El post de ayer terminaba mencionando el recelo que sentían los padres fundadores de EEUU acerca de los movimientos retóricos dirigidos a movilizar la opinión pública. Eran gente muy avezada y hay que tomar sus preocupaciones en serio. Un estudio de Kayla N. Jordan analizando más de 33.000 textos de todos los presidentes de EEUU desde el siglo XVIII, 5.000 novelas y más de dos millones de artículos del The New York Times, llega a la conclusión de que los mensajes políticos se han infantilizado progresivamente. A la misma conclusión llega en España Antonio Rivera en su Antología del discurso político, Catarata, 2016: “La sociedad de masas y sus instrumentos de comunicación, lejos de complejizar los procedimientos, nos ha llevado a la simplificación de los discursos”. En 2015, el Boston Globe analizó los discursos de los candidatos a la presidencia, utilizando el algoritmo Flesch-Kincaid readability test. Oscilaban entre el nivel de comprensión para niños de 11-12 años, hasta los más sofisticados – los de Hillary Clinton- comprensibles para 14-15. Resultados parecidos encontró Smart Politics, un grupo de estudio apoyado por la Universidad de Minnesota, y Elvin Lim, en “The Anti-Intellectual Presidency: The Decline of Presidential Rhetoric from George Washington to George W. Bush,
La conclusión más pesimista de esta situación la saca Dan Kahan, de la Universidad de Yale, con su teoría del razonamiento políticamente motivado, que sostiene que en los debates políticos el participante no quiere razonar, sino ganar.
Cuando apareció Internet, muchos pensamos que era un medio ideal para rediseñar el espacio público. ¡Por fin había un medio para que todo el mundo pudiera participar en el debate! Era un paso decisivo hacia la libertad y la democracia participativa. No ha sido así. La situación me recuerda un viejo chiste en que se ve a un juez en su tribunal diciendo: Para aligerar los trámites vamos a prescindir de las pruebas y pasar directamente a la sentencia”. Algo parecido está sucediendo: “Para aligerar el discurso, vamos a prescindir de los argumentos y pasar directamente a las conclusiones”. La formación de la “opinión pública” se ha convertido en una gran fuente de negocio para las grandes compañías que manejan información. B.J. Fogg, fundador del Persuasive Tech Lab de la Universidad de Stanford no oculta su finalidad en el título de su obra más conocida: Tecnologías persuasivas: usar ordenadores para cambiar lo que pensamos y hacemos. Otro experto, Nir Eyal, titula el suyo Enganchados: cómo diseñar productos para que creen hábitos. La proliferación de fake news y de Deep fake news es un síntoma más. El descredito de la razón y la negación de la idea de verdad que tantas veces he denunciado colaboran a esta situación. Vivimos en un estado político de carencia de sentido crítico. Lo mismo que ha ocurrido en casi todos los periodos de la historia, porque el poder lo ha temido siempre.
El título del artículo hace referencia a un viejo sueño mío: conseguir una vacuna contra la estupidez.