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Entiendo por “pasiones tribales” las que derivan de la índole social del ser humano, de su necesidad de integrarse en un grupo y de ser reconocido por él. Hace setenta años, el psicólogo social Muzafer Sherif mostró, en un inquietante y famoso experimento, la facilidad con que las personas se identifican con un grupo y generan hostilidad hacia otros. Durante un campamento de verano organizó dos grupos de niños de igual edad, y los puso a competir.  En muy poco tiempo se había creado un sentimiento de grupo y una fuerte hostilidad hacia el otro (los “águilas” frente a los “serpientes de cascabel”). Habían olvidado que unos días antes eran todos iguales. Esta dinámica de identificación y enfrentamiento es una pulsión espontánea y universal, cuyo automatismo debemos conocer para que no nos maneje. Nada une tanto como un enemigo común. Es posible que no podamos evitar sentir esos impulsos, pero, como ya señaló Spinoza, “la libertad es la necesidad conocida”. Solo sabiendo su fuerza podremos controlar esas pasiones, que son una variedad de las “pasiones identitarias”. (https://www.joseantoniomarina.net/categoria-blog/revista-el-panoptico/art-principal/identidades-la-nueva-religion/)

La pulsión tribal tiene una larga historia. Somos el resultado de una doble evolución, una que favorece el egoísmo y otra la cooperación. “En la evolución social genética -escribe Wilson- existe una regla de hierro según la cual los individuos egoístas vencen a los individuos altruistas, mientras que los grupos altruistas ganan a los grupos egoístas”. Jonathan Haidt en La mente de los justos sostiene metafóricamente que somos un 90% chimpancé (egoístas) y un 10% abejas (cooperadoras). En determinadas situaciones se activa el “interruptor de la colmena” y las emociones tribales se imponen. Durkheim ya las había estudiado. “Cuando actúo bajo su influencia sólo soy parte de un todo, cuyas acciones sigo y a cuyas influencias estoy sometido”. Han sido fomentadas a lo largo de la historia para favorecer la cohesión, la cooperación social y la obediencia. Han hecho posible que los individuos se sacrifiquen por la comunidad, que estén dispuestos a defenderla, pero también han provocado pasiones destructivas, como el sentimiento de superioridad o la hostilidad ante otros grupos, y pasiones totalitarias, en las que el grupo anula a los individuos, por ejemplo, las fomentadas por el fascismo, a partir del lema “el Estado lo es todo y el individuo nada”. Descubrir la urdimbre afectiva de los comportamientos sociales y políticos es la tarea de la “psicohistoria” en la que trabajo.

  • Primera tesis: el despliegue cultural de las pasiones tribales

La primera tesis de este artículo es que las “identidades culturales” se construyen sobre una básica e instintiva “pulsión de pertenencia”. Por ello, las “pasiones tribales” emergen una y otra vez, se resisten a desaparecer, y pueden derivar de la integración en cualquier grupo: religioso, ideológico, político. Voy a centrarme en un caso especialmente importante en la historia – las “pasiones nacionales”– porque su proceso de construcción está muy bien estudiado. Como en todos los demás casos tiene efectos positivos y negativos. Para separarlos voy a utilizar dos expresiones: “amor a la patria” y “amor a la nación”. Algo parecido hizo el padre Feijoo al separar el noble y generoso “amor de la patria”, de un “afecto delincuente”: la pasión nacional (Teatro crítico T.III, discurso 10). El “amor a la patria” se dirige a lo cercano, al paisaje, al pueblo, la familia, el hogar. Su lejanía provocaba una tristeza especial, para la que se inventó la palabra nostalgia. Soledad Puértolas y Elena Cianca nos lo acaban de recordar en Alma, nostalgia, armonía y otros relatos sobre las palabras. Durante el siglo XVII los soldados suizos destinados en el sur de Francia sufrían una enfermedad que los médicos no acertaban a diagnosticar, con desmayos, dolores intestinales, mareos, fiebre e incluso la muerte. En 1688 un joven médico desentrañó el misterio en una tesis presentada en la Universidad de Basilea, Dissertatio medica de nostalgia oder Heimweh. Esa “nostalgia”, (esa enfermedad del hogar, Heimweh), a la que se llamó también “mal de Suiza” era según él “una enfermedad del alma ocasionada por un extremado amor a la patria y al sufrimiento padecido al estar lejos de ella”. Rousseau, en su Dictionnaire de Musique, cuenta que se les prohibía cantar canciones de su tierra bajo pena de muerte, “parce qu’il faisait fondre en larmes, déserter ou mourir ceux qui l’entendaient, tant il excitait en eux l’ardent désir de revoir leur pays.» También Shaftesbury distinguía dos sentidos de la palabra “patria”: “native community o country” y “civil state or nation”.

El “amor a la nación” es una pasión política. La vemos ya esbozada en Grecia. En su famosa oración fúnebre (431 a.C.), Pericles alaba a Atenas: “nuestra ciudad, tomada en su conjunto, es norma para toda Grecia (…) Ella, en efecto, es la única de las actuales que, puesta a prueba, supera su propia reputación; es la única cuya victoria, el agresor vencido, dada la superioridad de los causantes de su desgracia, acepta con resignación; es la única, en fin, que no les da motivo a sus súbditos para alegar que están inmerecidamente bajo su yugo”. Es por la que vale la pena morir. Dulcis est pro patria mori, era un clásico lema romano. Nada hay perverso en este sentimiento. Favorecía la defensa de la ciudad.

“La necesidad de integrarse en un grupo y de ser reconocido por los demás es una pulsión instintiva que se ha ido modificando según han cambiado los modos de sociabilidad”

Sin embargo, en este momento, la “pasión nacional”, el nacionalismo, se considera un peligro. “Es sin duda -escribe Isaiah Berlin- la más poderosa y quizá la más destructiva fuerza de nuestro tiempo. Si existe el peligro de aniquilación total de la humanidad [eran los años de la Guerra Fría], lo más probable es que dicha aniquilación provenga de un estallido irracional de odio contra un enemigo u opresor de la nación real o imaginario”. Siendo presidente del consejo europeo, Jean-Claude Juncker lo dijo de manera poco diplomática: El nacionalismo es un veneno. ¿Por qué se ha producido ese cambio? ¿Por qué un movimiento generoso se convierte en un peligro?

Intentaré explicarlo. La necesidad de integrarse en un grupo y de ser reconocido por los demás es una pulsión instintiva que se ha ido modificando según han cambiado los modos de sociabilidad. Cuando los grupos crecieron aparecieron poderosos dispositivos culturales para fortalecer la “identidad social”, por ejemplo, los dioses de la tribu. El análisis transcultural de 186 sociedades ha mostrado que cuanto más grandes y complejas son las sociedades más poderosas son las divinidades que cuidan del cumplimiento de las normas (Atran y Henrich: The Evolution of Religion: How Cognitive By-Products, Adaptive Learning Heuristics, Ritual Displays, and Group Competition Generate Deep Commitments to Prosocial Religions). El poder – religioso y político-  logran la cohesión y la obediencia fomentando simultáneamente el orgullo identitario y el rechazo (por miedo, odio, repugnancia) a los demás. “Estas lealtades fervientes -a un país, a un Dios, a una idea o a un hombre- han acabado produciéndome terror”, escribe Judt. La identificación genera el proceso completo que desemboca, con las condiciones situacionales adecuadas, en el exterminio de los excluidos. Por ello, en la línea de Maalouf para Judt (2010a: 201), «“identidad” es un término peligroso. No conoce ningún uso respetable contemporáneo». Como escribió Jorge Semprún: «Nosotros», «los nuestros», he aquí una de las palabras clave del lenguaje estereotipado con el que se hacen las hogueras y la armazón de la guillotina.

Sin embargo, la capacidad de unificación y compromiso de estos sentimientos ha podido resultar beneficiosa. Es lo que han creído todos los pensadores tradicionalistas. También lo piensa Harari: “Creo que no se puede tener una democracia sin un fuerte sentimiento nacionalista. Porque si no te sientes conectado a los demás ni sientes que tienes un destino compartido con otra gente de tu país, entonces no aceptarás el veredicto de las elecciones democráticas. Históricamente, la principal dificultad de la nación no ha sido luchar contra los extranjeros, lo difícil ha sido unir a cincuenta millones de personas, o, en el caso de la India, mil millones, con diferentes lenguas y religiones”. En un debate sobre el patriotismo convocado por Martha Nussbaum quedaron patentes las posturas enfrentadas. Nussbaum lo considera un peligro moral. Rorty, en cambio, un sentimiento beneficioso. El desarraigo o el cosmopolitismo puede producir angustia. Eso explica que la globalización y la emigración hayan provocado un auge de los nacionalismos. Se teme perder la identidad.

  • Segunda tesis: La fácil manipulación de las pasiones tribales

La segunda tesis del artículo está sacada de la historia: Las “pasiones tribales” son peligrosas porque son fácil y frecuentemente manipulables por el poder en perjuicio de los ciudadanos. Las pulsiones básicas son constantes, pero profundamente moduladas por la cultura.  Entre la tribu y la nación hubo un anclaje de lealtades intermedio: el rey. He tratado el “amor al rey” en la entrada 4 de este Diccionario. El paso del reino a la nación se dio con la revolución francesa, pero el sentimiento nacional tardó en consolidarse. “El siglo XVIII-escribe Álvarez Junco– fue el momento de transición desde las antiguas construcciones identitarias que podríamos llamar etnopatrióticas, basadas en la lealtad al rey y a la verdadera fe y a las hazaña guerreras, a la nueva visión nacional, con la colectividad como sujeto soberano” (Dioses útiles, 148) Como ocurre en todas las creaciones humanas, el autor es previo a su obra, por eso James Anderson pudo escribir, “las naciones han sido creadas, y creadas en una época relativamente reciente, por el nacionalismo y los nacionalistas” (The Rise of Modern State, Harvester, N.Y., 1986, 115). Ya lo había dicho el diputado Massimo d’Azeglio, en la sesión inaugural del primer parlamento de la nueva Italia unificada, en febrero de 1861: “Hemos hecho Italia, ahora tenemos que hacer a los italianos”. El fascismo lo llevó hasta sus últimas consecuencias. Su leitmotiv fue “propiciar, con formas simbólicas de intensa sugestión emotiva, la pedagogía nacional de masas” (Gentile, E., El culto del Littorio. La sacralización de la política en la Italia fascista, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2007, 29).

«El poder fomenta los sentimientos nacionales aprovechando una pulsión previa, lo mismo que ha hecho con la obediencia, que ha fomentado también a partir de una pulsión anterior»

“Las naciones -continúa Álvarez Junco- son construcciones históricas, de naturaleza contingente, y con sistemas de creencias y de adhesión emocional que surten efectos políticos de los que se benefician ciertas élites locales” (Dioses útiles, Galaxia Gutenberg. 2016, p. XIX). Este es el factor determinante que quiero destacar. El poder fomenta los sentimientos nacionales aprovechando una pulsión previa, lo mismo que ha hecho con la obediencia, que ha fomentado también a partir de una pulsión anterior. La cultura se nutre de la naturaleza y la transforma. Es la hipertrofia romántica de la nación, la exaltación de su alma, inducida desde fuera, lo que produjo la aparición de los nacionalismos totalitarios que a su vez produjeron “pasiones identitarias” también totalitarias. La identidad nacional, como la personal, se construye en parte sobre un relato del pasado. En 1989 los nacionalistas serbios desenterraron los presuntos huesos del zar Lázaro líder serbio que los turcos mataron en 1389. Y a fin de exaltar el sentimiento nacional, los pasearon por Serbia antes de volver a enterrarlos. En los movimientos de venganza hay que destruir el relato del enemigo. Las fuerzas serbias que rodeaban Sarajevo tomaron como blanco el Instituto Oriental y destruyeron miles de manuscritos islámicos y judíos, bombardearon el Museo Nacional y la Biblioteca nacional y acabaron con más de un millón de libros y millares de manuscritos y registros”. (Glover,J. Humanidad e inhumanidad, Cátedra, 2007, p.220). La 2identidad nacional absorbe a toda la persona. La escritora croata Slavencka Drakulic escribe en The Balkan Express: “Luché para que no se tratase la nacionalidad como el principal criterio con que juzgar a los seres humanos; trate de ver a las personas tras las etiquetas, mantuve abierta la posibilidad de dialogo con mis amigos. Al final nada de eso me ayudo, Junto a millones de otros croatas fui atrapado en el abismo de la nacionalidad. No solo por la presión exterior procedente de Serbia y del Ejército federal sino por la homogeneización nacional en el seno de la propia Croacia. Eso es lo que nos está haciendo la guerra: reducirnos a una única dimensión: la Nación”.        

Jonathan Glover opina que raramente los conflictos tribales “estallan” de forma espontánea. La hostilidad es inflamada por la retórica nacionalista de los políticos. Otros grupos se sienten luego amenazados reaccionan con su propio nacionalismo defensivo.  La gente se ve empujada a una trampa política. A continuación, por vías psicológicas más profundas, los grupos rivales resultan mutuamente atrapados por sus respuestas recíprocas. Así es como se dividió Yugoslavia” (p. 173) En la ex Yugoslavia era imposible que la mayoría deseara el conflicto étnico. Cerca del cuarenta por ciento de las familias procedía de varias etnias. Pero los grupos étnicos nacionales parecían la única protección contra las amenazas de otros grupos”. Estudia también el caso de Ruanda. El genocidio no era una emergencia o erupción espontanea del odio rival, sino que estaba planificado por gente que deseaba mantener el poder (p. 171) Radio Televisión Libre des mille collines, hutu, repetía continuamente: “No repetiremos el error de 1959. Es preciso matar también a los niños”.

Las atrocidades cometidas por el régimen nazi hicieron que después de la segunda guerra mundial el nacionalismo entrase en crisis. El antropólogo Eib-Eibesfeldt ha estudiado el “odio a la nación” que experimentó Alemania después de la segunda guerra mundial. Piensa que los humanos necesitamos integrarnos en una comunidad mayor y sentirnos vinculados a un lugar y a un paisaje. En una palabra, tener una patria. De hecho, el sentimiento resurgió. Adenauer, claro enemigo del nacionalismo, defendía en Berna en 1949. “No se puede sino saludar el renacer de un sano sentimiento nacional que se mantiene por las vías correctas, porque un pueblo que no posee sentimiento nacional se abandona a sí mismo”. Hans Rothfels, autor de La oposición alemana a Hitler, teme que el deseo de evitar los peligros del nacionalismo, fomentando movimientos antinacionales, acabe por provocar movimientos nacionalistas agresivos, como se ve en la actualidad. Las “pasiones tribales” pueden ser una corroboración de que vivimos en el siglo XXI con un cerebro emocional del Pleistoceno.

  • Tercera tesis: El universalismo sigue siendo la mejor solución.

Llegamos a la tercera tesis de este artículo: El peligro de las pasiones tribales es que niegan la universalidad de los derechos. Cada tribu es generadora de los suyos propios. Creo que este es el punto más importante. La idea de Humanidad compartida y de derechos que afectan a todos los seres humanos ha tardado mucho en aceptarse.

“Deberíamos ver con preocupación la crítica posmoderna al universalismo ético, y la defensa de un relativismo cultural que, pretendiendo defender las identidades, acaba por someterse a la fuerza como único criterio de evaluación”

Como he explicado en El deseo interminable, es la mejor solución que se nos ha ocurrido para conseguir la “pública felicidad”, que es como los ilustrados llamaron a la justicia. Pero es una solución precaria, que solo se mantiene mientras la mantenemos. Periódicamente sufrimos colapsos éticos, regresiones civilizatorias, y una de sus causas es la emergencia poderosa de las “pasiones tribales”. Para prevenir esos desastres debemos conocer cómo funcionan dentro de nosotros esas poderosas fuerzas ancestrales. Por eso deberíamos ver con preocupación la crítica posmoderna al universalismo ético, y la defensa de un relativismo cultural que, pretendiendo defender las identidades, acaba por someterse a la fuerza como único criterio de evaluación.

 

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