He interrumpido el trabajo sobre El deseo interminable para preparar una conferencia que pronunciaré esta semana sobre humanismo y medicina. Pero cuando se está trabajando en un proyecto, tenemos desplegadas unas antenas que detectan todo lo que puede tener relación con él. Es un estado de receptividad que siempre me sorprende y encanta.
La ambición, ¿virtud o vicio?
Tener éxito supone alcanzar la meta deseada. Lo contrario es fracasar. Alcanzar la felicidad es siempre un éxito, pero ¿todo éxito proporciona la felicidad?
Una de las características del “sentimiento subjetivo de felicidad” es que se trata de una experiencia diferencial. Es el balance entre lo esperado y lo conseguido. O entre lo que tienen los demás y lo que tengo yo. Por eso los maestros estoicos y los orientales proponían como solución tener pocas expectativas, pocos deseos y no ser envidioso.
Buscando información sobre el modo en que los humanos han pensado la felicidad, he dedicado estos últimos días documentándome sobre el modo como han entendido la felicidad perfecta, es decir, la vida en el Paraíso o en el Cielo.
Desde el Panóptico tenemos que ver más atrás. ¿De dónde puede brotar la envidia? Posiblemente de la pulsión humana hacia el mantenimiento del estatus y de sus signos exteriores.
La Historia de los paraísos terrenales y celestiales nos permiten conocer los sueños de la humanidad. Nos sirve de guía para descubrirlas. En el mundo cristiano -y también en el islámico- las primeras imágenes del Paraíso lo identifican con un jardín.
La teología ha intentado responder a las preguntas ¿qué experimentaran los cristianos tras la muerte? La variedad de respuestas, dicen, son decepcionantes para un teólogo, pero interesantísimas para un historiador.
Llegamos a un punto esencial para nuestro proyecto. ¿Qué relación tenía el amor y el matrimonio con la felicidad? ¿Qué expectativas han tenido los contrayentes a lo largo de la historia?
Me entra la duda de si lo que debería hacer es escribir una “historia de la alegría”. La definición de los términos afectivos es muy imprecise, por lo que con frecuencia alegría y felicidad se usan como sinónimos. El asunto se agrava cuando se intenta traducir a otras lenguas.