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Tener éxito supone alcanzar la meta deseada. Lo contrario es fracasar. Alcanzar la felicidad es siempre un éxito, pero ¿todo éxito proporciona la felicidad? La historia de esas dos palabras -éxito y felicidad- está llena de esperanzas y decepciones. El modo de definir aquel determina la definición de esta. Para ver las diferencias podemos comparar la idea española de éxito con la idea estadounidense. La noción de éxito como “resultado feliz” no aparece en ninguno de los escritores españoles del Siglo de Oro. El pesimismo y la incertidumbre de los tiempos favorecía poco las iniciativas positivas y el uso de otros vocablos como “ventura” o “fortuna” parecía más adecuado ya que ponían en manos del destino o de la Providencia la posibilidad de progreso personal. Solo el optimismo ilustrado impulsó la aparición del vocablo éxito en la edición de 1732 del Diccionario de la Academia. Al principio solo se usó en relación con el mundo artístico: “Yo, amigo, ignoraba que del éxito de la obra de usted pendiera la suerte de esa pobre familia”, escribe Fernández de Moratín. Poco a poco se introdujo en el mundo de los negocios y en el de la ciencia o de la política.

En cambio, como indica la antropóloga Audrey J. Roth, en América el concepto de éxito tuvo un sentido más materialista y profundo. Era una herencia de la doctrina calvinista que veía en el trabajo un medio de acercamiento a Dios y en el enriquecimiento una señal de la aprobación divina. Los predicadores relacionaban el éxito con Dios. Como decía uno de ellos –Cotton Mather (1663-1728) “Dios es quien nos da o nos niega el poder para ser ricos y tener éxito”. Es sorprendente ver que enriquecerse no proporcionaba la felicidad terrena, sino que era un signo de que se disfrutaría de la felicidad eterna.  Benjamín Franklin, que tanta influencia ha tenido en la formación de la mentalidad estadounidense, insistía en la necesidad de la riqueza para poder llegar al éxito verdadero (Raluy Alonso, A. “El concepto estadounidense de “éxito” frente a su homónimo español”)

La ambición es el deseo de alcanzar metas cada vez más altas, que despierten admiración y envidia

En cambio, en España hay una falta de ambición económica, señala Altamira. (Altamira, R.: Los elementos de la civilización y del carácter españoles, 1950). Ortega, en una de esas ocurrencias brillantes que no justificaba, decía que el español debería desear más, es decir, ser más ambicioso.

La ambición está relacionada con el éxito. Es el deseo de alcanzar metas cada vez más altas, que despierten admiración y envidia. Es el rasgo de personalidad más estrechamente relacionado con el éxito profesional (Hogan & Hogan, R., & Chamorro-Premuzic, T. (2015). Personality and career success). A pesar de su importancia, la ambición ha sido ignorada e incluso estigmatizada por la Psicología (Judge, T. A., & Kammeyer-Mueller, J. D. (2012). “On the value of aiming high: The causes and consequences of ambition”. Journal of Applied Psychology, 97(4), 758–775).

Cuando Tomás de Aquino quiso introducirla dentro de la moral cristiana se encontró con la dificultad de que chocaba con la humildad, que era virtud esencial

Ese desdén no es extraño porque tampoco la moral tenía ideas claras sobre ella. La ambición como el deseo de conseguir metas altas era una virtud apreciada por Aristóteles, bajo el nombre de megalopsychia, alma grande, magnanimidad. Cuando Tomás de Aquino quiso introducirla dentro de la moral cristiana se encontró con la dificultad de que chocaba con la humildad, que era virtud esencial. René-Antoine Gauthier ha contado esta apasionante página de la historia de la conciencia europea en su extraordinario libro Magnanimité: L’idéal de grandeur dans la philosophie païenne et dans la théologie chrétienne.

Aunque el afán por conseguir cosas valiosas como el honor, la gloria o la fama fuera bueno, podía corromperse si era excesivo o usaba malos medios para satisfacerse. Entonces de convertía en un vicio. Marco Antonio lo dice en su discurso fúnebre, en Julio César, de Shakespeare:

The noble Brutus
Hath told you Caesar was ambitious:
If it were so, it was a grievous fault.

 

Sin embargo, el aspecto malsano de la ambición ha ido desapareciendo y en la actualidad se ha convertido en algo deseable. Este paso lo ha historiado W.C. King, en su libro Ambition, a history: From vice to virtue (2003), que concluye así:

 “Sacar la ambición del repertorio de vicios y reivindicarla como una virtud fue una condición ideológica para el establecimiento de los Estados Unidos. Sin ambición, no habría América. Comprender la ambición en su contexto ideológico e histórico ilumina un aspecto de nuestra Declaración de Independencia, nuestra Revolución y un aspecto fundamental de nuestro carácter nacional. La Guerra de Independencia no fue una guerra política, fue un enfrentamiento sobre la verdadera definición de lo bueno y lo malo. De ser una manifestación del pecado original, la ambición se transformó en “otro nombre de la Virtud Pública” (p.190).

No hace falta que diga que la ambición juega un importante papel en El deseo interminable.

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