracia liberal, que consideraba que la esencia de la política consiste en la oposición amigo/ enemigo. Ignorarla, decía, solo conduce a la pasividad, que es la muerte de la política. En ese planteamiento no se contempla en ningún momento que la política sea la encargada de superar la oposición. La única forma de conseguir la armonía es la victoria sobre el contrincante. Schmitt redondeaba la faena afirmando que donde se manifiesta en toda su pureza el poder político es en el “estado de excepción”. Y que la figura que mejor puede decidirla y ejecutarla es un dictador.
Por esta razón, en la época franquista Schmitt fue un pensador muy bien considerado. Como señala Miguel Saralegui en su libro Carl Schmitt: Pensador español, Manuel Fraga mantuvo una “amistad académica y personal” con él.
“Schmitt también ha influido en el pensamiento de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, promotores de un populismo de izquierda, en quienes están inspiradas muchas tesis de Podemos. Esto era el motivo de mi afirmación”
También era apreciado por la izquierda. “A veces hechiza a cierta izquierda dogmático-jurista”, comenta Elías Díaz, aunque la crítica de Schmitt a la democracia representativa tiene el exclusivo propósito de destruirla “propiciando paradójicamente otra legalidad mil veces más incontrolable, inapelable y arbitraria como es la del Estado totalitario” (Díaz, E., De la maldad estatal y la soberanía popular, Tecnos, Madrid, 1984, pág. 55).
Schmitt también ha influido en el pensamiento de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, promotores de un populismo de izquierda, en quienes están inspiradas muchas tesis de Podemos. Esto era el motivo de mi afirmación. Laclau no lo menciona apenas, por lo que Schmitt se convierte en “un tácito fantasma” que acompaña toda su obra (ABOY CARLÉS Gerardo y MELO Julián (2014). La democracia radical y su tesoro perdido. Un itinerario intelectual de Ernesto Laclau. Revista Postdata, Vol. 19 (N°2), 395-427). Chantal Mouffe es más explícita y una parte de su obra está pensada desde Schmitt, para superarlo. Incluso editó un libro colectivo titulado El desafío de Carl Schmitt. Explica bien esta relación Jose Luis VIllacañas en “Chantal Mouffe y la superación de Carl Schmitt”, Pensamiento al margen. Revista digital. Nº10, 2019). En 1985, Laclau y Mouffe publicaron Hegemonía y Estrategia Socialista, donde defendían que el populismo es la condición de posibilidad del socialismo. En sus últimas obras sustituyen el socialismo por la “democracia radicalizada”. Lo característico del populismo, según lo entienden estos autores -y a mi juicio aquí hay también un eco de Schmitt, aunque transformado- es la “construcción de un pueblo”. Pero eso solo lo puede conseguir un líder que aglutine afectivamente a la gente. Esta idea se integra también en el modelo de Podemos.
En mi Archivo los enlaces de Schmitt son variados. En El Panóptico escribí sobre “Rusia y Carl Schmitt”. Comentaba un artículo de Andrew Wilson publicado por el European Council on Foreing Relations titulado «Inside the Russian geopolitical mind: Pseudo-justifications behind the war in Ukraine” y el libro de David G. Lewis Russia’s New Authoritarianism: Putin and the Politics of Order’ que analiza la influencia de Schmitt en la Rusia actual, sobre todo a través de dos politólogos como Aleksandr Dugin y Vadym Tsymbursky.
La conexión se amplía. En este momento se lee mucho a Schmitt en China. Gideon Rachman, en La era de los líderes autoritarios (Crítica 2022) escribe: “Fue una conversación con Eric Li, de la Universidad de Fudan, la que me alerto por primera vez sobre la moda de Carl Schmitt entre los pensadores autoritarios chinos y del resto del mundo. Li mencionó que había convencido a Aleksandr Dugin de que lo trabajara en su universidad; “¿Dugin no es fascista?” le pregunte intentando aparecer más curioso que agresivo, “No” respondió LI; “Pero le interesa mucho el pensamiento de Carl Schmitt”? ¿Qué significa eso?” añadí. “Todo es política”, dijo Li enigmáticamente. Más tarde me di cuenta de que la justificación para un gobierno autoritario se apoyaba en la idea de que no podían existir unas instituciones realmente independientes o tan siquiera una verdad objetiva. Todo es política” (p. 250). Tal vez esta frase explica que la obra de Schmitt haya empapado a ideologías tan diferentes. Tienen en común pensar que “todo es política”.