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30.3.2022.- La máxima creación de la inteligencia humana

Tras años de estudiar la evolución de las culturas y el esfuerzo de los seres humanos por encontrar la felicidad, he llegado a la conclusión de que no ha sido en el progreso científico o tecnológico donde esa aspiración se ha manifestado con más brillantez, sino en la búsqueda de la justicia que ha alumbrado la noción de derecho, de ius. He citado muchas veces la opinión de Hans Kelsen, el gran jurista: “Justicia es otro nombre para designar la felicidad social”. Creo que la noción de “derecho” es absolutamente novedosa, porque crea un modo nuevo de concebir la realidad. En la naturaleza no hay derechos. Es una creación humana a radice. Cuando afirmamos que los seres humanos están dotados de dignidad, es decir, de derechos, estamos redefiniéndonos como especie. Es una afirmación de calado metafísico. Para un científico -biólogo, zoólogo, neurólogo, antropólogo, etc.- el concepto “dignidad” no tiene sentido, no es una noción científica. Los sapiens somos, en todo caso, más inteligentes que otros primates. Nuestra dignidad deriva de una afirmación constituyente: no queremos ser animales listos, queremos ser animales dotados de dignidad, es decir, intrínsecamente valiosos, por lo que debemos ser protegidos.

Por esta razón, una parte importante de El deseo interminable tendrá que estar dedicada a la historia del derecho, que es la historia de la búsqueda de la justicia, una constante en todas las culturas. El viejo Hesiodo ya señaló que las bestias y los peces se devoran entre sí, “pero Cronos dio a los hombres la justicia, que es con mucho lo mejor que tienen”. Para los griegos, dice Werner Jaeger en un bello libro sobre el tema, Diké, la justicia, era la línea de demarcación entre la barbarie y la civilización (Alabanza de la ley, CEC. 1982, p.8). Aún recuerdo la emoción con que siendo muy joven leí Los fines del derecho, de Rudolf Ihering, donde hablaba con entusiasmo del derecho como la gran creación poética de la humanidad, “por el carácter sublime del problema que quiere resolver y por la majestuosidad de su movimiento”. Por eso me ha irritado siempre la ramplonería con que se estudia la historia en la carrera de Derecho.

Hablo hoy de este tema porque estoy leyendo el libro de Fernanda Pirie, Ordenar el mundo. Como 4.000 años de leyes dieron forma a la civilización. (Crítica, 2022), una gran ayuda para la investigación que tengo entre manos. Señala con claridad que las leyes, que pueden interpretarse como la herramienta del poder para coaccionar, “comenzaron siendo un proyecto de justicia”. Castigaban al culpable, pero también protegían al débil. “Era la gente la que necesitaba las leyes como recurso para obtener justicia, normas que pudieran citar en contra de cualquiera que intentara oprimirlos”. Ese era el propósito de Hammurabi y los primeros legisladores mesopotámicos. Seguiré comentándoles el libro.