Hace un par de décadas, la Psicología dio un “giro afectivo”, y empezó a interesarse profundamente por el mundo emocional. Una vez sucedido, a toro pasado, el proceso parece previsible e inevitable. La psicología siempre quiso comprender el comportamiento humano. El conductismo lo explicó por el juego de los condicionantes del entorno; la psicología cognitiva introdujo los fenómenos mentales cognitivos. Pero hacía falta reconocer la importancia de las fuerzas motivacionales: pasiones, emociones, sentimientos. Las ciencias sociales han seguido el mismo camino. Los politólogos piensan que “el cerebro político es un cerebro emocional” (Drew Westen).
En su interesante y documentado libro La democracia sentimental. Política y emociones en el siglo XXI, (Página Indómita). Manuel Arias Maldonado describe la situación y propone la idea de que el sujeto político actual es un “individuo postsoberano”, menos libre en sus decisiones de lo que solíamos pensar. La economía desconfía también de la teoría de la elección racional, admite la importancia de las emociones (Schiller, Kahneman) y propone una “economía conductual”. Y es evidente que la Historia, tras pensárselo mucho, ha acabado por reconocer que necesita estudiar las “pasiones que han movido el mundo”. Contaba Lloyd de Mause, como anécdota ilustrativa del recelo de los historiadores a introducir temas psicológicos en sus investigaciones, que en los tres gruesos tomos de Runciman sobre la Historia de las cruzadas sólo hay una página donde se dice algo acerca de los motivos que indujeron a los cruzados a ir a unas guerras que habrían de durar varios siglos. Esa actitud nos impide comprender los hechos históricos y por eso en este momento trabajo en una “historia emocional de la Humanidad”, lo que me fuerza a leer muchos libros sobre el tema.
Uno de ellos es el de Pierre Rosanvellon Les épreuves de la vie (Seuil). Quiere interpretar la vida de los franceses estudiando las pruebas a las que tienen que enfrentarse y cómo responden afectivamente a ellas. Selecciona cuatro situaciones difíciles, analizando la respuesta emocional y lo que el sujeto desearía conseguir. Los sentimientos evalúan los acuerdos o desacuerdos entre lo deseado y lo real:
- La situación de desprecio suscita los sentimientos de humillación, resentimiento, furia, y espera conseguir respeto y
- La situación de injusticia suscita el sentimiento de indignación y espera conseguir que los poderes atiendan a las situaciones reales vividas.
- La discriminación suscita amargura y rabia y espera conseguir reconocimiento e igualdad real de oportunidades.
- La incertidumbre suscita la ansiedad y la desconfianza y espera conseguir seguridad y dar sentido a la situación (legibilité).
El autor busca ejemplos históricos de estas cuatro situaciones. Como conclusión intenta aplicar estos conocimientos a la política. “La gran fuerza de los populismos-escribe- es haber comprendido el papel central que juegan las emociones en política.” Dos de sus teóricos -Ernesto Laclau y Chantal Mouffe- han tratado el tema. “La izquierda -escribe Mouffe- es demasiado racionalista para comprenderlo; para ella, los argumentos y las cifras correctas bastan. Pero lo que impulsa a la gente a actuar son los afectos”. En España, Iñigo Errejón ha hablado del protagonismo que había que dar a los “motores afectivos”. Dan forma al “descontento” social convirtiéndose en fuerzas de expresión del resentimiento, la indignación, la amargura o la desconfianza que se manifiestan de forma difusa.
Quienes se oponen a esta política emocional, los que aspiran a una “política racional” apelan a los intereses para contrarrestar la irracionalidad sentimental, se configuran como una tecnocracia, y caen con frecuencia en el economicismo. Frente a esas dos concepciones -populismo emocional y tecnocracia racional- Rosanvellon propone una política dirigida a resolver o evitar esas “experiencias difíciles”: el desprecio, la injusticia, la discriminación y la incertidumbre.