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4.5.2022.- ¿Estaban “colocados” nuestros antepasados prehistóricos?

Mi propósito al escribir El deseo interminable es contar la historia de la humanidad iluminada con rayos gamma, es decir, atendiendo a las fuerzas psicológicas que la originan. Daniel Lord Smail, historiador de Harvard, defiende una tesis parecida. Aspira a hacer una “Deep history”, aprovechando los conocimientos de las neurociencias. En vez de hablar de “rayos gamma” habla de “visión psicotrópica de la historia”.

La conducta humana siempre intenta cambiar el estado de ánimo, pasando del deseo a la satisfacción, del miedo a la tranquilidad, pero D.L. Smail se refiere expresamente a buscar estados de ánimo agradables. Los espectáculos, los ritos, las compras, las reuniones, los bailes, la pornografía, los deportes, y las sustancias psicotrópicas tienen esa finalidad con resultados más o menos adictivos. El autor considera que esa atracción de los sapiens no se puede explicar apelando a conductas adaptativas, porque no lo son. Ortega contaba con gracia que los animales cuando no están estimulados, se duermen. Pero al sapiens le pasó algo tremendo: no se durmió y sintió un desasosiego especial, al que llamamos “aburrimiento”. Eso le hizo crear cultura. Lo que llamamos cultura es un antídoto contra el tedio.

Como ocurre tantas veces en Ortega se trata de una observación perspicaz, pero exagerada. Es cierto que el cerebro humano está a la espera de estímulos. Los experimentos de Bexton, que aisló sensorialmente a voluntarios, lo demostraron. A pesar de que la situación era cómoda y bien pagada, no podían soportar esa carencia de estímulos. Conseguirlos forma pues parte de la “búsqueda de la felicidad”, pero no es el único camino. Hay una personalidad especial que lleva esto hasta el límite. Son los “emotion seekers”, los buscadores de emociones.

Smail hace ver la necesidad de estudiar el modo como han ido buscando los humanos mejorar el estado de conciencia. Es, sin duda, un fragmento importante de la historia de la felicidad. Tomás de Aquino recomendaba varios remedios a los monjes que sucumbían al “demonio del mediodía”, a la acidia que les hacía aborrecer los bienes espirituales, es decir, al aburrimiento: pasearse, jugar o conversar con los amigos.

Uno de los procedimientos universalmente más utilizado ha sido el uso de bebidas fermentadas. Los arios que invadieron Eurasia tenían una bebida sagrada, el soma. El uso de drogas “enteogénicas” (generadora de dioses) también ha sido universal. Peter Watson, en La gran divergencia estudia la influencia que tuvieron en las religiones chamánicas y en las culturas amerindias. Podemos considerar el uso de sustancias psicotrópicas un universal cultural.

Me ha sugerido este comentario una observación que hace el economista Santiago Niño-Becerra, en su último libro Futuro ¿qué futuro? (Ariel). Augura que se va a implantar el trinomio social:  renta básica, marihuana legal y ocio gratuito. Este sería el modelo de felicidad de una sociedad avanzada. Emanuele Felice en su Historia económica de la felicidad escribe: “En los últimos decenios se ha producido una auténtica revolución del placer: los paraísos artificiales son ya una realidad. Así pues, ¿por qué no ser felices?” (p.219). Francis Fukuyama relaciona el éxito tecnológico con una felicidad blanda y sin libertad (El fin del hombre, 2002, p. 445). Harari no es más optimista y escribe:” Los humanos nos asemejamos a animales domésticos. Hemos criado vacas dóciles que producen cantidades enormes de leche, pero que en otros aspectos son muy inferiores a sus antepasados. Son menos ágiles, curiosas y menos habilidosas. Ahora estamos creando humanos mansos que generan cantidades enormes de datos y funcionan como chips muy eficientes en un enorme mecanismo procesador de datos, pero estos datos-vaca en absoluto maximizan el potencial humano. De hecho, no tenemos ni idea de cuál es el potencial humano completo porque sabemos poco de la mente humana y en cambio nos concentráramos en aumentar la velocidad de nuestra conexión a Internet”. La situación presagiada recuerda la novela Un mundo feliz, de Aldous Huxley: la felicidad a través del “soma”. Supondría el triunfo de Skinner, como he explicado en ¿Está la libertad sobrevalorada? ¿Será este el último capítulo de El deseo interminable?

 

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