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30.3.2023.-  La memoria democrática en la escuela catalana

La Generalitat de Cataluña ha aprobado el anteproyecto de la Ley de la Memoria histórica catalana. En su presentación, la Consejera de Justicia Gemma Ubasart ha afirmado que  “es imprescindible introducir la memoria democrática en los currículos educativos”, añadiendo que la ley ofrecerá “herramientas pedagógicas y formación a los docentes y a otros profesionales de la administración pública”. La memoria democrática formará parte del currículo académico de educación primaria, secundaria, bachillerato y formación profesional. El departamento de justicia no ha precisado si se hará en forma de asignatura o de otro tipo de contenido. Se tratarán temas como la lucha por las libertades, el papel de las mujeres en la historia, o el reconocimiento del esclavismo y el colonialismo como fenómenos deplorables de la historia de Cataluña, un objetivo que enlaza con la actual corriente de revisión del comercio de esclavos que está en el origen de las grandes fortunas de “indianos” de los siglos XVIII y XIX.

Como todo lo que tiene que ver con la “memoria democrática”, esta propuesta ha irritado a un sector de la sociedad que cree que abre la puerta al adoctrinamiento independentista. Desconozco cuál será su contenido y por ello no puedo juzgarlo. Pero me gustaría exponer lo que a mi juicio podría ser. Más aún, debería ser. Una introducción en el sistema educativo de la Ciencia de la evolución de las culturas, que reclamo desde hace años, una de cuyas líneas esenciales es la historia de los derechos y libertades, la génesis de los sistemas democráticos, la lucha por la dignidad. Si tuviera razón Francis Fukuyama, y en parte la tiene, y el progreso histórico se encaminara hacia la implantación de sistemas democráticos, la “memoria democracia”, en un sentido profundo, serviría para conocer esa gran creación de la humanidad: el reconocimiento de derechos de todos humanos. La dramática historia de ese proceso nos permitiría comprender mejor su valor, reconocer las dificultades que se han tenido que vencer, y la precariedad de su implantación. Nos permitiría también homenajear el esfuerzo de todos aquellos que colaboraron a su implantación.

Es cierto que esa posible asignatura podría equivocar su camino. Lo haría si, como señala El Mundo, su objetivo fuera estudiar los “derechos nacionales”. Como he explicado muchas veces en esta página, los derechos fundamentales son individuales, no colectivos. Cada vez que se han conferido derechos a entidades abstractas -Nación, Estado, Raza, Iglesia, Partido- han acabado volviéndose contra los individuos. Esta asignatura, en cambio, debería saber por qué las sociedades occidentales defienden que los derechos humanos sean individuales, mientras que gran parte de la cultura oriental prefiere apostar por los derechos colectivos. Hay que conocer las razones de nuestra preferencia. Eso incluye estudiar el llamado “derecho a la autodeterminación de los pueblos”, reconocido por la ONU, y las polémicas que ha provocado en Cataluña. (Panóptico 36: Derecho de Autodeterminación de los pueblos; Panóptico 37. ¿El derecho a la autodeterminación es colectivo o individual?; El Confidencial: Cataluña: tres derechos en conflicto).


Si insisto tanto en la necesidad de una Ciencia de la evolución de las culturas es porque nos permitiría comprendernos como individuos y comprender también los problemas, las expectativas, los proyectos que nos han movido a lo largo de la historia. Es una fundamentación histórica de la ética; una comprensión de nuestras instituciones a partir de su genealogía; una valoración de todas las grandes creaciones humanas, las religiones, la ciencia, las artes; un adiestramiento del pensamiento crítico, al observar las evidencias humanas que han resultado ser falsas. Nos permite también estudiar la cara oscura de la humanidad, los odios, guerras, sectarismos, atrocidades, injusticias.


Cuando detectamos un problema o una disfunción social pedimos a la escuela que se ocupe de solucionarlo. Todo el mundo reclama que se introduzcan contenidos en los currículos: educación para la salud, defensa del medio ambiente, lucha contra la violencia en las aulas, perspectiva de género, memoria democrática, prevención del consumo de drogas, educación vial, educación cívica, etc. Esta dispersión de contenidos hace que su enseñanza no sea eficaz. Sin embargo, hay una solución: integrarlas todos ellos en una única asignatura que se impartiría, como ahora se quiere que suceda con la “memoria democrática”, a lo largo de todas las etapas educativas. Como dijo la consejera de Justicia, uno de los objetivos es que los hechos no vuelvan a suceder. También la Ciencia de la evolución de las culturas tiene ese propósito. Pretende ser una historia de los deseos y esperanzas de la Humanidad y de las soluciones que ha dado a sus problemas. Eso nos permite reconocer los aciertos, y también los errores. Nos introduce en una valoración no dogmática de las propuestas. Hay soluciones mejores y peores. Ideas que se han aceptado como soluciones cuando no lo eran, lo que ha conducido al horror. Y ahí podemos estudiar los mecanismos que llevan a la tiranía, al enfrentamiento fratricida, a la crueldad, a la intolerancia. Su universalidad, y su amplitud, impediría que se pudiera utilizar de manera sectaria, precisamente porque nos permitirá comprender mejor el sectarismo, la facilidad con que todos nos dejamos llevar por los prejuicios, el papel que las pasiones juegan en nuestras biografías y, por lo tanto, en la historia.

Me daría igual que esa asignatura con la que sueño en vez de llamarse Ciencia de la evolución de las culturas, se llamara MEMORIA DEMOCRÁTICA, así, con mayúsculas, a lo grande.

 

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