Todas nuestras creaciones son el resultado de nuestro afán de superar un problema. Cada una de esas soluciones proporciona una nueva herramienta, un nuevo poder, una nueva posibilidad. Y disfrutamos con eso. El lenguaje, la escritura, los números son herramientas que nos permiten hacer cosas que sin ellas seriamos incapaces de hacer. Llamo “herramienta” a toda utensilio mental o físico que aumenta la capacidad de hacer algo. Una palanca es una herramienta y el cálculo diferencial también lo es. Una rueda es una herramienta y también lo es un sistema parlamentario.
En ese sentido podemos decir que la evolución de las culturas es la evolución de las herramientas. Esto lo descubrió el que tal vez fuera el gran genio psicológico del siglo XX, Lev Vigotski. Otro psicólogo notable, Jerome Bruner utilizó ese descubrimiento al decir que “la cultura es la caja de herramientas que una generación entrega a la siguiente”.
Llamo “herramienta” a toda utensilio mental o físico que aumenta la capacidad de hacer algo.
Las invenciones pueden aparecer de dos maneras. A veces comienzan por un hallazgo, que puede ser casual, y cuya utilidad se descubre después. Es lo que Horacio Walpole llamo “serendipia”. Así debieron ocurrir los grandes descubrimientos de nuestros ancestros más arcaicos. Hace un millón ochocientos mil años, alguien descubrió accidentalmente como domesticar el fuego. La utilidad de ese fenómeno debió de hacer que fuera rápidamente copiado, como sucedió en la población de macacos de la isla de Koshima con el descubrimiento del lavado de batatas en el mar.
Lo que hizo el progreso de la inteligencia humana es hacer más eficiente esta capacidad que ya tienen los macacos.
Pensemos en la rueda, un invento sin duda transcendental. No es verosímil pensar que alguien se sentó a pensar como inventarla. No podía pensar en ella puesto que no existía. Parece más probable que ver rodar a una piedra cuesta abajo, o a un tronco de árbol, hiciera emerger en la cabeza de alguien la idea de aprovechar esa oportunidad. Como señaló hace años el premio Nobel de medicina Francis Jacob, la vida es “oportunista”. Utiliza lo que tiene a mano. En estos casos la innovación se ha hecho por procedimientos no intencionados. Diamond ha hablado del desarrollo inconsciente de la agricultura. “Lo que en realidad sucedió no fue un descubrimiento ni una invención, como podríamos suponer en un principio. Con frecuencia no se trató siquiera de una elección consciente entre producción de alimentos y recolección de caza. En realidad, en toda región del mundo, los primeros pueblos que adoptaron la producción alimentaria es evidente que no podían estar haciendo una elección consciente, estar esforzándose a propósito en la agricultura como objetivo, dado que jamás habían conocido tal actividad y no tenían medio de saber a qué se parecía. La producción alimentaria evolucionó como deriva de decisiones tomadas sin tener conciencia de sus consecuencias”. (Diamond, J., Armas, gérmenes y acero p. 117). Eso permite explicar por qué en unos lugares hubo agricultura y en otros, como entre los aborígenes de Australia, nunca lo consiguieron: el entorno proporcionaba muchas oportunidades, y la densidad de población aumentaba las experiencias posibles.
Aprovechar la observación es una operación compleja. Pensemos en la aparición de la cerámica. Posiblemente, alguien observó que la tierra alrededor del fuego se endurecía, y trasladó esa imagen a otro contexto. Esa dificultad hizo que los avances técnicos fueran muy lentos. Desde hace 3.5 millones de años hasta hace 400.000 el registro arqueológico solo muestra ligeros progresos en la fabricación de instrumentos de piedra. De 400.000 a 100.000 se introducen nuevos métodos para trabaja la piedra y herramientas compuestas. Y solo de 100.000 años para acá comienza la aceleración tecnológica (Boyd, R., Ese extraño animal, p.152).
El segundo tipo de innovación es intencionada, buscada. Supone más capacidad intelectual y es mucho más eficaz. Las actividades mentales de búsqueda están en este caso dirigidas por proyectos más o menos definidos y exigen un mayor dominio de las representaciones. Ocurre a veces que ambos modos de producir innovaciones se mezclan y un invento permite unas aplicaciones que no habían sido previstas. Un buen ejemplo es la invención del fonógrafo por Thomas Edison. Cuando construyó el primer modelo en 1877 publicó un artículo en que proponía diez usos, como la conservación de las últimas palabras de los moribundos. En esa lista no figuraba la reproducción musical. Algunos años más tarde, Edison comentó que su invento carecía de valor comercial. El hallazgo había precedido a la utilidad.
Esta mezcla de aprovechamiento de oportunidades y de búsqueda de oportunidades forma parte esencial de nuestra historia.