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Hay una obstinada monotonía a la que volvemos a pesar de los alardes creativos de la humanidad. Acabo de ver en dos programas diferentes de TV imágenes de la gente que huye de las ciudades ucranianas y de la “desbandá” que se produjo en Málaga en febrero de 1937. Cambian los atuendos, los medios de transporte, pero el fenómeno es el mismo: pobres gentes que huyen de la muerte y del horror.

La guerra es una actividad corruptora porque obliga a todos los contendientes a la brutalidad

La creación diversifica. La destrucción homogeneiza. Hay una terrible constancia que se manifiesta especialmente en la guerra. Gwynne Dyer comenta esta monotonía en su libro Guerra (Belacqua, 2007, p. 16). “Los habitantes de Dresde o Hiroshima en 1945 no sufrieron peor destino que los ciudadanos de Babilonia en el año 689 a.C. cuando la ciudad cayó ante Senaquerib de Asiria, quien se jactaba así:”Arrasé la ciudad y sus casas, las destruí y las hice consumir por el fuego”. Dyer comenta -no sé si con cinismo o con desesperanza- “era un método de destrucción que requería una labor más intensiva que arrojar armas nucleares, pero el efecto era aproximadamente el mismo”.

La guerra es una actividad corruptora porque obliga a todos los contendientes a la brutalidad. Por eso quien la inicia es responsable de la inevitable brutalización los combatientes. En este momento estamos estremecidos por la crueldad rusa de someter a los rigores del invierno a la población ucraniana. De nuevo el horror se repite. Durante la Primera guerra mundial, el bloqueo británico a Alemania produjo unas 800.000 muertes civiles por falta de suministros. La contienda terminó en noviembre de 1918, pero el bloqueo duró hasta marzo de 1919, cosa que los alemanes consideraron una crueldad inaceptable. Como señalo el representante alemán en Versalles “Los centenares de miles de no combatientes que han perecido a causa del bloqueo fueron destruidos fría y deliberadamente con posterioridad al logro de una victoria indudable y segura de nuestros adversarios. Piensen ustedes en ello cuando hablen de culpa y reparación”.

Hace noventa años, Stalin provocó una hambruna en Ucrania en la que pudieron morir 10 millones de personas. Como señala Anne Applebaum «la hambruna no fue causada por el caos ni por fallos, sino por culpa de las requisas, así que eso solo pudo ser intencional». Posiblemente estuvo relacionada con la política de rusificación de Ucrania y la supresión del idioma ucraniano. (Applebaum, A:  Hambruna roja, Debate, 2019)

En Biografía de la Inhumanidad estudié esta trágica repetición. La Psicohistoria nos da una explicación: no hemos desarrollado un sentimiento de repugnancia hacia la guerra. Ha habido una “conspiración” histórica para exaltarla como gran creadora, que ha sido paralela a otra conspiración cultural contra la paz. Juvenal, en su “Sátira VI” escribió una frase que estremece: Nunc patimur longae pacis mala. Ahora padecemos los males de una larga paz.

Las próximas entradas del Diccionario de pasiones políticas las dedicaré a las emociones de la guerra.

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