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Ayer revisé un libro que leí cuando salió (2008), On Deep History and the Brain, de Daniel Lord Smail. Había olvidado todo su contenido, excepto que hablaba de una “historia psicotrópica”. Me he dado cuenta de que mi proyecto en parte se solapa con el suyo. Piensa que la historia de la humanidad es la historia de las actividades que los sapiens han realizado o de las sustancias que han tomado para mejorar su estado de ánimo, su “mood”. Lo denomina  “economía psicotrópica”. Ian Morris, siguiendo a Leslie White sostiene que lo que determina la evolución de las culturas es el modo de captar y utilizar la energía, y su cantidad. Smail piensa lo mismo, pero añade que la mayor parte de la energía extraída se gasta en adquirir objetos psicotrópicos. No se refiere a las sustancias que llamamos así -las drogas psicoactivas- sino a todo lo que se usa para mejorar el humor: espectáculos, deportes, comida, dulces, compras, alcohol, cocaína, etc. Mejorar el humor significa alterar la química de nuestro cerebro. “El deseo de alterar la química del propio cuerpo es el verdadero corazón de la moderna economía de consumo”. Por eso piensa que utilizar la palabra “psicotropía” para ese conjunto de actividades y sustancias es adecuado.

Esta frase -alterar la química del propio cuerpo- sería una versión materialista de la “búsqueda de la felicidad”. Por debajo de nuestros sentimientos hay una movilización de neurotransmisores y redes neuronales, una parte de ellos innatos y otros históricamente adquiridos. Por ello, los modos de cambiar el estado de ánimo, evolucionan. Smail piensa que si queremos conocer la historia debemos estudiar los mecanismos psicotrópicos que ha utilizado el ser humano. Piensa que el paso de la Edad Media a la modernidad consiste en la expansión de esos mecanismos. El historiador August Ludwig von Schlözer considera hechos históricos de gran calado el descubrimiento de los destilados y la llegada del tabaco, azúcar, café, té y chocolate a Europa. Pero no son un hecho aislado. Smail considera que la descristianización privó a los europeos de un mecanismo tranquilizador muy potente. La religión dejo paso a otros psicotrópicos. A mediados del siglo XVIII hay un crecimiento enorme de las adicciones. La locura de la ginebra coincide con la “manía lectora”, la “reading fever” (Lesesucht, Lesefieber, en Alemania). Los observadores describen esta manía como una enfermedad o epidemia, asociada con agotamiento físico, rechazo de la realidad e inmovilidad corporal. En España la figura de don Quijote es paradigmática. William Warner recoge las advertencias contra las novelas: “Son especialmente peligrosas para las muchachas, que no están protegidas por una educación clásica, Pueden hacerse adictas a los placeres inducidos por las novelas, apartarse de lecturas serias, despertar sus pasiones y formarse falsas expectativas sobre la vida”. (William, W. Licensing Entertainment; The Elevation of Novel Reading in Britain, 1684-1750, University of California Press, 1998, p.5). Mucho antes, en España, Pedro Malón de Chaide hacía las mismas advertencias.

Lo interesante de Smail es que acaba convirtiendo la historia de la cultura en una historia del consumo. Llega a decir que el consumismo precedió a la industrialización y la dio impulso. Me he tomado muy en serio este comentario. Las expectativas de consumo van a definir una parte importante de la felicidad, puesto que todo objeto de consumo va a satisfacer una necesidad (consumos básicos) o un deseo (consumo lujoso). Esto me ha hecho revisar mis fichas sobre un tema que había dejado apartado: la expansión del consumo. Tengo muchas referencias de Frank Trentmann, que dirigió en 2012 The Oxford Handbook of the History of Consumption y publicó el 2016 su extraordinario estudio Empire of Things: How We Became a World of Consumers, from the Fifteenth Century to the Twenty-First.

  ¿Puedo reducir la historia de la búsqueda de la felicidad a una historia del consumo? Creo que no, pero tendré que asegurarme.

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